Encierren al payaso
Hace algunos días, paseándome por uno de los palacios contemporáneos del consumo desmedido, esos que han proliferado al alero del libre mercado como champiñones en el bosque después de una lluvia, me detuve a comprar mi dosis necesaria de comida chatarra para seguir adelante con la agotadora tarea de comprar los indispensables regalos de navidad innecesarios. Mientras hacía la fila donde mis papilas gustativas comenzaban a excitarse por el banquete ad portas de grasas saturadas, me di cuenta como un hombre personificado de payaso contaba las monedas fruto de su trabajo deambulando por el centro comercial espantando bebés y forzando la sonrisa de algunos adultos sin intención de parecer graves en fechas tan alegres como esta en que llega Papá Noel a desestabilizar la economía familiar. Como necesitaba algunas monedas con que dar las propinas que de seguro vendrían para el cuidador de autos callejero, el mendigo ambulante, los jóvenes haciendo malabarismos en las esquinas y un sin número de animales urbanos multiplicados por el solo hecho de estar próximos al fin de año, le pedí que me cambiara un billete por monedas.
Le pasé el billete, el me entregó las monedas.
Ni siquiera las conté ¿para qué? un payaso en esencia es una buena persona y por lo demás, de ingenuidad extrema como para ser deshonesto.
Craso error, en la confianza está el peligro.
El hábito no hace al monje ni la cara pintarrajeada al payaso, al menos no al que yo concebía como un adalid de bondad, el estandarte de la honradez.
Al dar la primera propina, porque es imposible no contagiarse de generosidad en fechas de consumismo exacerbado, me di cuenta; me entregó un 10% menos de lo debido. Nada como para desangrarme económicamente pero me dolió tanto o más que esas bofetadas sonoras entre payasos.
Es cierto que pudo haberse equivocado sin mala intención pero después de haberlo visto como contaba cuidadosamente sus monedas formando montículos de 10, se me hace difícil, si no imposible, pensar en un error de su parte.
Me sentí tan estafado como si un ladrón inescrupuloso hubiese entrado en mi inconsciente para robarme la ilusión de niño.
En estos días de post verdades instaladas como estrategia válida para lograr cualquier fin, ya no se puede confiar ni en los payasos, aunque de esos es bien sabido por todos nosotros que incluso algunos han llegado a ser presidentes de sus países.
Sin ser fatalista, creo que el planeta tierra está al límite de enfermarse gravemente para idealmente, como ha sucedido siempre después de las grandes catástrofes, salir fortalecido sobre todo en lo humano.
Una plaga, una guerra mundial, un mega meteorito, un cataclismo de proporciones bíblicas, algo se viene o debería venir, simplemente porque no podemos seguir transitando por esta senda de desconfianza e incertidumbre crecientes que nos lleva al ostracismo obligado sin considerar al prójimo.
La humanidad se está deshumanizando.
Necesitamos, necesito, volver a creer sin cuestionar.
Encierren al payaso hasta que vuelva a su origen de ingenuidad.
De pequeño no me gustaban los payasos, me daban miedo. Ahora confirmé esos temores.