Capitán Araya
Querámoslo reconocer o no, todos hemos desempeñado en más de una ocasión en nuestras vidas, el papel del famoso capitán Araya, ese valiente capitán capaz de embarcarlos a todos, incluso en las aventuras más descabelladas, y por supuesto, a la hora de partir, quedarse en la playa. Proactivos les llaman ahora. Personas capaces de impulsar a otros a llevar adelante una iniciativa, sin ellos mismos hacer demasiado.
¿Necesarios o un simple estorbo?
No cabe ni la menor duda de como todos y cada uno de los diferentes roles son indispensables para el éxito de cualquier iniciativa. El imaginativo capaz de transformar una idea en una posibilidad, el promotor capaz de impulsarla, el jefe capaz de ordenar a sus peones para ganar la partida, los peones que como egipcios sudarán hasta lograr el objetivo y por supuesto, quienes usufructúen de ella.
Todos son necesarios, nadie sobra.
Perdón; todos somos necesarios, nadie sobra.
Sin mencionar a los actores intermedios y solo hablando de los extremos ¿qué sería de la mejor de todas las ideas si nadie pudiese hacer uso de ella?
Basta con sacar de escena cualquiera de los roles como para que la obre no sea posible.
Jamás me ha incomodado desempeñar alguno de los roles, pero lo que si me molesta, y de sobre manera, son aquellos individuos de frases absolutistas, tales como las de un hincha deportivo, quien arrellanado en su sillón, con una cerveza en una mano y en la otra el control remoto del televisor, es capaz de afirmar: «Bien, ganamos el partido de futbol como lo merecemos, o, mal, los jugadores perdieron por no sudar la camiseta.»
Sería más honesto aplicar el plural en cualquiera de los dos casos y no solo cuando se gana.
Este ejemplo, incluso ridículo que de tanto escucharlo, pasa inadvertido, sucede en otros ámbitos del accionar humano, desde un asado de fin de semana, hasta el nuevo plan de negocios de una empresa multinacional.
No faltan aquellos especialistas en atribuirse con bombos y platillos los triunfos ajenos, así como de culpar encarnizadamente a otros por sus fracasos.
Aunque nadie es perfecto, al menos sabemos que si es perfectible.
Todos nos podemos equivocar, todos podemos obtener logros.
Creo, sin temor a equivocarme, justamente porque de las equivocaciones es de lo que más se aprende, que deberíamos tener la entereza suficiente como para aceptar nuestras responsabilidades por los fracasos de nuestra actuar, así como de festejar con energía nuestros aciertos.
Nada es eterno y el tiempo se encargará de redimirnos de nuestros errores, pero también de ir diluyendo nuestros triunfos.
El capitán Araya ha pasado a ser parte del acervo cultural de todo un pueblo, y sin haber hecho nada, ni bueno, ni malo. Quizás sea mejor trascender por la vía de las buenas acciones con beneficios no solo personales, sino para otros, porque serán esos otros, quienes se encargarán de perpetuar en la memoria, nuestros logros, pero cuidado, dependiendo de la envergadura de nuestros errores, también seremos condenados por la memoria.
Alguna vez la manera de trascender fue siendo héroes para que historiadores contaran nuestras hazañas, luego, con la influencia de la religión, llegar a ser santos era el objetivo. Hoy quizás baste solo con ser felices, la meta más difícil de todas.
El capitán Araya, podría ser feliz incluso quedándose en la playa.