Prodigios que aparecen En silencio, Xoel Álvarez
Mirando el firmamento podemos observar estrellas fugaces, que fosforecen de prisa y se apagan.
En algunas ocasiones excepcionales, mirando el escenario podemos asistir al nacimiento de una estrella de fuerza inextinguible. Pero aquí no me refiero al lucerío y a la pompa de las estrellas estereotípicas de la farándula o del celuloide, sino a todo lo contrario. Aquí me refiero a una estrella que nos deslumbra con su contundente luz, bella e implacable.
Aquí voy a intentar contaros la historia de un joven de Vigo, Xoel Álvarez que, en el cuarto año de estudios en la Escuela Superior de Arte Dramático de Galicia, presenta una obra, creada y actuada por él mismo, en estado de gracia, que bien podría estar programada en los escenarios más exigentes e innovadores de París, Aviñón, Londres, Berlín, Porto, Lisboa, Guimarães… ¿Exagero? Creo que no y en estas letras voy a intentar analizar ese fenómeno al que hace poco he tenido el privilegio de asistir.
Comencemos por el inicio. El Teatro Ensalle de Vigo, dentro de su programación alternativa de teatro no convencional, al margen de los parámetros clásicos o comerciales en boga, convoca por séptimo año consecutivo el festival VIGO EN BRUTO. Todos los fines de semana del mes de junio de 2017 estrena compañías y propuestas emergentes, en coherencia con la programación que caracteriza a esta sala. Tres de las cuatro creaciones teatrales de este VII Vigo en Bruto son Trabajos Fin de Estudios de la ESAD de Galicia: Oops! I did it again de la Cía. Bernarda (María Villanueva y Ana Lorenzo), En silencio de Xoel Álvarez y Honey Rose de AveLina Pérez, Jorge de Arcos y Adrián Chacón. La cuarta pieza, Todo sobre Eva, de Xandra Táboas, está realizada por alumnas egresadas de la ESAD de Galicia, Diana Mera, Andrea Dunia Díaz, Lucía Hernández y Paula Pier.
Cuatro obras atrevidas, porque se escapan de los parámetros más transitados por la tradición teatral: las actrices y actores dejan de ser constructoras de personajes (identidades caracterológicas previamente determinadas y diseñadas), para abrirse a la exploración de la actuación directa, en la que actrices y actores no son un medio sino la propia materia de trabajo. Abrirse a la afirmación de la performance sin someterla al dictado de la representación de una historia. Cuatro obras atrevidas por su sinceridad respecto a las inquietudes y asuntos que laten sobre el escenario o que se pueden desprender de las acciones escénicas. Cuatro obras atrevidas porque no buscan contentar y complacer porque sí, a nadie, y porque no ostentan un formato de esos que las programadoras y los programadores pueden clasificar fácilmente.
Conozco a una compañía de actrices que realizan espectáculos, no solo con la finalidad de disfrutar haciéndolos, sino también con la perentoria necesidad de hacer muchos bolos y poder ganar dinero. Esta es una finalidad totalmente legítima, claro que sí, hacer un espectáculo bien hecho, efectista, que guste y que venda. Esta compañía de actrices veteranas lo consigue y yo me alegro mucho y tampoco me parece fácil hacer un espectáculo que se acerque a aquello del “café para todos”. Evidentemente, para eso hay que echar mano, desde la dramaturgia, la dirección y la interpretación, de formatos reconocibles, de temas de polémica baja, y de recursos de juego teatral eficaces que le hagan sentir a la espectadora y al espectador que son inteligentes.
Sin embargo, las cuatro propuestas del VII Vigo en Bruto se alejan de esto último en su conjunto, tanto por el haz como por el envés y, aún así, consiguen generar un placer indefinible, en buena parte, derivado de la aventura de transitar lugares inexpugnables y, a la vez, próximos. Porque el teatro también puede ser una aventura.
Sin desmerecer las otras tres propuestas, quiero pararme En silencio de Xoel Álvarez, el único solo de este VII Vigo en Bruto, que consiguió darle la vuelta y convertirlo en un “Vigo en Fino”.
