Audífonos
Décimas de segundo antes de poder saludarlos, todos los ocupantes de la cabina del ascensor anularon cualquier posibilidad de comunicación al escaparse por los cables de sus audífonos. Por supuesto, para favorecer al mercado consumidor, los hay de todos tipos; algunos pequeños como los ocupados por los guardaespaldas de personas importantes, otros razonables y algunos muy cercanos a un complejo sistema de comunicación entre astronautas con sus cascos puestos.
Allá ellos, allá cada uno con sus preferencias. Cada loco con su tema. Ni el color ni el tamaño, ni siquiera el tipo de música que escuchen es de mi incumbencia.
La molestia se me presenta cuando el volumen absolutamente exagerado de sus sistemas de reproducción teóricamente personales, desborda los audífonos para inundar mi espacio acústico.
Como ya dije; cada loco con su tema, eso, mientras no intente convencerme contra mi voluntad de que su locura es la única alternativa válida.
O, dicho de otra forma; la libertad individual termina cuando empieza la libertad del otro.
El concepto es sencillo, ampliamente conocido, pero no entiendo por qué le es tan difícil al ser humano poner en práctica lo de la libertad individual.
Esto de la imposición se da en todo ámbito, desde el gusto musical impuesto por la repetición odiosa de alguna canción, la cual terminaremos tarareando como acto reflejo, a la dictadura de algún macabro dictador, pasando por la moda de aquello que está bien o mal usar.
Contra mi voluntad me ha tocado escuchar cada sonido, sonido mal tildado de música por quien se está destruyendo los tímpanos y de paso mi tranquilidad.
No quisiera opacar la imagen del señor Ebenezer Scrooge de un cuento de navidad escrito por Charles Dickens, pero al no poder espantarlos con agua, opto por alejarme lo más posible.
Después pienso que con mi actitud escapista solo estoy avalando su desconsiderado actuar, de cierto modo agresivo, de invasión sonora, actitud que sin duda repetirá incomodando a otros. Y lo peor de todo, he logrado alejarme del desagradable sonido, solo para encontrarme con otros audífonos impertinentes.
¿Solución?
Educación en el respeto. Respeto en su más amplia acepción; por el prójimo a quien en más de una oportunidad desconsideramos, por las leyes que, a nuestro pesar, nos permiten convivir en relativa armonía, por el medio ambiente tan maltratado por la ambición desmedida, por uno mismo…
Claro está que en el respeto también está implícita la tolerancia.
Muchas veces exigimos se nos respete, pero olvidamos tolerar, en un evidente respeto hacia el otro. Nos creemos el centro del universo, sin considerar que solo somos una estrella más en el firmamento de la humanidad.
Sin opacar a nadie, y por supuesto sin permitir ser opacados por otros, todos podemos brillar.
Aunque pensé que nadie me escucharía, igual saludé con un «buenos días», y para mi sorpresa, más de la mitad de quienes compartían conmigo la diminuta cabina del ascensor, respondieron a mi saludo.
Siempre se puede tratar incluso aunque las barreras parezcan infranqueables.
Buenos días, aunque estén con audífonos.