La voz, magia necesaria en escena
Acabo de escuchar el prodigio de una voz sin artilugios, el canto profundo del hombre que nos lleva al principio mismo de la humanidad. La voz humana sin artificios electrónicos, sin micrófonos, pura y libre, grandiosa e íntima, el mejor instrumento musical, puerta radical de otros mundos.
Cantos sagrados, ensalmos curativos, conjuros místicos, depravación de taberna, berridos de aficionados, la voz es la clave de siempre para alcanzar otros estados, puerta hacia otras realidades, nuestro sonido abismal.
Pero la voz no sólo es canto, también se articula en mensajes, en poesía, en bendiciones y su contrario, en diálogos, en teatro. ¡Qué delicia escuchar una voz ferviente que lanza imprecaciones en un foro, fuerte, vigorosa, profunda, sin el auxilio de un micrófono, sonido natural, tan potente como un mar desencadenado, tan poderoso como la magia del amanecer, voz que trasciende las edades y rompe diques, voz teatral!
Alto, detengámonos, no hablo de la voz engolada de los acartonados escenarios del teatro costumbrista, hablo de la técnica de impostación, del vigor de una caja torácica, de un manejo del cuerpo que incluye el uso de la voz en todas sus posibilidades.
En los cursos de actuación el manejo de la voz y la dicción es de lo menos solicitado, es visto como una habilidad pasada de moda, y tal vez tengan razón. Pero, ¿hay algo más pasado de moda que el teatro? No hablo de su vigencia y necesidad, hablo de las modas, como las series, como los youtubers, como de los eventos deportivos. El teatro es un invitado silencioso, aunque siempre haya estado ahí.
Proclamo que el teatro es una herencia ancestral, que sus dos mil quinientos años de existencia no lo ha agotado, que la Antígona de Sófocles es tan actual como la pieza más intrépida de hoy, que el vehículo de esa maquinaria es el actor y la escena. Y el actor necesita de su voz. Cuerpo y voz.
La voz y la palabra sufren en nuestro teatro. Si alguna vez la alambicada impostación era una cualidad actoral, en especial entre los varones, hoy es síntoma, y con razón, de la falsedad de interpretación, pacotilla escénica, acartonamiento. No obstante, esos defectos no le quitan ningún valor a la fuerza de la voz. Abandonar las posibilidades de la voz es un extravío: los ensalmos, los sortilegios, los conjuros, las imprecaciones ¿qué fuerza va a transportarlas si no es la voz? Grito o canto, arrullos o invectivas, proferir augurios o repartir enconos, la puerta a otros mundos, síntoma del trance…
Teatro y voz, teatro y palabra, no hay remedio, pasado de moda o de vanguardia, dramático y post dramático, dicción y vocablos, de memoria o improvisados, el actor, el interprete tendrá que vérselas con su instrumento vocal y mientras mejor lo controle más recursos tendrá en escena. Es y será un vector de la creatividad escénica. Lo sabemos por el extraordinario vigor de los instrumentos musicales en escena. Guitarra o chelo, piano o batería, trompeta como las que rompieron las murallas de Jericó, los instrumentos en escena se transforma en verdaderos personajes, por su forma y por su sonido y el sonido musical combinado con el canto es una forma de comunión.
La escena no es cualquier lugar, la escena es un espacio transformado, alquimia potente aun en los espectáculos de calle en donde cualquier modesto rincón puede convertirse en una cueva de las maravillas, cuando se traza el marco sagrado y se abre un camino, y con la voz, como llamado ancestral se inicia el espectáculo.
Aquí estoy, aquí estamos; y a partir de este momento el tiempo normal se detiene para transitar por otros tiempos y otros espacios y otros caminos.
Público y actores reunidos, en los espectáculos más refinados o en los más directos, se inician con la autoridad de la palabra proferida: la voz. Cualquiera puede ser actor, aunque no cualquiera lo es. Pero la exigencia es la misma: manejo de voz, control de la dicción, uso de las emociones, cuerpo bien adiestrado, indispensable disciplina para asumir la responsabilidad de la escena, como ocurre con los bailarines, con los cantantes, con los pintores, con los músicos. Más allá de nuestras fuerzas: el teatro.