Exijo mi derecho a equivocarme
Indiscutiblemente prefiero que me enseñen a pescar a que me entreguen el pescado cocinado a la mantequilla, con finas hierbas y una salsa de mariscos con vino blanco.
Ante mi no diagnosticada híperquinesia, seguramente me costaría aprender la técnica basada en la paciencia pero el instinto de supervivencia sumado al hambre serian mis mejores maestros y aunque jamás llegase a ser un pescador experto, me las arreglaría satisfactoriamente.
Desde que adán utilizó su libre albedrío, lo que le costó ser expulsado del paraíso arrastrándonos a todos nosotros, las mujeres han parido con dolor y los hombres hemos debido ganarnos el sustento con el sudor de nuestras frentes.
El dolor del parto crea lazos eternos de amor entre madre e hijo y después de una jornada de arduo trabajo bien recompensado, el esfuerzo pasa a segundo plano en relación a la satisfacción de haberlo logrado.
Recibirlo todo como maná caído del cielo no puede compararse a recibir menos pero por mérito propio.
¿Cuántos de aquellos que han nacido con el culo en mantequilla terminan en terapia para resolver sus problemas existenciales por tener un vacío de intereses?
¿Cuántos de quienes han debido esforzarse por obtener logros han despilfarrado ese logro?
Siempre habrá excepciones a la regla pero me parece que se valora más lo que se ha ganado que lo que simplemente se ha recibido por gracia.
Sin pretender hacer un análisis social ni atrincherarme de algún lado del espectro político, después de alguna de las catástrofes naturales que han asolado a mi país (y no son pocas) en los noticieros televisivos entrevistan a un campesino y manifiesta haberlo perdido todo pero con la seguridad de que su esfuerzo le permitirá ir reconstruyendo gradualmente lo poco que tenía, mientras que el habitante de una gran ciudad acostumbrado a tener más comodidades, solo se queja contra el estado increpándolo a que le solucione la vida.
Mientras uno sabe que el camino será duro pero con su esfuerzo podrá salir adelante, el otro prefiere que lo lleven en andas y que otro le solucione el problema.
Necesitamos más pescadores y menos consumidores de pescados enlatados.
Hace una semana, un fuerte temporal de viento botó muchos árboles, los que cortaron tendidos eléctricos y un gran porcentaje de la población estuvo sin electricidad por varios días.
Me fue difícil disfrutar del ambiente provocado por la luz de velas que me llevaron a campamentos de juventud y a unos niños jugando con la cera derretida como si fuera masa de moldear mientras los adultos trataban de asustarnos con historias de ingenuo terror.
Me fue difícil porque las historias de terror fueron reemplazadas por quejas, quejas y más quejas.
Que las compañías eléctricas, que el estado, que el calentamiento global, que deberíamos comprar un generador, que no se puede vivir sin internet, que no hay como cargar el teléfono móvil, que la comodidad contemporánea no solo está atrofiando nuestro libre albedrío de poder equivocarnos al elegir sino que está anquilosando nuestra imaginación.
Quiero volver a pescar con un tarro oxidado y solo sacar algas, quiero equivocarme, quiero disfrutarlo y sobre todo quiero aprender de mis errores.