Declaración de intenciones de un Teatroaficionado
Escojo el palabro Teatroaficionado como parte del título de mi primer artículo en esta sección, que pone a mi disposición la revista digital Artez, porque en él se funden dos acepciones que, de alguna forma, definen mis gustos o preferencias, en lo que a las artes escénicas y la música se refiere, y que condicionarán los contenidos que aparezcan en la sección.
Por un lado soy un gran aficionado a las artes escénicas en toda su extensión. Me apasiona todo lo que tiene que ver con el arte en el espacio escénico, sea cual sea su formato o geometría. Es decir, soy Aficionado al Teatro.
Pero, por otro lado, de entre todas las alternativas que tiene un creador, sea individuo colectivo o grupo, para llevar a la escena su obra, me decanto de forma especial por la opción amateur. O, lo que es lo mismo, me gusta el Teatro Aficionado. Concluyendo, podría decir que soy un aficionado al teatro aficionado, de ahí Teatroaficionado.
Sobre mi afición a las artes escénicas, poco que decir. Ante el alto grado de pluralidad, diversidad, heterogeneidad y eclecticismo de la escena española me entrego con curiosidad y confianza a los espectáculos que permiten liberar en mí -como pedía Artaud- la libertad mágica del sueño. Quizás por eso, no soporto las engañifas, la pretenciosidad o las copias serviles de la realidad. Quiero que me traten como espectador adulto –que lo soy- e inteligente –como si lo fuera- con honestidad y verdad. En el mundo de la cultura, prefiero la palabra arte a la palabra comercio o industria.
Y me gusta el Teatro Aficionado porque siempre he tenido esa propensión, quizás enfermiza o acomplejada, que tienen algunos defensores de causas perdidas, a situarse del lado de los más frágiles, indefensos o incomprendidos. Al igual que ellos, mi causa es aportar mis granos de arena al fortalecimiento, capacidad de resistencia, posibilidades de defensa y mayor visibilidad y reconocimiento, de lo que algunos defensores de la excelencia cultural de escaparate, denominan despectivamente agrupaciones o manifestaciones menores, como son el teatro universitario, los títeres o el teatro amateur. Yo rechazo radicalmente el calificativo de menores -se aplique a quién se aplique- aunque sea a las agrupaciones de teatro aficionado o a sus producciones. Más que menores deberíamos decir que son minoradas.
Ciertas administraciones o entidades minoran conscientemente los recursos asignados al teatro aficionado, quizás influidos por unos pocos aristócratas del arte, próceres defensores de esa excelencia cultural mal entendida y elitista, que ven en él un enemigo a batir.
Los recursos asignados por muchas administraciones a la promoción y apoyo a la producción o distribución del teatro amateur son, salvo honrosas excepciones, ínfimos cuando no nulos. Esta desatención o minoración es de tal magnitud, que solo se explica como resultado de una conducta de discriminación culposa e intencional destinada a producir un efecto segregante y excluyente hacia el teatro amateur.
El teatro amateur se mueve en un marco legal y en un ordenamiento jurídico que le imponen obligaciones y responsabilidades y les ampara en su capacidad de actuar como sujetos de derecho. Y ese derecho debería permitirle realizar su actividad sin tener que defenderse a cada paso. Ignorar, subestimar o reducir a su mínima expresión un derecho amparado por ley, sienta las bases de una flagrante discriminación. Y hoy en día solo se acepta de buen grado la discriminación si es positiva y se aplica para corregir una desigualdad o un perjuicio prolongado que por lo regular castiga a los más desfavorecidos. Pero el teatro amateur no pretende una reparación por el daño sufrido en el pasado ni un trato preferencial que podría perjudicar a los que no son culpables de esa discriminación histórica. Solo aspira a acceder a los recursos, servicios y a ocupar los espacios que, en proporción a su nivel de actividad o volumen de producción, tenga derecho.
Y por eso, desde este rincón, esquina o pequeño espacio, me esforzaré en que se visualice esa actividad y dimensión real del teatro aficionado, en el panorama de las artes escénicas de nuestro país, para que se le valore como se merece. Ni más, ni menos.