Y no es coña

Frecuencia disuasoria

En todos los estudios, aunque sean magros y parciales, que se hacen o se han hecho sobre los comportamientos culturales de la población, al llegar al apartado de espectáculos  en vivo se pregunta por la frecuencia con la que se acude al teatro, por ejemplo. Las respuestas son vengativas. O una especie de edema. Nos conformamos con vaguedades y medias mentiras. Y sin embargo no encontramos otra manera de saber más o menos cuál es realmente la frecuencia con la que la ciudadanía se plantea relacionarse con las artes vivas.

Puede ser que la temporada, el clima influya. En verano si uno acude a festivales populares, fiestas mayores y otros eventos similares, nota una presencia de públicos en conciertos y festivales musicales muy elevada, con la juventud como animadora imprescindible de todo el evento. También existe una notable afluencia de públicos a los festivales de teatro clásico. Incluso a los festivales de verano generalistas.  Una suerte de magnífica simbiosis entre entretenimiento, cultura y horchata o tinto de verano. No seré yo quien renuncie a estas estrategias ni celebre estas espléndidas colas de ciudadanía variopinta ante espectáculos de corte clásico, simplemente me pregunto si nos conformamos con estas magníficas excepciones o consideramos que estas circunstancias concretas ayudan a consolidar un posible  incremento de ciudadanos interesados a las artes escénicas a lo largo de todo el año.

El contexto ayuda.  Los abanicos también. La publicidad, la promoción, el que la prensa local y estatal apoye, contribuye a que en verano la supuesta frecuencia aumente, tanto por los actos gratuitos festivos, como por acudir a programaciones prestigiadas y promocionadas por los medios como puede ser en el recién terminado Festival de Almagro, en el que acaba la gestión de Natalia Melendez que considero ha colocado a este festival en un rango superior, tanto de interés teatral intrínseco, como de visualización y de intento de abrirse a nuevos lenguajes sin apartarse de su objetivo central. Una buena gestión que logra que veamos ocupaciones bastante relevantes con precios de entradas que no sabemos calibrar precisamente como baratas.

Y es que el precio de las localidades es otro tema muy manoseado, muy demagógico según lo empleemos para el arre o el so. Parece que solamente se siente caro el precio de las entradas  a las artes escénicas. Pero depende, porque en los musicales se pagan cantidades que seguramente se relacionan con lo que se ofrece y casi nadie dice ni mú. O se acepta como justiprecio. Esos mismo consumidores (perdón) cuestionan el precio de un espectáculo de teatro o de danza que suele costar menos de la mitad. Por ahí deberíamos intentar ampliar la mirada.

Por ahí y por muchos otros lugares, porque es cierto que la oferta de espectáculos en vivo se mantiene en verano, incluso en lugares es la única temporada donde se ofrecen, las grandes capitales mantiene un porcentaje elevado de su cartelera, en ocasiones con ajustes programáticos adaptadas a la temporada. Las ocupaciones de los teatros comerciales debe ser suficiente para que se mantengan abiertos. Pero nadie se da por satisfecho, o se manifiesta negligentemente optimista por desconocimiento. ¿Cuál sería dentro de una intención socio-cultural adecuada la frecuencia de un ciudadano medio al teatro o la danza que se considerase aceptable?

Los especialistas aseguran que existe un masa crítica de posibles consumidores (perdón) que se mantiene en un cifra oscilante, pero que son siempre los mismos. Supongamos que en Madrid hay veinte mil personas que van asiduamente al teatro. ¿Qué consideramos asiduamente? Cada cuál tendrá su idea al respecto. Pero siguiendo en el ejemplo, esas veinte mil se amplían circunstancialmente ante un evento excepcional, una programación significativa por calidad o popularidad. ¿Crece o no crece?  Si todos los ciudadanos fueran una vez al teatro al trimestre, ¿sería suficiente, es más o menos de la estadística actual? Y aquellos que aseguran que no han ido nunca y no irán, ¿dónde los colocamos? ¿Se crean nuevos públicos? ¿Cómo, dónde, quién, cuándo? Es un tema político. De políticas culturales más exactamente. De momento, esperemos, celebremos las excepcionales habituales y pensemos en el futuro con seriedad, sin apriorismos ni prisas.


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