Entre taxidermistas y enceradores
A veces comento con los que todavía aprecian un buen arroz que noto el paso de los años en las rodillas y en mi nivel de intolerancia indisimulada. Antes, la espontaneidad, la pasión, mi manera asertiva de expresarme me parecían valores que arropaban y hasta escondían mis insuficiencias intelectuales o técnicas para entender una obra, un montaje, una tendencia o una situación propiciada por acciones gremiales o institucionales. Con el paso de los años, el equilibrio de la testosterona y una magnífica influencia de personas con las que compartí parte de mi vida, empecé a entender que casi todo es relativo, que, en estos asuntos de las artes escénicas, casi nada es para siempre, que hay movimientos profundos, otros circunstanciales, muchas modas y, sobre todo, grupos de presión, colectivos que se forman en centros de estudios, en bares o en despachos, que durante un tiempo marcan el paso.
Resumo, me crié teatralmente en Barcelona, desde el Teatro Independiente, en mi caso hasta “Experimental”, estudios en lugares que marcaron época, Adriá Gual e Institut del Teatre, contacto con los movimientos más importantes de los años sesenta y setenta. Pasé ligeramente por el teatro comercial, una gran escuela para mí. Después, circunstancias de la vida, acabé en Vitoria, en una cooperativa teatral, allí pude desarrollar con el apoyo de mis compañeros todo lo que había aprendido en Barcelona. Llegué con la intención de pasar dos años como mucho. Fueron más de treinta. Me siento como parte del teatro vasco de los ochenta hasta hoy.
He hecho de actor, director, dramaturgo, productor, programador, docente, crítico, informador. Y sigo haciendo, cuando toca, algunos de esos oficios. Y lo hago con la misma ilusión que el primer día. Pero con una distancia vital. Ya he comprendido que mis opiniones no son otra cosa que una manera de entender el mundo, las artes escénicas, las relaciones entre escenarios y plateas. Y que se fundamentan en la experiencia, en la comparación con otras experiencias americanas y europeas, por lo que sin considerar que valgan nada más, que el valor que cada cual le otorguen, las seguiré emitiendo con un afán sencillo: advertir de que tal como sopla el viento va a llover. O habrá tormenta. O sequía. Un labrador de los escenarios. Un paisano de las manufacturas escénicas. Ni un teórico, ni un sabiondo, ni alguien que se crea tener poder porque escriba, sentencie o aplauda, según, también, sus conocimientos y sabiduría. Algunos hablan de deontología.
Por lo tanto, siendo alguien que va a los teatros, más a los alternativos que a los oficiales, por costumbre, no hay nada de apriorismo, puedo decir que me doy cuenta de que empiezo a volverme intolerante, o más intolerante, ante el teatro destreatalizado, sin tensión dramática, neutro, de las supuestas adaptaciones, que son una miseria dramatúrgica, de las invocaciones a los grandes autores del siglo pasado, ahora libres de ataduras de propiedad intelectual, a los que en ocasiones se les maltrata por ignorancia manifiesta, voy a intentar ponderar mis apreciaciones por prescripción facultativa.
Discutí desde el respeto y la admiración con Alfonso Zurro porque había “tocado” el texto de ‘Luces de Bohemia’ de Valle-Inclán. Me parece un texto capital. No hace falta tocarlo. Es una opinión, soy un loco de este texto, paseo por los lugares de Madrid que aparecen en la obra, nunca me atrevería a montarla, porque me parece descomunal. Entiendo a Zurro. Entiendo a quienes solicitan libertad para tocar todos los textos. Mantengo mi intolerancia con algunos textos. Y este que menciono es uno de ellos.
Pongo este ejemplo por simple cercanía, ya que a mí me deja muy contrariado ver lo que se está haciendo con García Lorca. En general. No quiero particularizar. Pero veo supuestos trabajos de adaptación que son aberrantes, que convierten obras de clara visión progresista de la sociedad en algo reaccionario. O una obra de mujeres hecha por hombres, con un añadido de la directora que es una contradicción total. Sí, claro, libertad de expresión. Pero también para los que discrepamos. Tengo la sensación de que ahora en los escenarios españoles se premia a los taxidermistas. Un cadáver al que se le rellena de cosas vacuas y simplemente se le pone en una postura diferente, aunque sea confundiendo sobre el texto primigenio.
No tengo intención de insistir demasiado en estos asuntos. Hay otras tendencias en nuestros escenarios que me preocupan más. Este neorrealismo que transporta asuntos informativos a la escena sin aportar nada más. Por ejemplo. el creer que redundar en lo ya visto y revisto en redes y medios de comunicación es aportar algo nuevo por el simple hecho de hacerlo en una sala de teatro. Estos son enceradores de noticas, de movimientos para que reluzcan bajo los focos. Estoy a favor del Teatro Documento, pero, por favor, definamos el concepto. Estoy a favor del Teatro Comunitario, pero de verdad, no desde la banalización y la superficialidad y a veces, con una carga de oportunismo patente. Estoy a favor del Teatro Colaborativo, pero el de verdad, no el que se convierte en lo contrario, ya que se hace sin los afectados de verdad. Sí, advierto que hay que profundizar, hacerlo de verdad, para que sea inclusivo, incluyente y no una opción para entrar en el mercado.
Lo digo desde una mirada anatómica forense.
Y muy feliz por ser capaz todavía de molestarme con lo que parece irremediable.
Es que he vivido PARA el teatro como para disponerme a ir camino del adiós repudiándolo circunstancialmente.