En silencio, Xoel Álvarez, como expuso el profesor de dramaturgia Joan Giralt, consiguió trascender la escuela y demostrar que el sistema educativo reglado, con sus más y sus menos, no es capaz de destrozar u homologar el genio artístico. Porque me consta que ha habido profesoras y profesores que no han sabido ver ni escuchar lo que Xoel Álvarez estaba proponiendo en su Trabajo Final de Estudios. Volvemos a lo ya citado, cuando alguien concibe el arte de un actor limitándolo a la de constructor de personajes y la dramaturgia al relato de una historia que se pueda resumir en un argumento, entonces resulta muy difícil poder ver y escuchar este En silencio de Xoel Álvarez. Porque en esta pieza la complacencia producida por el reconocimiento de un personaje y de una historia es substituida por el fogonazo del poema escénico, por la intensidad de la performance, por la plasticidad de los objetos y del mismo cuerpo en acción. Aquí los temas acotados, típicos del teatro más convencional y complaciente, se substituyen por una emoción inefable y por una conexión humana alrededor de inquietudes y vislumbres temblorosos, misteriosos e inexplicables (igual que el amor es inexplicable, pero absolutamente necesario y bello).
Pero, claro, para poder captar esto hace falta desnudarse de los (pre)juicios y de las anclas que estabilizan el barco del teatro más tradicional. Acudir al teatro como se acude a una cita de amor, sin llevar ensayado lo que vas a decir y lo que vas a hacer y lo que esperas, sin montarte películas, dejando que pasen las cosas y escuchando con todo el cuerpo.
En silencio llego al Teatro Ensalle, me encuentro gente conocida, saludo, hablo con éste y con aquella, entre la gente veo a Xoel Álvarez, sonriente, tranquilo, como si no fuese a entrar, en unos momentos, a actuar.
Esto, ya de primeras, me da buena espina. Pienso: lo tiene todo controlado, está entre nosotras/os, va a entrar en la sala igual que entramos nosotras/os, sin ostentaciones, sin marcar ningún estatus de artista, de centro de atención. Todo fluye con la tensión (ritmo) necesaria. Nada está forzado.
Estar en la entrada, entre el público, vestido con la ropa propia, sin ninguna marca diferenciadora.
Entrar con el público en la sala.
Mirarnos desde el escenario, con una mirada en la que el tiempo se comienza a alterar y a intensificar.
Echar la mano al estómago, como si algo urgente se despertase en el centro del cuerpo, aunque, en realidad, se trata de echar la mano a la camiseta para sacarla de la cintura del pantalón.
Erguir los brazos, con decisión, y desvestirse la camiseta por la cabeza.
Irse desnudando, sin parsimonia, pero sin quitarle importancia a la acción, e ir doblando, cuidadosamente, las prendas y colocándolas al lado.
Coger un micrófono que yace en el suelo y desenroscarle la bola, para quitársela.
Cada movimiento ejecutado con una absoluta precisión y con las miradas, a espectadoras y espectadores, puntuando cada paso y creando un vínculo estrecho con nosotras/os.
La mano derecha lleva el micro descapuchado, semejante a un arma, lentamente, hacia la sien derecha del actor. Contacta con la sien derecha y gira en ella, retransmitiendo ese ruidito contra la piel y el cuero cabelludo. La imagen parece referirse a alguien que comienza a darle vueltas a la cabeza (al pensamiento). Ese micro descapuchado es como un dedo índice artificial que gira sobre la sien y que nos hace escuchar los ruidos del pensamiento.
Esta deixis sobre la sien, focalizándola a través de ese micro-movimiento y de los sutiles sonidos que se generan, es una evolución de la deixis sobre el estómago, el centro del cuerpo o centro emocional.
En pocos segundos florece un poema: el de alguien que se desnuda, el de alguien que encañona, como en un gesto suicida, la sien, el de alguien que nos hace escuchar la voz inaudible del pensamiento. El cuerpo en movimiento emotivo se vuelve metáfora, símbolo, objeto artístico… sin caer en formalizaciones retóricas trilladas y sin acudir, ni por un instante, al sentimentalismo.
En este En silencio las distintas partes del cuerpo irán presentándose, casi como personajes diferentes, con sus propias funciones dramáticas.
