Y no es coña

¿Por dónde estamos?

Ya está. Otro año más. Todos los tópicos posibles se han colocado en nuestras redes, televisiones y programaciones teatrales al uso. Y siguen las dudas perennes. Y no se sabe qué preguntar primero. ¿Por dónde empezamos o continuamos? ¿Dónde estamos exactamente? Supongo que ahora los listos de las listas en pasado imperfecto harán las listas del futuro en soberbia perfecta. Nada que objetar. Cada cuál debe rellenar sus páginas en blanco con lo que tenga a mano. Hay cosas bastante peores.

A veces contemplando las programaciones siento pánico. ¿De dónde sale tanta energía malgastada en cientos de estrenos tan efímeros como la propia vida? Y, sobre todo, ¿dónde se renueva esa energía para que no veamos brechas, faltas de estrenos, tormentas de ilusiones colocadas cada semana en salas y teatros? Me gustaría saber el número de actuaciones que tienen todas y cada una de las obras estrenadas. Temo lo peor. Más fácil, ¿cuántos espectáculos de toda índole, independientes, oficiales, comerciales o semi, subvencionados, coproducidos pasan de las diez funciones? ¿Cuántos pasan de 25? He visto con buen criterio a unos amigos celebrando con gran fiesta y alegría su función número cincuenta. No quiero hacer la pregunta pesimista, pero me obliga la tercera voz de mi cabeza, ¿en cuánto tiempo se logran estas cifras? 

Por eso retomo la pregunta del titular, ¿por dónde estamos? No esperen que diga que estamos donde siempre, porque pasan los años, pasan los ministros, pasan los líderes de opinión y políticos, sindicales, jóvenes generaciones de profesionales de las artes escénicas y algo ha pasado. Estamos un poco más atrás. No hay tensión ninguna, no hay protesta de ningún tipo, parece que se admite la situación actual como algo irremediable, incorregible, perfecta, inmejorable. Esto significa que predicar sobre las posibles maneras de hacer un futuro mejor es cosa no bien aceptada. Aquí se mide todo por éxito o conspiración. Los fracasos siempre son culpa de los otros. Los éxitos se miden en términos mercantiles, no culturales. No hay valoración artística, social, cultural, solamente cuantificando las entradas vendidas que en tantas ocasiones dependen esas cifras de asuntos no precisamente culturales, ni sociales, simplemente publicidad, propaganda, efectos colaterales de la televisión y el famoseo.

No soy de los que considera que una obra de teatro que tenga éxito, que lo vea mucho público, es, por definición, mala. Mi teoría ingenua que repito una vez más es que un trabajo bien hecho, una buena obra, con buena dirección y buen reparto debe abrirse el hueco que requiere en las programaciones. Lo que expreso con más voluntad que acierto es mi alerta sobre el sistema de venta y compra de los bienes teatrales actualmente vigente al comprobar que los espectáculos más contratados pertenecen a un número limitado de empresas, lo que llamo con dolor el oligopolio. 

Por lo tanto, y sabiendo que pertenezco a una casta de degenerados protestones, que no queremos callar ante lo que pensamos va mal, pero que queremos mantenernos en el optimismo por la confianza en el ser humano, incluso en el ser humano convertido en actor, gestor o programador, quiero señalar que estamos en un momento crucial de nuestra historia, que existen, en el papel, otra cosa es en la práctica, instituciones que podrán ser un millón de veces mejor utilizadas, que existe lugares para formarse, que hay teatros y salas donde ofrecer lo hecho, lo malo es que todo está asilvestrado, sin ordenar, sin presupuestos suficientes, sin el aliento político adecuado para llevarlo a lo ideal. Y que nadie se da cuenta de esta situación. Yo veo cada vez una dualidad insoportable. Quienes viven de su trabajo con cierta dignidad, y quienes viven en la miseria absoluta. Y es una miseria no solamente económica, sino ideológica, que hacen y hacen y no dejan de hacer, pero no se sabe bien para qué lo hacen. Ni por qué lo hacen. 

Mi idea es que llegará un día, cuando todo se rompa definitivamente en las urnas como parece se aventura, que se volverá a repasar los textos de hace unos años, aquellos planes de teatro, la necesidad de una ley de teatro, volver a pensar sobre lo que se puede hacer con los más de setecientos teatros públicos infrautilizados, qué se quiere hacer con la Cultura en general. Y ahí veremos que estamos, en cuanto a las estructuras teatrales, a mucha distancia de la inmensa mayoría de los países de Europa. 

No anima mucho la autarquía ignominiosa que, por ignorancia, abuso de posición en el mercado, ambición económica y desidia egocéntrica  nos han llevado. O hemos llegado todos de manera voluntariosa. 

Que ¿dónde estamos? Mirando las musarañas. O el BOE. 


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