La bailarina que sí bailaba siempre / Raquel Garod / Mercedes Imbernón
Hay una silueta en un espacio vacío se muestra un cuerpo
«Hay noches para degradarse. Requieren de una elegancia precisa. Reservas de marca blanca. Acompañan el descenso de la subida. (Hay murmullo pero Glass se calla). Vienen las mareas. Suben el volumen mientras se agitan. Su sacudida es seca. Hay unos pasos de baile sobre superficies hechas grieta. Yo no hay baile. No. No hay baile. Pero hay quien lo intenta.»
Los que conocemos la dramaturgia de Raquel Garod no nos hemos visto sorprendidos por lo descarnada de su palabra y por la desnudez de su contenido dramático. Obras como El Grito; Sin nombre. Yo; Fragmentos para un cuerpo expresivo; Concierto de silbato para silencio o la coproducción hispano marroquí Je suis toi dejan la estela de una gramática rota en su forma y en su significado para ir más allá de la palabra y encontrar un sentido oculto. Y es que Raquel no escribe desde el remanso tranquilo de las aguas serenas, sino que su turbulencia tiene mucho que ver con la forma en la que percibe el entorno y de cómo se enfrenta al devenir diario. Ella escribe desde la descomposición del universo, desde la fragmentación de los contenidos y desde la disfunción de las partituras.
‘La bailarina que sí bailaba siempre’ se construye desde la negación del hombre que se presenta como bailarín, pero que nunca baila y, sobre todo, ante una bailarina que sí baila pero que se hace la muerta. Entre estos extremos, entre estos espacios de significación, la dramaturga murciana traza caminos laberínticos de búsqueda cuya respuesta es el silencio y la oscuridad.
Además de escribir el texto, Raquel Garod lo interpreta ante el público. El poder de su presencia física así como su capacidad para crear espacios desde el movimiento, generan líneas de significado escénico que cobran su actualización en la fuerte corporeidad que le da a las palabras de su obra.
De la mano de Mercedes Imbernón, Raquel construye un personaje desde el minimalismo escénico puesto al servicio del protagonismo del texto y de la expresión dramatúrgica del universo que propone la autora. En el espectáculo hay sutil dirección de escena basada en el equilibrio de la palabra, el movimiento y la expresión corporal, que confiere un ritmo quebrado por la presencia de silencios que transportan sensaciones de angustia.
La iluminación, a cargo de Jesús Palazón, es una propuesta subsidiaria de la crisis que nace del texto.
El espectáculo es un viaje al interior del personaje, a ese espacio roto y doloroso en el que se niega la propia acción de salvación. El espectador no puede sustraerse a este viaje y queda suspendido en una tensión angustiosa desde el principio hasta el final.
El teatro es algo donde ocurre algo y donde el espectador se asoma para ver algo. El entretenimiento no es gratuito. La diversión no es gratis porque cuando lo es, cuando el espectador no se deja jirones en la representación, ya sea con la risa o con el llanto, es porque alguien ha tapiado las ventanas de su alma. En ‘La bailarina que sí bailaba siempre’ pasó algo y los espectadores asistimos al devenir de un algo que enriqueció y aireó nuestras almas.
Fulgencio M. Lax