Y no es coña

Pequeños milagros

Asistí la noche del viernes a una función, un unipersonal, que la actriz decidió ofrecerlo pese a estar en la sala solamente tres personas ajenas al lugar o la compañía para contemplarlo. De las muchas veces que acudo a salas independientes, alternativas, del circuito off de Madrid, por pone  un ejemplo, la mayoría de las veces lo hago acompañado por personas del mundo teatral pertenecientes a otras culturas, a otros países, y una de las constantes es que me preguntan sobre le funcionamiento de estas salas, de su financiación, de sus sostenibilidad.

Bueno, los que son europeos me preguntan hasta por el financiamiento de las salas y teatros institucionales y sus métodos de difusión y gestión de públicos, porque no quisiera que quedara la sensación de que la ausencia de públicos suceda solamente en las salas alternativas. No, en salas oficiales también hay butacas vacías y estamos hablando de lugares en donde existe un aparato grande de propaganda, una publicidad constante y unas invitaciones de corte o de capirote que ayudan a cubrir asientos, aunque en la taquilla no se refleje. Pero he asistido a funciones fuera de los estrenos con una ocupación relativamente aceptable.

Conozco de cerca realidades teatrales en Buenos Aires, Córdoba (Argentina), Bilbao, Donostia, Madrid y un largo etcétera con alguna aproximación más superficial en Baiona, París o Wroclaw en Polonia, al igual que Brasilia o Montevideo y me parece que existen los mismos problemas, pero se ha diagnosticado mejor y se han ofrecido remedios más eficaces. Por ejemplo, en Polonia, a los espectáculos donde yo he acudido he visto concurrir varias generaciones, lo mismo que en Brasil donde prolifera el público joven. No sucede lo mismo en los lugares donde yo voy en Francia. Y mucho menos en las capitales españolas mencionadas y todavía más evidente en los teatros institucionales. En las salas existe otro ambiente, otra ecología cultural y social.

Probablemente la existencia de pequeñas salas en las grandes capitales sea una necesidad del propio sistema. Se ha creado un micro-sistema de resistencia, un lugar que va creando una historia a base de pequeños milagros realizados cada tarde y noche por ilusionados equipos de creación que necesitan con urgencia exponerse a la mirada de los demás. Es una manera de crecer, una manera de reconocerse. Es más dudoso que este pequeño milagro se convierta en el gran milagro de la profesionalidad en el sentido de poder vivir de ese trabajo creativo. Y ahí debemos incidir, volver a reflexionar, colocar cada pieza de este complicado puzzle en su sitio para ver qué mapa nos describe, cuál es el estado actual de las artes escénicas, no en la retórica, sino en la práctica por si acaso se nos ocurre otra pragmática. Y quisiera acotar la implicación entre los gestores de las salas y de las compañías que se exhiben.

Tengo una sensación extraña, una mirada contradictoria ante las programaciones de algunos teatros institucionales. Los de las redes por su sospechosa coincidencia en obras y productores y distribuidores, en los oficiales de nueva dirección, porque parece que no se sabe delimitar bien dónde está el teatro institucional, de producción pública y las alternativas. Y esa confusión viene porque se puede interpretar como una especie de asunción de los nuevos dramaturgos, las nuevas directoras en los estamentos superiores con producciones similares a las que se han hecho desde la iniciativa privada y alternativa, pero que a la vez puede ser una negación de otras posibilidades más ambiciosas artísticamente y de producción más grande. Insisto en mi contradicción absoluta. Defiendo el pequeño milagro, pero en su pequeña iglesia, en su ermita, no en las catedrales. En la catedrales deberían aparecer todos los santos y las vírgenes para hacerse carne y milagros inconmensurables.

Asistir a un espectáculo como el mencionado en el primer párrafo en esas condiciones me provoca desgarro. Aplaudo el arrojo de la actriz.


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