¿Y si…?
¿Cuantas veces no nos hemos hecho esta pregunta en relación a alguna decisión tomada en el pasado?
¿Y si…?
¿Qué hubiese sucedido si en vez de haber elegido blanco hubiésemos elegido negro o quizás un tono de gris o definitivamente un color?
Y si hubiésemos ido a la derecha en vez de la izquierda o seguido recto ¿estaríamos por el camino correcto?
De más está decir que cualquiera de estas preguntas es inútil y auto flagelante, sobre todo porque ante el fracaso de la opción escogida, tenderemos irremediablemente a idealizar los posibles desenlaces de las otras alternativas con respecto a las cuales nunca tendremos seguridad de sus resultados.
«Es preferible arrepentirse de lo que hicimos y no de lo que no hicimos».
Más que un juego de palabras, sostengo que es una verdad suprema.
Siempre va a ser preferible la certeza de un fracaso que la duda con respecto a un triunfo.
Especular con respecto al futuro permite proyectar resultados, pero hacerlo en relación al pasado, no tiene ningún sentido práctico.
La duda mata y en este caso, no solo podría matar futuras decisiones, sino que de seguro aniquilaría nuestro espíritu emprendedor.
Como premio de consuelo, de un fracaso podemos aprender para no repetirlo o al menos minimizar las posibilidades de que vuelva a suceder, pero de una duda, nada bueno podemos obtener.
La duda puede ser el mayor de los lastres hasta el límite de frenarnos completamente si en nuestra mente se instala la alternativa de un fracaso en desmedro de la posibilidad de un triunfo.
Los niños no le tienen miedo al fracaso y muy por el contrario, tienen un tremendo potencial para aprender de ellos mientras un anciano tenderá siempre a reflexionar y evaluar alternativas antes de actuar, un niño emprenderá sin temor a equivocarse. La alternativa negativa ni siquiera se cruza por su mente.
No se trata de transformarnos en cabras de monte reaccionando al más mínimo estímulo para saltar de manera aparentemente descontrolada entre los riscos ni eer unos kamikazes del emprendimiento, pero de nuevo la sabiduría popular tiene mucho que decir en pocas palabras; quien no se arriesga no cruza el rio.
De vez en cuando no es malo arriesgarse al menos un poco para alcanzar hasta nuestros sueños más improbables, de lo contrario solo dormiremos sin siquiera soñar.
Si la montaña no va a Mahoma, Mahoma tendrá que ir a la montaña porque de seguro esta no se moverá ni un milímetro a menos que venga un terremoto, en cuyo caso igual deberemos movernos para arrancar lejos de un posible derrumbe.
Idealmente nunca deberíamos hacernos la pregunta ¿y sí? porque la respuesta la deberíamos tener interiorizada como obvia.
La próxima vez que ante la duda sobre una acción pasada nos hagamos la pregunta, solo será la reafirmación de que debimos haberlo hecho y nunca es demasiado tarde. La energía a los 60 años puede no ser la misma que a los 20, pero la experiencia vital adquirida puede suplir con creces la energía descontrolada.
Vamos que se puede, siempre se puede.
¿Y si fracaso?
A aprender de los errores cometidos e intentarlo de nuevo, y de nuevo, y de nuevo…