Cada una de esas partes del cuerpo es un lugar en el que se conjura la fuerza, la belleza y la posibilidad de trascender hacia nosotras/os: “Xoel, ti es forte. Ti es xoven. Ti es guapo. Inténtao!” (“Xoel, tú eres fuerte. Tú eres joven. Tú eres guapo. ¡Inténtalo!”), repite, como un mantra, sentado en una silla, con todo el cuerpo en tensión y un tic nervioso en el pie derecho, como si fuese el simulacro de alguien, quizás la abuela, la madre, que anima al joven Xoel a intentarlo.
¿Intentar el qué? ¿El amor, que se glosa en algunas de las acciones de la pieza, como elemento imprescindible? ¿El arte y el abismo de la creación? ¿El ser? ¿Intentar ser, como si acaso no se fuese cuando se intenta o cuando, mismamente, no se intenta? ¿Ser quién? ¿Ser alguien? ¿Alguien quien? (Esto me lo pregunto yo, no son preguntas que Xoel lanzase en su obra. Son preguntas que a mí me surgen a partir de esa secuencia del “¡Inténtalo!”. Una secuencia con una textura intensiva por la repetición de la fórmula verbal y por el tono con el que el actor la ejecuta.)
El micrófono descapuchado irá recorriendo el cuerpo del actor, deteniéndose entre el cabello, en un ojo que le da besos con las pestañas, en la mejilla, en la barbilla, en el cuello, en el pecho, en el ombligo, removiendo los testículos, parándose en la articulación de un hombro que chirría, o en el pecho que late, porque cada una de las partes citadas tiene su propia voz, su propio sonido.
El micrófono descapuchado actúa como si de una cámara se tratase, al dirigir nuestra mirada y al ir indicándonos partes del cuerpo y generando sobre ellas una focalización, un primer plano.
Esta primera escena, que estoy intentando describir, pone el cuerpo en juego y, al mismo tiempo, establece una carta de veracidad y de intimidad.
En silencio re-significa cada parte del cuerpo, segmentándolo, y dirigiendo nuestra mirada a través del índice de un micrófono descapuchado, que actúa como una cámara, generando primeros planos, desnudando más aún el cuerpo ya desnudo. ¡Entramos en el cuerpo, atravesamos la piel, esa es la sensación! Un milagro que solo el arte es capaz de producir.
Pero esa entrada en el cuerpo, aún no siendo realizada por un bisturí quirúrgico, no va a estar exenta de dolor, un dolor sublimado que no se nos ofrece de manera morbosa ni efectista para captar nuestra emoción fácil.
Sí, En silencio se atreve con el dolor, se atreve con la madre y con una carta confesional de alguien que habla con una muñeca, porque no tiene a quien contarle sus cuitas.
Se atreve a murmurarle que él también quiere amar así. Se lo murmura tumbado en el suelo, encogido en posición fetal, después de haber leído la carta que escribió su madre cuando aún no era madre y después de mostrarnos la foto de aquella chica. Una foto que venía cuidadosamente envuelta en la carta.
Xoel nos leyó la carta con el micrófono pegado al cuello, no delante de la boca, de tal manera que escuchásemos el aire al pasar por su garganta, simultáneamente a la emisión vocal. Así, la lectura de la carta, suena con una voz fuera de lo común, como si viniese de lejos, una voz conectada a las vísceras y al proceso fisiológico de la fonación. Una voz física.
En silencio también se atreve con el llanto y con la risa. Asuntos difíciles de tratar sobre el escenario, como las convulsiones del llanto y la risa. La risa que hace gracia pero que acaba por irritar y convertirse en un infierno. Ese jijijí jajajá que tanto parece gustar en los teatros, convertido en un estrépito ensordecedor, editado en “loop”, por el propio actor, poco después de emitirlo en una performance vocal que implica a todo el cuerpo en la producción del sonido.
Se atreve a transitar por los conceptos de sacrificio y placer, incluso, de muerte o suicidio…
Se atreve sin endiosar ni armar misticismos vacuos, sino desde el juego con una fisicalidad, entre la danza y el movimiento expresivo (gestualidad simbólica) que, con un calibrado manejo de las duraciones, trasciende hacia un correlato objetivo hermosísimo.
Y todo esto cuaja y fluye gracias a una inteligencia dramatúrgica que sabe utilizar la ironía, a través de fragmentos de películas clásicas o de canciones con un alto valor referencial.
