Y no es coña

Algunos regalos inesperados

Sin rodeos: es mi cumpleaños. Lo empecé celebrando en Wroclaw, lo he seguido en varios aeropuertos, Lufthansa en el primer vuelo me ha regalado una botella de champán alemán, un detalle inesperado, que se agradece porque es un trato protocolario que humaniza el trato. El teléfono en al escala en Munich ha echado humo, el taxista que me ha llevado de la T-2 de Barajas a mi casa en Madrid era un tipo amable, que escuchaba Radio Marca, pero que no parecía dogmático. Al entrar en mi domicilio me he encontrado con otro regalo inesperado: una habitación inundada debido a las obras del piso de arriba. La semana pasada en las Olimpiadas Teatrales no me ha permitido detectar este desastre. Es decir, estamos con la cabeza en los agasajos, en las emociones de la semana teatral polaca tan intensa y con los seguros y obreros para poder solucionar el problema doméstico.

Y El FIT de Cádiz esperándome mañana. Y hay que acabar la revista ARTEZ de noviembre/diciembre, corregir varios libros que deben ir ya a imprenta. Así que me perdonarán si mis apreciaciones son caóticas, muy poco maduras, pero voy a dejarme llevar por las impresiones generales y ya tendré tiempo de pormenorizar. Me refiero a lo vivido en Wroclaw, la sensación que uno siente de ver un espectáculo en el mismo lugar donde empezó su laboratorio Jerzy Grotowski, el ver por la calle de esta ciudad una copia de la silla de Tadeusz Kantor, estar en varios tetaros y salas importantes viendo obras de grandes maestros vivos del teatro universal.

Uno solamente puede dar gracias a quienes me invitaron, el Instituto Jerzy Grotowski, la Capitalidad Europea de Wroclaw y la Embajada de Polonia en España a través del Instituto Polaco de Cultura, y a quienes han hecho posible mi estancia por su amabilidad y, sobre todo, por plantear un encuentro, unas olimpiadas, una suerte de festival de un mes que inunda de espectáculos de una categoría superlativa y cuya idea de programación escapa de lo vulgar para adentrarse en una suerte de enciclopedismo de los Grandes Creadores Teatrales actuales.

De los que podemos tener referencia, Romeo Castellucci, con «Go down, Moses» la misma obra que visitó los Teatros del Canal hace una semana, esa mirada sobre Moisés, que es un gran derroche tecnológico, pero que una vez más nos provoca reflexiones sobre el papel de los actores, por un lado, y por los mensajes que se desprenden de su propuesta, a mi entender muy conservadores.

«The tree», del Odin Teatret era un estreno absoluto, lo sentimos como un buen trabajo de síntesis, aprovechando todos sus años, todos los elementos con los que siempre ha trabajado, pero buscando una comunicación más directa, más sencilla, probablemente más eficaz que consigue emocionar y hay que destacar que se ha seguido un proceso curioso con una serie de ensayos con un grupo de personas que opinaban y debatían con Eugenio Barba sobre el montaje. Tomemos nota.

Menos conocido es el excelente Teatr ZAR, que dirige Jaroslaw Fret que es a su vez el director del Instituto Grotowski y que ha sido el curador de estas Olimpiadas y de todo lo referente a artes escénicas de la capitalidad cultural de Wroclaw que por cierto comparte con Donostia y que es bastante importante en cantidad y calidad a lo largo de todo el año. Estrenó «Medeeas. On getting across» en la sala del Instituto, con un espacio escénico sugerente, muy mecanizado, muy presente y significativo y tratando del mito de Medea, asume la emigración, las fronteras, esos lugares de ningún lugar y lo hace con una propuesta donde prima la canción, los cánticos de origen persa, árabe y kurdo que crean un magnífico espacio sonoro que se complementa con los elementos básicos, los movimientos de escenografía y del personaje central y que termina en una escena magnificente donde el hielo seco crea una nube baja que parece un mar mientras se escucha un poema en griego.

Dos trabajos rusos muy disímiles en su forma y fondo, y hasta en su capacidad de producción. La primera «Masquerade: Recollections of the Future» una reproducción al pie de la letra de los cuadernos de dirección de Meyerhold a cargo de Walerij Fokin y el Alexandrisky Theatre. Nos provocó un montón de contradicciones partiendo de lo que como teatrólogo uno disfruta de estos manierismos, de estos movimientos de multitudes, de una puesta en escena desorbitada en la que participaban entre actores, músicos, coros y técnicos ciento diez personas. Un caso excepcional. Lo sentimos como algo muy frío y distante, era ver una suerte de museo en vivo, que quizás en 1917 tenía un valor de ruptura, pero hoy parece una recreación de un teatro muy burgués.

Por último vimos «Max Black, or 62 Ways os Supporting the Head with a Hand» de Heiner Goebbels con la compañía The Stanilavsky Electrotheatre, todo lo contrario, un unipersonal con muchos efectos de pequeño formato, con una iconografía que recordaba a los Hermanos Oligor para entendernos, muchos cachivaches, mucho ingenio, un actor de vieja escuela muy solvente, una celebración de las ocurrencias, de lo supuestamente científico sobre lo filosófico. Bien hecho, pero tampoco notamos alguna propuesta de trascendencia, todo era demasiado un bello compendio de fuegos de artificio.

De todo lo anterior uno llega aun pensamiento enquistado, quizás una gran duda, ¿el teatro está siendo consecuente con el momento político general tan tendente a la derechización, es decir a hacer espectáculos que no cuestiona el estatus quo, sino que crean un mundo propio que no acaba de incidir en lo externo, en la realidad social? No respondo hoy, responderé cuando lo piense más profundamente, pero suelto la pregunta para que entre todos la contestemos o resolvamos las dudas con apreciaciones de más trayectoria. O la confirmemos o la neguemos. Todo ello, quede constancia estamos hablando desde el reconocimiento de una excelencia teatral; que no se olvide.

Y desde luego, esta inmersión en este nivel teatral es un gran regalo, no tan inesperado, sino al contrario, muy esperado.


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