Con la mierda hasta el cuello
Estoy literalmente con la mierda hasta el cuello. No en sentido figurado, sino que real. Vivo en un rincón de mi ciudad donde algo de espíritu campestre queda aún. Es muy agradable, pero como nada es perfecto, nuestro sistema de alcantarillado no está conectado a los intestinos de la ciudad por donde circulan líquidos misteriosos que van a parar a lugares misteriosos. Nosotros tenemos un sistema propio y después de 30 años de uso sin mantención alguna, obviamente colapsó. No voy a ser demasiado descriptivo de la situación porque esos líquidos que definitivamente no son cristalinos, inundaron mi vida.
Ah, y para peor, todos sabemos que los problemas no llegan solos. Pareciera que se potencian entre ellos y después de haber estado agazapados, basta con que uno desajuste nuestra tranquilidad, y los otros aprovechan la instancia para salir de su escondite. Se rompió el ducto principal que nos proporciona el vital elemento, el agua. La Fontana di Trevi era un tímido chorrito comparándola con mi propia fontana. Por supuesto, el más feliz fue el pasto, quien refresco los 34 grados a la sombra, con una inundación.
Como no podía llorar sobre la leche derramada, porque no era precisamente leche, tuvimos que actuar.
Pala, escoba, manguera, teléfono, todos los recursos fueron desplegados y a pesar de ocurrir los hechos durante un fin de semana, porque los problemas por supuesto aguardan el peor de los momentos para manifestarse, controlamos la situación. No está solucionado, pero al menos controlado, lo cual nos permite pensar en el camino a seguir.
“Con dinero baila el monito” y el recurso monetario siempre es escaso, por lo que a cotizar se ha dicho.
Como dije, no tenemos solución aun, pero la vamos a tener.
Este caso es demasiado particular, aunque se puede perfectamente extrapolar a cualquier problema en la vida. No se debe dejar pasar el tiempo como para llegar a un momento de colapso, y si así fuese, tampoco debemos actuar de manera impulsiva porque eso podría agrandar el problema, claro está que tampoco podemos relajarnos, lo que provocaría sin duda una catástrofe.
Lo primero es bajarle el nivel a la crisis para transformarla en problema y después terminan haciendo desaparecer el inconveniente.
El dejarse estar y el precipitarse, tienen el mismo potencial de efecto negativo.
Lo sé porque en más de alguna ocasión he pecado de acción y/o de omisión.
Es tan fácil escribir y tan complejo actuar.
Me siento como un crítico literario capaz de ensalzar o destruir a un autor, sin ser el mismo, capaz de escribir buena literatura surgida desde su propia experiencia vital.
En mi país el padre Gatica, predica, pero no practica y, sin temor a equivocarme, todos nos hemos puesto en más de alguna ocasión la sotana del sermón a los otros sin nosotros mismos actuar en consecuencia con aquello sabemos correcto.
Nadie nos prometió que esto de vivir la vida iba a ser fácil, pero como es la única que tenemos, al menos que tengamos pruebas irrefutables de ello, a vivir se ha dicho porque a pesar de sus reveses, la vida es maravillosa.