Reciclaje
Nadie podría cuestionar el hecho de nuestra sociedad viviendo un estado febril producto de un consumismo irreflexivo, donde el desecho injustificado parece ser una de sus más graves consecuencias. Quien pueda leer estas líneas, según algunas proyecciones estadísticas muy bien fundadas, vivirá para el día cuando en los océanos las bolsas de plástico superen en número a la cantidad de peces, bolsas que en su mayoría han contenido otras bolsas, y estas a su vez, más bolsas, a manera de una Matrioska rusa de lenta, muy lenta, bio degradación.
A manera de un ejemplo entre demasiados, los pañales desechables, esos que fueron concebidos para facilitarles la vida a los padres, se la están poniendo difícil a la naturaleza ya que a pesar de demorarse entre 100 y 300 años en degradarse, los seguimos utilizando y seguiremos utilizando, seguramente hasta que la mierda nos llegue hasta el cuello, eso si no la tenemos ya en esos niveles.
El desechar objetos materiales, ha transformado en una actitud normal eso de reemplazar en vez de cuidar, y, en caso de avería, simplemente reparar. Eso que hacían antes nuestros antepasados y que está olvidado, o al menos dormido.
Además, bajo la directriz de obsolescencia programada introducida como principal mandamiento en la cadena de producción regida por el mercado, nada es para siempre. De esta manera la impersonal maquinaria productiva puede seguir funcionando ad infinitum.
Así como los bienes materiales se han vuelto desechables, ni pensar en eso tan poco práctico de un abrigo heredado del padre que apenas abriga, o una joya de la madre, con poco valor monetario, pero con un enorme valor sentimental. Ese romanticismo sepia del pasado está en vías de extinción y solo lo podemos encontrar en una película de bajo presupuesto, antes de su desaparición definitiva.
El mundo se ha transformado en un diminuto universo de ignorancia o respeto por lo antiguo o con aquello capaz de transmitirnos un poco de historia y respeto por el pasado.
Solo estamos utilizando y desechando sin tener conciencia de lo ignorantes en que el consumismo nos ha transformado.
Mis abuelos estuvieron casados toda la vida, mis padres se divorciaron cuando yo tenía 20 años y yo terminé mi relación marital cuando mi hija tenía 5 años. Mis hijos están viviendo en pareja sin casarse. No defiendo ni menoscabo la institución del matrimonio ya sea civil o eclesiástico, pero sin duda es un botón de muestra de nuestra era fundada en lo desechable.
De manera esperanzadora han surgido algunos personajes extraños, pero, sobre todo, anti sistémicos, verdaderos terroristas para el mercado, quienes bien podrían transformarse en ejemplo para otros por el solo hecho de ser diferentes, al tratar de vivir en una cultura del reciclaje; no desechar sino rescatar, reparar, restaurar, continuar sirviéndose de aquello aun potencialmente útil.
Si desechar lo material nos ha llevado también a desechar relaciones sentimentales, quizás al reciclar el reloj de bolsillo del abuelo, o el camafeo de la abuela, volveremos a tener al menos una comida al mes con toda la familia sentada a la misma mesa.
Reciclar y reciclarnos es nuestra única premisa de sobrevivencia.