Mensaje del Día del Teatro Latinoamericano 2017, por Fabio Rubiano
Fabio Rubiano Orjuela (Fusagasugá, Colombia, 1963) es actor, autor y director de teatro. En 1985 fundó el Teatro Petra junto a Marcela Valencia. Recibió el Premio Nacional de dirección teatral 2013. Cuatro veces Premio Nacional de Dramaturgia en Colombia, ha dirigido y escrito más de veinte obras, entre ellas ‘Labio de liebre‘, publicada por la Editorial Artezblai.
8 DE OCTUBRE – DIA DEL TEATRO LATINOAMERICANO
Mensaje de Fabio Rubiano
1
Somos un continente, o varios continentes donde pasan cosas tan aterradoras y devastadoras que nos producen risa.
Sí, risa.
No solo en los teatros.
Y cuando nos reímos ante un crimen, cuando no nos detenemos ante un niño tirado en la calle, cuando bailamos apretados (casi en un ritual de fertilización) un ritmo tropical en cuya letra dice “mátala, mátala, mátala, no tiene corazón esa mujer”, cuando toda la izquierda atea apoya la llegada del Papa, y la ultra derecha católica la rechaza, nadie lo entiende.
Sí, alguien lo entiende: nosotros, aunque antes parecía que otros hablaran mejor de nosotros que nosotros.
Santiago García, maestro del teatro la Candelaria siempre se preguntó “Cuál es nuestro personaje”. Alejandro González Puche y Ma Zhenghong docentes y directores teatrales en la Universidad del Valle ponen Chejov en tierra caliente “Cambiamos la geografía y por supuesto la temperatura de la hacienda”
Y aun se oyen gritos cuando nuestros Shakespeare nada tienen que ver con lo isabelino. ¡Traición!, dicen algunos.
Sí. Tuvimos que hacerlo.
Tuvimos que traicionar al Brecht que nos enseñaron en el que la emoción nublaba la razón, y lo legal era evitar a toda costa la empatía.
¡Nos pedían renunciar a las emociones!
¿A una sociedad que seduce mientras baila “mátala, mátala”?
2
El doctor en antropología social Carlos Granés en su libro El puño invisible, en el capítulo dedicado a Kerouac y a la visión de la generación beat sobre América Latina, dice cosas más que antropológicas, literarias o sociológicas, teatrales: Sal Paradise y Dean Moriarty, personajes de En el camino, en su búsqueda de paraísos perdidos fuera de la consumista sociedad norteamericana, llegan a México y al cruzar el desierto mexicano gritan “Qué país tan salvaje”, “Auténticas chozas miserables” ven un mundo que solo existe en sus fantasías y deseos, no en la realidad. Añaden: “Nadie desconfía, nadie recela. Todo el mundo está tranquilo, todos te miran directamente a los ojos y no dicen nada, solo miran con sus ojos oscuros y en esas miradas hay unas cualidades humanas suaves, tranquilas, pero que están siempre ahí”
¿Algún latinoamericano hablará así de otro?
¿Lo infantilizará de esa manera?
Durante un tiempo sí. Hubo épocas en que todos los obreros y los campesinos tuvieron la razón en las obras.
Cuando estos gringos vieron Juárez, el alcohol y las prostitutas los obligaron a cambiar de posición. Y se fueron para el otro lado, Juárez era ahora el territorio del mal.
Burroughs mismo en su gira por Latinoamérica decía que en Bogotá los subalternos de las oficinas llamaban doctor al primero que veían, y todo el mundo, así estuviera en la miseria llevaba corbata; que los policías eran incompetentes y feos debido a las radiaciones atómicas; que en Mocoa los brujos que preparaban el Yagé eran viejos borrachos y de poca vergüenza, que en Puerto Asís el especialista local en Místers le había cobrado 20 dólares por acostarse con él, pero que le había robado los calzoncillos; que Ecuador era horrible y tenía complejo de inferioridad, que Lima le gustaba porque le recordaba a México, y además encontró jovencitos baratos a los cuales llevarse a la cama. Anota con toda la ironía el maestro Granés “¡Sorprendente revelación la que tuvo Burroughs!… El subdesarrollo era excitante y divertido.”
Pues no, gringos. No somos ni lo uno ni lo otro.
3
Nuestro realismo (no mágico, insisto) se encuentra en lugares muy diferentes de los que hemos visto a lo largo de la historia.
En algunas partes de nuestro continente pasamos del costumbrismo y el sainete directamente al distanciamiento brechtiano, y lo interpretamos desde Boal, y Buenaventura y García, y Peixoto, y Dragún y Tavira; más (aunque también) que desde Bernard Dort o Adorno o Benjamin.
Y tuvimos que traicionar a los maestros, y decidirnos por un pensamiento propio. El primero fue Brecht. Dejamos de pensar que con la emoción se alteraba la comprensión, o la capacidad de crítica. Nos dimos cuenta de que el teatro no es conciencia y mucho menos la correcta, que asumir eso no era hacer teatro, era creernos portadores de la verdad.
Y nada mejor que equivocarse. Los personajes tenían que hablar con sus propias voces.
Y es cuando nuestro distanciamiento nos da Chejov de tierra caliente con aristócratas rusos con ropa de aquí, y en vez de cerezos hay palmeras, y el Tío Vania es el Tío Ivám, y nuestros bosques del sueño de una noche de verano tienen minas antipersonales, y nuestras peleas con espadas son evidentemente falsas porque descubrimos que nunca en la vida en ninguna obra de la historia del teatro universal han sido creíbles.
4
Las utopías siguen, pero no defendemos unos votos de pobreza que quién sabe quién instauró en el imaginario teatral latinoamericano como mecanismo de pureza y creación; nos interesan los teatros llenos de todo tipo de públicos, agradecemos y debemos mucho a los gestores culturales, sabemos lo que es un patrocinio, estamos aprendiendo a cobrar.
5
Agradezco el honor de poder hablar en este día tan especial. Hablo en mi nombre, en nombre de Marcela Valencia, con quien fundamos el Teatro Petra, y en nombre del grupo. Aquí nadie ha hecho nada solo.
Doña Perla, la mamá de Marcela, al salir del estreno de la segunda obra del grupo le dijo: hija, la obra está muy buena, ¿pero es necesario que salga sin ropa?
Sí, mamá, le respondió Marcela.
Es que se le ve todo, dice doña Perla.
No se me ve nada, mamá, solo los pelos.
Era el final de los 80 y el vello púbico aún era un elemento atractivo, no se había entrado en la exigencia pederasta de los genitales rasurados.
No era fácil salir desnuda delante de un teatro lleno cuando la mamá de tradición cristiana estaba en platea acompañada de tías y primos.
Así ya lo hubieran hecho hasta el cansancio en los sesentas.
No era fácil. Esto era Colombia, Latinoamérica.
No era fácil, pero lo hicimos.
Mientras nosotros lo hacíamos con miedo, grupos de sociedades acomodadas nos mostraban en escena cuerpos revolcándose en sangre de utilería, y se masturbaban sin el menor rasgo de intimidación.
Mientras todo esto pasaba en nuestros países se cortaban cabezas.
Y a nosotros nos daba risa.
Las dos cosas.
Así es nuestro teatro.