Troyanas / – Eurípides / Carme Portacelli / 63 Festival de Teatro Clásico de Mérida
UNAS “TROYANAS” POCO CONMOVEDORAS
El panorama del Festival –tras sus dos espectáculos excelsos de tragedias, “La Orestiada” y “Caligula”- ha pasado de un extremo a otro con el estreno de “Las troyanas”, coproducción del Festival, Teatro Español y Rovira Producciones, un espectáculo bastante desnudo en su versión y poco convincente en su dirección escénica y actuaciones.
“Las troyanas”, es una tragedia melodramática de Eurípides, en cuyo texto la acción se reduce a una serie de cuadros del saqueo de Troya, sin más nexo de unión entre sí que la figura de la vieja Hecuba, personaje que centra el dolor de los sucesivos padecimientos de las mujeres troyanas. Los cantos corales desempeñan un importantísimo papel, así como la escenificación que daba variedad a la serie de trenos (bellas composiciones de la lírica griega arcaica) de que esta tragedia está compuesta. Resplandece en “Las Troyanas” el pacifismo del autor griego, y sus simpatías por los vencidos, los héroes troyanos que lucharon en defensa de su patria.
La versión, de Alberto Conejero, que imprime una mayor teatralidad al carácter estático de los cuadros del texto original,obtiene de esta tragedia –concebida como un alegato antibelicista por excelencia- una traslación, cabalmente escrita, en cuya esencia se encuentra esa imagen devastadora de la guerra en el mundo de hoy. Sin embargo, tiene una acusada criba de acciones, personajes y del coro de troyanas cautivas que sustraen buena parte de la sabiduría del mito griego y de atractivos para un montaje espectacular. En consecuencia, Poseidón y Atenea, deidades que reclaman su concurso para castigar a sus antiguos protegidos por sus impiedades con los vencidos, son eliminados. Una escena interesante entre Menelao y Hécuba, donde el griego promete, sin hacer caso de las sofisticas razones con las que pretende justificarse, dar muerte a Helena a su llegada a Esparta, también es eliminada. Y, lo peor, la eliminación del importante coro (reducido a parlamentos que introduce en dos simbólicos personajes nuevos: Briseida y Polixema), tan recordado en aquella formidable película-teatral de Cacoyannis, con música de Mikis Theodorakis, que fue una verdadera obra de arte. Se observa entonces, que la versión está hecha más pensada para el espectáculo comercial, en gira por pequeños espacios (donde el cuadro de actores puede que se desenvuelva mejor), que para el Teatro Romano.
La puesta en escena de Carme Portaceli, que está arropada por una armoniosa escenografía de Paco Azorín, que recrea todo el espacio romano con un suelo repleto de cadáveres tapados con sábanas (donde sobra una gigantesca “T” inclinada en el centro, que es un pegote) y con sugerentes imágenes proyectadas sobre las columnas del monumento (repletas de refugiados y guerras actuales), no consigue una adecuada solemnidad de la tragedia. El ritmo es demasiado monótono y con altibajos en su evolución (donde hay cuadros con mucho parlamento que resultan pesados). Escasamente conduce a ese tono ritual profundo, intenso, racional del arte trágico. Por el contrario, la obra empieza con un tono elevado (con los gritos potentes de Hécuba) y no mantiene la fuerza trágica que -en este género- debería ir siempre en “crescendo” hasta el climax. Precisamente, diría que a Hécubase le hurta en este montaje un grito final de dolor humano, que late con toda su tremenda fuerza, cuando varios guerreros la arrastran obligadamente, mientras las últimas ruinas de la ciudad troyana se vienen abajo (como se subraya en el texto original deEurípides). Desde luego, la versión y el montaje suponen un puntapié en el trasero a los puristas.
La interpretación, poco conmovedora, también decepciona en la dirección de los actores, donde se podía haber dado más de sí. La caracterización física e indumentaria de los personajes -evidenciando con trajes actuales una harta temporalidad de la obra griega- no resultan convincentes (la anciana Hécuba se ve guapísima, más que Helena de Troya). Los siete roles interpretados en el amplio teatro están a medio camino de lograr un trabajo orgánico, serio y en profundidad. Sólo destaca Miriam Iscla (Casandra), luciéndose impetuosa en su papel de adivina, prediciendo poseída por un delirio báquico la ruina de los Atridas.
Aitana Sánchez-Gijón (Hécuba) pone entrega pero está desaprovechada en sus cualidades artísticas. Como en la “Medea” de 2015 le sigue faltando -para este espacio- un equilibrio en el rol de ritmos verbales, de cambios de registros en la solución de ese “pathos” maldito que envuelve a su personaje. A Ernesto Alterio (Taltibio) lo vi algo forzado y confuso, caminando encorvado y poniendo voz de viejo, sin tener claro una justificación en la caracterización física de su mensajero griego.
Tengo que recordar, que uno de los espectáculos más hermosos de la historia de este Festival se hizo en 2008 con “Las Troyanas”, dirigida por Mario Gas e interpretada por una Gloria Muñoz (Hécuba) “majestuosa, imponente, estoica, con fuerza de huracán, mostrando la catarsis de su sufrimiento y de su furia, su lamento que perfora los siglos y llegan hasta hoy” (así lo dije).