Carteles, cartelitos y carteleras
Desde que tengo uso de razón teatral profesional, la ilusión de cada actor, director, gestor, técnico y regente del ambigú de un Teatro es colgar el cartel. El cartel es ese magnífico cartel que anuncia que se han agotado las entradas para la función de hoy. Cartel que he visto, por suerte, en la última semana en varias salas, con aforo limitado, sea dicho de paso, pero agotar las localidades siempre es un milagro sean sesenta, ciento veinte o quinientas cincuenta las butacas, asientos o gradas puestas a la disposición de la ciudadanía.
Por cierto, una duda sobrevenida, ¿ya no cuidamos por obsolescencia práctica los carteles de las obras de teatro? Los carteles deberían formar parte de la oferta estética de la obra o espectáculo que se anuncia. Al igual que los programas de mano. Pero parece que la situación de precariedad económica hace que se busquen otras soluciones, que se fíe todo a los medios digitales, las redes, y ahí no es una exigencia prioritaria la vélelas, la relación con lo anunciado, sino que se busca un impacto, y se utilizan formatos básicos a disposición de todos de manera gratuita. En algunas instituciones se mantiene una coherencia estética, pero de marca. Todos los carteles y programas de mano de una temporada, sea lo que sea lo que soporta, son de la misma línea. Una manera de crear una idea conjunta, institucional, que es una buena opción.
Cuidemos esto, porque se nos han limitado las paredes y los espacios públicos para colocarlos, deben ser pequeños, escuetos, con datos justos para no confundir y casi siempre dentro de establecimientos. En cualquier caso hay que recalcar en su valor de comunicación y en su nivel estético que se debe corresponder con lo anunciado.
En estas semanas hemos sabido de dos cartelitos anunciadores, uno de la existencia de desnudos en una obra y en otro de que puede herir la sensibilidad de los espectadores el lenguaje utilizado. Ambos cartelitos en salas del CDN. ¿Con qué sentido se avisa de esa manera al respetable? ¿Es una orden superior, de la propia dirección de la unidad de producción o de la dirección del INAEM, o directamente del Opus Dei o acaso una protesta individual de algún espectador o grupo de espectadores? No hace tanto que denunciábamos la eliminación de unas escenas de un montaje de Carmen dirigido por Calixto Bieito donde aparecía la bandera española. Y sucedió en otra dependencia donde tiene que ver el Ministerio de Cultura de España.
No hay que ponerse demagógico, pero estos gestos anuncian un tiempo de censura y autocensura. Se empieza por cartelitos y se acaba prohibiendo de buenas maneras estos detalles creativos que a nadie deben escandalizar. Avisar de un desnudo en un escenario me lleva directamente a principios de los años setenta del siglo pasado. Entonces había censura previa. ¿Se va a instaurar de manera fáctica en nuestra vida cultural y por ende en nuestros escenarios? La involución socio-política que vivimos es clara, pero se está aclarando de una manera sospechosa. Y me pregunto, ¿no tiene nada que decir al respecto la actual dirección del CDN?
Esperemos que la cartelera no se vuelva más ñoña de lo que está, debido a estas vueltas atrás, estas censuras esbozadas, que ya tenía una presencia insultante en aquellas obras de claro contenido político que no sirva para consolidar el estatus quo. Que se auspicie la libertad de expresión, la libertad de todo y en todos los campos. Entramos en esas fechas en donde la ciudadanía anda reventando su tarjetas de crédito en compras navideñas. Se nota, desde el inicio de los tiempos, una bajada de públicos a las salas desde la Concepción hasta el día siguiente a Navidad. Por eso las carteleras buscan reclamos de toda índole para mantener una aceptación de sus propuestas. Muchas de las carteleras parecen postales navideñas. Se busca que la familia acuda al teatro. Buena idea, pero que si se mantuviera con la misma intensidad todo el año, ahora sería más fácil tener públicos aficionados a compartir esas mañana teatrales familiares de los días festivos.