La secuencia de Eva al desnudo (All About Eve, 1950) de J. L. Mankiewicz, con Bette Davis en el papel de Margo Channing, en su potente monólogo contra el sentimentalismo: “Margo: ¡Detesto el sentimentalismo! […] Todos me conocen a mí, todo el mundo, yo, en cambio, no he conseguido conocerme todavía. Karen: ¡Tú eres Margo, eso, Margo! Margo: ¿Y eso qué es, a parte de una palabra en un letrero luminoso, a parte de algo llamado temperamento que consiste, mayormente, en desmelenarme como una furia y gritar hasta el límite de mi voz? Los niños también se comportan igual que yo, se tiran al suelo y patalean, se emborracharían si pudieran, cuando no consiguen lo que quieren, cuando se sienten faltos de apoyo o de cariño.”
La secuencia de la película aparece en la pantalla de un ordenador portátil que está sobre el linóleo del suelo del escenario, dando testimonio del proceso de creación, como un elemento más de composición, compañero de escena de Xoel, como una ventana abierta.
Por esa ventana también entra la secuencia de Yukoku. Rite of Love and Dead (1966) de Yukio Mishima, un film breve que parece una pieza de teatro Noh, con la escena del “seppuku”, el suicidio ritual japonés, a través del que se inmola una pareja, después de hacer el amor. Mientras la escena se desarrolla, sin palabras, Xoel esgrime un ramo de rosas de largos tallos sin hojas, que exhiben sus espinas, deja el ramo en el suelo y se tumba, boca abajo, situando su abdomen desnudo sobre los tallos espinosos de las rosas.
Los contrastes son sutiles y la imagen escénica también, siempre alejada de lugares comunes o de juegos plásticos previsibles o forzados. Todo encaja y produce la sensación de que nada falta y nada sobra.
La escena en la que Xoel saca fotos instantáneas a algunas espectadoras y espectadores, incluyendo su imagen en una exposición que se va creando en cada función y que se incorpora al universo icónico de la pieza: imágenes en silencio.
La escena en la que un coro de muñecas, panza abajo, gatean, se ríen y se iluminan, como en un pequeño teatrillo dentro del escenario, encaradas hacia el público, como si nos observasen y se riesen.
Canciones reconocibles, como puede ser el tema Puro teatro de La Lupe, o When You’re Smiling de Louis Armstrong, se resitúan en la escena al extender esa ironía respecto a la imagen dinámica de la acción.
Pero, entre todos los dispositivos de acción, quizás el más poderoso sea la mirada de Xoel, una mirada que, en unos momentos, sabe crear un vínculo de confidencia y, en otros momentos, un guiño malicioso o simpático, que nos reta y nos seduce.
En silencio es un trabajo pleno de delicadeza y de fuerza, que denota una robusta personalidad artística.
Una dramaturgia impecable, en la que no hay una sola acción que no encaje dentro de ese universo que En silencio va creando.
Una pieza que demuestra ser necesaria para quien la hace y que se vuelve necesaria para quien la ve y la siente, a poco que nos libremos, como antes he anotado, de prejuicios y nos permitamos entrar en ese juego al que Xoel, con amabilidad y sin ostentaciones ni pretenciosidades, nos invita.
En silencio, Xoel Álvarez, sin hacer ruido, sin llamar la atención fuera de los escenarios, sale a escena mostrando una templanza y una personalidad artística poderosísimas.
Hace mucho tiempo que no tenía una sensación así, la de estar ante un creador tan joven en estado de gracia.
Raquel Hernández y Pedro Fresneda, del Teatro Ensalle, me comentaban que el primer día, el viernes 16 de junio, en el estreno, hubo gente que se puso en pie para aplaudir. Algo totalmente inédito en una sala de teatro alternativo. Yo voy bastante al Teatro Ensalle y no estoy acostumbrado a ver eso. El día que fui yo, el sábado 17 de junio, aplaudimos de manera unánime, rítmica, concreta, limpia. Xoel debió de salir a saludar dos o tres veces. El aplauso continuaba vigoroso, pero el actor no lo siguió alimentando y no salió más.
En silencio de Xoel Álvarez es uno de esos prodigios a los que, en escasas ocasiones, uno puede tener la oportunidad de asistir, como si asistieses al nacimiento de una estrella.
Afonso Becerra de Becerreá.