Peter Brook, Premio Princesa de Asturias de las Artes 2019
Peter Brook es una figura mítica del teatro contemporáneo. Su voz pausada, su ritmo profundo, su deseo de encontrar y mostrar un camino desde el escenario, lo convierten en un renovador escénico en la misma estirpe de Stanislavski, Gordon Craig, Meyerhold, Artaud, Brecht, o más cercano a nosotros, Grotowsky, cuyo concepto de Teatro Pobre fue determinante en la búsqueda teatral de Brook.
También encontramos en este último registro su inclinación hacia un teatro ritual que busca un acercamiento a lo esencial a través de la escena, algo que finalmente combina con una investigación fincada en las neurociencias, tal vez porque ha llegado a la conclusión de que el cerebro es la base de la mente y que sin cerebro no hay espiritualidad. Y el teatro es cuerpo y mente unidos en una travesía escénica, en un espacio vacío cuyo principal vehículo es el actor.
Con Grotowsky, Brook entendió que el actor es el portador del drama del que emana palabra, decorado e iluminación. Y el actor adquiere una dimensión de oficiante. No es el frívolo representante de una sociedad consumista: es una especie de tótem viviente que puede abordar otras realidades. Pero Brook huye del lado sectario que puede desprenderse de esta visión: el teatro sigue siendo para él escena, actores, una historia, luces: es decir un vehículo de diversión aunque tenga otros posibles significados. Brook siempre ha rechazado la idea de convertirse un gurú al estilo indio: es director teatral, no guía espiritual.
Cuando se vive 90 años se pueden acumular varias vidas, cada una con su propio sentido, con caminos diferentes, y significados distintos…
Las vidas de Peter Brook son múltiples, con un registro teatral aunque no sea en el teatro. Como actor, director o realizador en Inglaterra (y en inglés) hasta los cincuenta años con trabajos memorables en las compañías más prestigiosas y los actores más conocidos.
Después cambia radicalmente, se instala en París, crea su propia compañía en 1971, El Centro Internacional de Teatro, en una búsqueda hacia el interior del ser que culmina con la formidable-memorable adaptación de El Mahabarata el clásico de la literatura hindú. Tres obras secuenciales que finalizan con una noche completa de teatro. Peter Brook es el derviche, el buscador de la verdad, el iniciado y hombre remarcable que convierte a la escena en un terreno de búsqueda, una especie de tubo de ensayo en donde el ser se observa y avanza.
Pero no le basta este conocimiento y entra de lleno al teatro musical, pues la música forma parte del ritual. Aborda la ópera como un rito en el que la realidad de la voz transforma al espectador y a los interpretes. De Carmen de Bizet a La Flauta Mágica de Mozart, Peter Brook busca lo esencial de esta forma teatral. La voz es el primer paso de la magia. Y sus cantantes son siempre buenos actores.
Finalmente encontramos la búsqueda en el cerebro humano. En sus últimos años Brook ha mostrado una fascinación por el funcionamiento del cerebro. Sus obras son como muestrarios de comportamientos humanos.
L’homme qui… El hombre que… basado en el libro de Olivier Sacks El hombre que confundía a su mujer con un sombrero…
Je suis un phénomène Soy un fenómeno basado en un libro de Alexandre Luria.
The Valley of Astonishment”, el Valle del Asombro es su última producción en el que busca saber las peripecias del cerebro. (Y aquí pienso en mi cerebro como un gran templo o una pirámide) La frase sale de otra obra puesta en escena por él: La Conferencia de los pájaros de basada en la obra de Farid al-din Attar un místico árabe.
Para él hay una galería de personajes únicos creados por la singularidad del cerebro, y eso es lo que trata de rescatar. En general se trata de la misma galería de personajes singulares que aparecen en L’homme qui y continúan hasta la última obra The Valley of Atonishment.
Brook forma una compañía con actores llegados de diversos horizontes. A partir de 1975 sus obras son en francés y se convierten en referencia de la escena internacional. Las mejores ocurren en los años desde finales de las años 70 hasta principios del 2000 y tienen lugar en un espacio de culto: El Teatro des Bouffes du Nord, un milagro si consideramos que estaba a un paso de ser demolido cuando fue recuperado por Brook. Es aquí en donde podemos pensar en el destino del teatro: un espacio abandonado que por la gracias de la acción dramática y el talento de muchas personas se convierte en un laboratorio del conocimiento.
C’est souvent beau, un vieux théâtre, mais toute mise en scène y reste confinée dans des espaces d’autrefois. Un théâtre tout neuf peut être dynamique et pourtant rester froid et sans âme. Aux Bouffes du Nord, on est frappé par la noblesse des proportions, mais en même temps, cette qualité est cassée par l’apparence rude du lieu. Ces deux aspects font un tout.
Frecuentemente es bello, un viejo teatro, aunque ahí cualquier puesta en escena quedará confinada a esos espacios de antaño. Un teatro nuevo puede parecer más dinámico y sin embargo no tener alma. En el de Bouffes du Nord, quedamos pasmados por la nobleza de las proporciones, pero al mismo tiempo, esta cualidad queda rota por la rudeza del lugar. Estos dos aspectos eran un todo.
Peter Brook, 1974.
Si debiéramos proponer un trabajo que resumiera los otros, ese sería la transformación de Le Bouffes du Nord. Hay que estar en el interior de este espacio para conocer el espíritu de Brook, pues a pesar de ya no dirigirlo desde hace nueve años, Brook sigue presente en cada representación, en cada ambientación, cada noche. Su foro es la escenografía perfecta para cualquier obra. ¿Se puede encontrar mejor definición del Espacio vacío?
Se ha estudiado poco la relación entre este espacio y las creaciones de Peter Brook desde 1978. Sería difícil pensar en una evolución de su carrera sin el encuentro con este espacio cargado de historia que sin Brook y su compañía ya no existiría. Yo puedo testificar que se trata de un espacio cargado de Espíritu y que difícilmente obstruye una puesta en escena. Es un espacio cálido, amable, apto para las alfombras que tanto gustan a Brook.
En 90 años Brook conoció en vida a Brecht, tuvo oportunidad de oír de Stanislasvki estando en vida, trabajar con Grotowski y saber de los cineastas más interesantes. Es un espectador del siglo y su afición por el teatro lo lleva por senderos conocidos.
Al otorgarle el Premio Princesa de Asturias el jurado reconoció en Brook el mejor director de escena del siglo XX. Nunca mejor definido el trabajo de un director que significa una síntesis activa de las teorías teatrales contemporáneas.