Tartufo de Carles Alfaro sube al escenario del Centro Dramático Galego para desahuciar a los señores
La nueva etapa del Centro Dramático Galego (CDG), con la dirección artística de Fefa Noia, se ha inaugurado con el segundo Molière escenificado en la historia del CDG. El primero fue O enfermo imaxinario, en 1986, bajo la dirección de Eduardo Alonso. En esta ocasión, justo treinta años después, le han querido buscar, de nuevo, las vueltas al Tartufo, con la dirección escénica del valenciano Carles Alfaro y un elenco de 6 actrices y 4 actores.
La última vez que pude ver esta pieza coincidió con uno de los últimos trabajos de Luc Bondy en el Odeon de París, en 2014. Yo había acudido, sobre todo, para escuchar la maestría en el alejandrino francés de Molière, reto que la escenificación de Bondy asumía, alcanzando altas cotas de vértigo en la actuación sin claudicar de esa sofisticada y bella forma.
En Galicia, en el 2005, también recuerdo O Tartufo de Teatro de Ningures, dirigido por Etelvino Vázquez, en traducción de Xosé Manuel Pazos Varela. De aquel montaje permanece en mi memoria el tono colorista, próximo al estilo de la Comedia de Arte italiana, y la concepción tipificadora y teatralizante, en la que la obra se acercaba al frenesí del teatro de títeres.
La propuesta de Carles Alfaro para el Tartufo del CDG, en traducción de Loli Ramos, además de la adaptación acometida en el dramatis personae, reduciéndolo, al quitar dos personajes menores, y cambiándoles el género a algunos que eran hombres y aquí son mujeres, se significa, sobre todo, por cambiar el final y con él la lectura global de la pieza.
El público de Cangas (Pontevedra), donde pude ver una de las funciones, el día 17 de diciembre de 2016, aplaudió una resolución que es feliz para el personaje de Tartufo, que ascendió al escenario desde la platea, envuelto en la imagen que mezcla al fraile con el íncubo, en un tono litúrgico, para aprovecharse del fanatismo beato del señor de la casa y rematar por desahuciarlo a él y a su acomodada familia.
Refulge la seguridad en la composición de algunos caracteres:
El Orgón de César Cambeiro, que muestra una afectación alegre de bon vivant, alejada de concepciones grises.
La teatralidad verosímil y la radicalidad de la Señora Pernela, Madre de Orgón, interpretada por Casilda Alfaro.
La mirada luciferina y perversa, junto al tono cantarero y litúrgico de un Tartufo, ágil y comediante, interpretado por Alejandro Saá.
El desenfado y el ímpetu fresco de Dorina, la sirvienta, interpretada por Rebeca Montero, que viene a ser la conciencia del público, diciendo aquello que pensamos y haciendo de mediadora en el enredo.
La inocencia vulnerable y cándida de los enamorados, Mariana, hija de Orgón, interpretada por Marta Lado y Valerio, interpretado por Xoán Fórneas.
La incredulidad de Elmira, esposa de Orgón, interpretada por Antela Cid.
La elegancia de la belle époque, con toques de ambigüedad, en los personajes que, en el original eran hombres y aquí son mujeres libres, Cleanta, hermana de Elmira, interpretada por Mónica García, y Damis, hija de Orgón, interpretada por Patricia Torres.
Para cerrar el elenco con Roberto Leal, en un Leal ejecutor judicial de trazo ecuánime.
Quizás no todo el reparto saca el mismo provecho de estos personajes de comedia burguesa.
Sin embargo, el juguete cómico, instalado en un salón de diseño y colores episcopales, en la escenografía de Baltasar Patiño, y vestido con toques de épocas doradas por Diego Valeiras, sin concesiones a sketches baratos o fáciles, nos hace reír y consigue llegar, igualmente, a su fin: desahuciar a los señores con la utilización de las mismas herramientas que la clase acomodada hace servir: la hipocresía y la doble moral.
Afonso Becerra de Becerreá.