Frutos del recuerdo
No soy un tipo muy aficionado a la jardinería, pero este fin de semana, sin ningún plan pre concebido, me dio la locura; armado de una tijera me puse a podar cuanta rama relativamente fuera de lugar encontré. Aunque mi jardín no es muy grande, dado el elevado costo del agua, he optado por presumir de tener un jardín 100% sustentable, acorde al medio. Vivo en la ladera de un cerro y como en esta región las 4 estaciones del año son muy bien diferenciadas en cuanto a lluvias y sequías, cuando el cerro esta verde, mi jardín lo está, y cuando el cerro esta amarillento porque gran parte de la vegetación se ha secado, mi jardín también está seco. A pesar de este relativo abandono, a veces planto nostalgia. Descubrí que tenía algunos árboles interesantes; un olivo perdido resistiéndose al avance de las zarzamoras y un limonero en no muy buen estado con hojas negras de plagas.
Al verlos inmediatamente retrocedí en el tiempo para rememorar esas visitas a la casa de mis abuelos españoles. En la mesa siempre aceitunas de su olivo regalón que mi abuelo cosechaba y sajaba para que después mi abuela, con santa paciencia y método aprendido seguramente de su propia abuela allá en la tierra natal, les fuese quitando gradualmente el gusto amargo.
Por supuesto el limonero también me recordó lo propio. Más de alguna vez mi abuelo me recalcó como la mejor manera de tener un limonero sano y productivo, era tratándolo constantemente con urea. Por supuesto jamás compró ningún producto ni parecido, pero en más de alguna ocasión la próstata le ayudo a cooperar en alguna incursión nocturna.
En cada visita que les hice, nunca dejé de comer aceitunas y abonar el limonero.
Mis abuelos ya no están, pero los recuerdos, esos de infancia inexplicables de emotividad, me llevaron a hace mi primera cosecha. Aunque la recolección no superó el kilo, pretendo tener mis propias aceitunas y mejorar las condiciones del pobre limonero. Para empezar, la ceniza necesaria en el comienzo del quitarle lo amargo a las aceitunas, ya lo tengo; tanto asado con amigos algo de material ha dejado.
Es increíble como los recuerdos van construyendo el andamiaje sobre el cual se sustentan nuestras vidas. Incluso hechos insignificantes o tan habituales en su momento que parecieran no tener la más mínima importancia, el tiempo se encarga de re posicionarlos en nuestras mentes para hacernos vividos esos detalles únicos que fueron nuestros formadores.
En unos 2 o 3 meses puede que las aceitunas ya estén comestibles y aunque no se les haya quitado el desagradable sabor natural, la sola experiencia de revivir ese sabor español de la casa de mis abuelos, le habrá quitado la amargura que el fin de semana me hizo tomar las tijeras de podar para distraerme.
El limonero ya marcará su presencia en futuras ensaladas y tengo pensado plantar un membrillo. Quién sabe si en unos años más, podré subirme por el tronco, aperado con un salero para, sentado en alguna rama e idealmente acompañado de alguno de mis hijos, y mejor aún, de algún nieto, comernos los membrillos aun verdes, muy ácidos y con ese gustito especial de estar contradiciendo a los adultos.