A Love Supreme en O Porto con Rosas. Anne Teresa De Keersmaeker y Salva Sanchis
En el silencio reverbera la música de los cuerpos de cuatro bailarines. Un movimiento coral que aúna etérea fluidez y fuerza sutilmente pasional. Un movimiento en el que destacan los enlaces de brazos en los contactos entre los cuatro bailarines. Un movimiento, en el silencio, que establece, sin que podamos detectar marcas coreográficas predeterminadas, una especie de melodía dancística cohesionadora. Y, fundando esa melodía dancística, una armonía diversa y heterogénea, basada, primeramente, en la disparidad de las fisonomías y de los cuerpos: Thomas Vantuycom, blanco, más corpulento y robusto, de pelo muy corto y barba; Jason Respilieux, blanco, más delgado, de aspecto frágil, de cabello más largo y encaracolado; José Paulo dos Santos, negro, de cabello muy corto y aspecto atlético; Bilal El Had, blanco, de pelo corto encaracolado y aspecto atlético. No hay enormes diferencias fisonómicas entre José Paulo dos Santos, Bilal El Had, Jason Respilieux y Thomas Vantuycom, pero sí se capta esa diversidad en las apariencias y, por supuesto, también, en las texturas energéticas y en las calidades más sutiles del movimiento.
Después de este inicio coral, sigue, en el silencio, la improvisación a solo de Thomas Vantuycom. Arranques súbitos y pausas. Modulaciones de la marcha con detenciones y arranques. Ligereza y robustez, exaltación y serenidad electrizante.
Comienza a sonar la música de John Coltrane y los cuatro bailarines se sitúan en el proscenio, en una verticalidad flameante en el juego con la ondulación de los brazos. La parte I, de las cuatro que componen la música, titulada Acknowledgement, se compone de una multiplicidad de combinaciones de frases dancísticas en las que alternan líneas rectas y ondulaciones. Secuencias de unísono a dúo y, a continuación, el unísono se extiende a los cuatro bailarines.
Hay secuencias en las que la geometría de las repeticiones de diversos tipos de movimiento generan una envolvencia tanto o más intensa que la de la música.
La iluminación apenas muta. No hay efectos espectaculares ni escenográficos ni lumínicos. La luz es intensa cuando el movimiento se acerca al frenesí de la exaltación y fluctúa hacia lo tenue en los pasajes de mayor impresionismo, o, en otras palabras, de mayor recogimiento.
La secuencia de percusión de la parte III de la música, titulada Pursuance, es bailada a solo por el bailarín negro, José Paulo dos Santos, en agitación de brazos y piernas, con impulsos de movimiento en staccatos explosivos, que incluyen giros vertiginosos. En la improvisación, el bailarín, marca coincidencias en gestos, realizados con las extremidades, respecto a algunas percusiones en los platos.
Los movimientos más sostenidos y lentos, combinados con arranques impetuosos e impulsos rápidos, entran en líneas de movimiento siempre muy limpias y concretas.
Secuencias de heterogeneidad y simultaneidad de movimientos, en las que los cuatro bailarines casi parecen multitud. Ahí se cierne sobre el escenario un efecto de complejidad y exuberancia.
El solo del contrabajo, del final de la parte III, Pursuance, se corresponde con el solo de Jason Respilieux. El bailarín más delgado, situado en el fondo del escenario, ejecuta movimientos de elongación en la vertical, estirándose y cimbreando. La profundidad de campo, al estar el bailarín en el foro, y esos movimientos de alargamiento en la vertical, producen un efecto en el que la imagen y el tiempo se convierten en una cuerda elástica y vibrante. La cuerda elástica es el bailarín y el tiempo del movimiento y del contrabajo, la vibración la experimentamos nosotras/os.
La parte IV de la música, titulada Psalm, se corresponde con una de las secuencias grupales más hermosas, en las que el grupo se va desplazando por el escenario, contactando entre ellos con enlaces de brazos, hombros y espaldas.
En ese desplazamiento grupal realizan diferentes portés, elevando y transportando a Thomas Vantuycom. El arranque del movimiento del conjunto resulta casi deíctico, como si las diferentes partes del cuerpo en las que se sitúa el impulso del movimiento despertasen ráfagas de viento, concomitantes a los haces de sonido.
Todo A Love Supreme es un prodigio de elegancia y exaltación.
Los cuatro movimientos musicales: Acknowledgement (reconocimiento), Resolution (resolución), Pursuance (seguimiento) y Psalm (salmo), más el preámbulo en silencio, abriendo la pieza con la musicalidad desplegada por el propio movimiento de los cuerpos, componen una pieza capaz de transportarnos.
Hay cambios en los tempos y una combinación insistente de frases breves musicales y dancísticas que generan una estructura abierta y más modal que tonal. He ahí, quizás, esa capacidad de transportación a la que me refería.
A Love Supreme de Anne Teresa de Keersmaeker y Salva Sanchis, Compañía Rosas (Bélgica), el 1 y 2 de noviembre de 2018, en el Teatro Rivoli do Porto (Portugal), nos hizo sentir, ciertamente, una suerte de amor supremo: el de la libertad que cabalga sobre las alas del movimiento, de la mano, o mejor dicho, del cuerpo de bailarines virtuosos, en los que instrumento e instrumentista se confunden, intérprete y creador se fusionan, danza y recepción se funden. Un viaje hacia el centro.
La necesaria estructura de la libertad, entre improvisación y coreografía o partitura. Cuando la calidad del movimiento hace desaparecer su complejidad y la musicalidad de los cuerpos convierte el tiempo en una geometría tan limpia y concreta como cálida y humana.
Afonso Becerra de Becerreá.
P.S. – Sobre la danza de Anne Teresa De Keersmaeker, en esta misma sección de Artezblai, también pueden leerse los siguientes artículos:
“Anne Teresa de Keersmaeker y el eco de la palabra en el cuerpo”, publicado el 19 de febrero de 2016.
“Escuchar la danza con Anne Teresa de Keersmaeker”, publicado el 17 de enero de 2014.
“Más allá de la danza. Cuaderno d’Avignon”, publicado el 16 de agosto de 2013 (sobre Partita 2 de Anne Teresa de Keersmaeker y Boris Charmatz)