Mónica Calle y el ensayo como obra de búsqueda más allá
La trascendencia, la belleza y lo sublime se podrían asociar como atributos o virtudes del arte. La obra de arte busca, persigue, la trascendencia a través de la belleza y de lo sublime. La cuestión es si resulta posible alcanzar estas excelencias, por decirlo de algún modo, sin una implicación personal que vaya más allá de lo profesional. ¿Es posible alcanzar la trascendencia y lo sublime sin ultrapasar las reglas y hábitos que el oficio estandariza? ¿Es posible llegar a esos clímax sin entregarlo todo, incluso nuestros aspectos más vulnerables, menos aceptables y menos vendibles? ¿Es posible lograr la trascendencia y lo sublime sin el coraje de aceptar nuestros errores y limitaciones para, así, traspasarlas?
En este lugar, las artes vivas, el teatro y la danza, no pueden cerrarse en la obra acabada, en el resultado rematado y perfecto. Sin el temblor y el titubeo de la nota musical que, en su perfección, está a punto de precipitarse al abismo del desafine, no emerge, bajo mi punto de vista, lo sublime y no se rebasan los límites que la trascendencia parece demandar. La metáfora de la nota musical, del sonido, se puede trasladar al movimiento del cuerpo en la superación del esfuerzo y de sus posibilidades o habitualidades expresivas.
Quizás por eso, toda pieza de artes vivas que tenga esa vocación no disimula su naturaleza de ensayo, de intento desnudo, e incluso descarnado, por encaminarse más allá de la meta. Más allá de la moda y de las tendencias “Trending topic”. Más allá del “Like” fácil y fungible. Más allá de los parámetros del marketing de espectáculos. Más allá del relato, más allá de representarnos una historia trascendente, para ser, directamente, trascendencia en acto, sin doble articulación, sin el apoyo de un argumento que nos sosiegue con sus explicaciones o con sus razones, sin coartadas para perpetrar ese arrebato que viene de lejos. Sin otro apoyo, tal vez, que los sueños, las pesadillas e impulsos que nacen de lugares recónditos de la persona, que se lanza, con valentía, a esa aventura radical (casi extrema).
Pienso en todo esto y dejo sin escribir lo más importante, porque se me escapa, después de asistir a Ensaio para uma Cartografia de Mónica Calle, el sábado 15 de junio de 2019, en el Centro Cultural Vilaflor (CCVF) de Guimarães, dentro de la programación de los Festivais Gil Vicente de Teatro Contemporáneo.
No me extraña que Ensaio para uma Cartografia de Mónica Calle agotase las localidades en el Teatro Nacional Dona Maria II de Lisboa y en el Rivoli do Porto, en 2018, o en el Wiener Festwochen en Austria este año, con el aplauso de la crítica y del público.
Se trata de un ensayo, impresionante, que intenta cartografiar la capacidad y la voluntad, la lucha feliz y dolorosa a la vez, para tocar el arte como algo que nos sobrepasa pero que, al mismo tiempo, está en y entre nosotras/os.
Doce mujeres desnudas en escena, integralmente, que desnudan el proceso y el concepto de la trascendencia, de la belleza y de lo sublime en el arte.
Un camino en el que intentan, en formación triangular, como cabeza de lanza, que apunta hacia nosotras/os, danzar al unísono. Hacer de la individualidad, de cada una de ellas y de cada movimiento, una comunidad y una comunión, una religación en la religión y en la fe en si mismas, en el proprio esfuerzo, dedicación y afán de superación.
En esta secuencia repetitiva de la coreografía, con la música del Bolero de Ravel, impetuosa y de una sencillez casi tribal, escuchamos a un exigente maestro de orquesta que interrumpe, en múltiples ocasiones, el ensayo, porque algún aspecto no acaba de estar en el punto que él considera necesario. Entonces todo vuelve a recomenzar, pero en cada intento se produce un inevitable incremento de la tensión rítmica por acumulación.
A ésta se suma, también, la secuencia en la que las doce mujeres desnudas, cuatro violines, cuatro violas y cuatro violonchelos, intentan afinar y tocar una pieza. Podemos darnos cuenta de que muchas de ellas no son músicos, pero se han entrenado con el instrumento y ponen todo su empeño, sin concesiones, en hacer música. Pero la melodía se tambalea y fracasa y, entonces, vuelven a recomenzar, en una adición en la que la fe en el hacer, la paciencia y la resistencia se ponen a prueba.
También hay que sumar la secuencia hipnótica de las carreras, hacia delante y hacia atrás. Desde el foro hasta el proscenio, en avance, y del proscenio al foro, en retroceso. A través de una trama de franjas de luz que hace parpadear la imagen de los cuerpos en su denodado ir y venir. Una idea coreográfica aparentemente sencilla y, sin embargo, en la intersección con la luz y con la ejecución actoral, se convierte en un prodigio de belleza, tras la que también late el riesgo físico del choque o de la caída.
Entre los factores de la suma surge la secuencia en la que escuchamos a otro exigente maestro, esta vez del campo de la danza, durante un ensayo. Las doce mujeres, de una en una, se van calzando las zapatillas de ballet e intentando, al máximo, bailar sobre las puntas, desafiar la gravedad y ofrecernos los pasos más bellos de los que son capaces, aunque podamos percibir sus límites y adivinar su aguante y empeño, a punto de quebrarse en algunos casos.
Antes de todo esto, remontándonos al principio de Ensaio para uma Cartografia, todo el elenco, formado por Ana Água, Cleo Tavares, Eufrosina Makengo, Lucília Raimundo, Mafalda Jara, Maria Inês Roque, Miu Lapin, Mónica Calle, Mónica Garnel, Roxana Lugojan, Sílvia Barbeiro y Sofia Vitória, entra en el escenario vacío. Linóleo negro en el suelo y muchos aparatos de iluminación a vista del público. La luz también en la grada del público. Mónica Calle se presenta y nos presenta a cada una de las personas del equipo artístico, incluidas las que están en labores técnicas. Nos cuenta la génesis de esta pieza, que tiene sus orígenes en una crisis personal y profesional que vivió hace un tiempo, en su fe en el arte como lugar de encuentro. Nos confiesa que es una persona de fe y que posee un sentido religioso, aunque para ella la religión esté relacionada, directamente, con la etimología de la propia palabra, en su acepción de religarnos con nosotras/os mismas/os y con las/os otras/os.
Entran las doce mujeres, vestidas con sus ropas, traen consigo un instrumento musical (violines, violas y violonchelos) y unas zapatillas de ballet. También entra un hombre con una cámara pequeña. Después de la presentación, el hombre se baja del escenario y estará en el patio de butacas grabando la pieza. Una mujer, en el centro del fondo del escenario, bajo una luz cenital, da unos golpes ceremoniales de inicio, con un bastón en el suelo. Entonces ellas apartan los instrumentos hacia los laterales del escenario, se quitan la ropa y los zapatos, los pliegan y saltan del escenario a la patio de butacas, dejándolos al pie de la primera fila de butacas, para volver subir a la escena desnudas.
Un inicio sin poses y sin la activación de la convención general del teatro de la ficción. Realidad acordada o, en cierto sentido, partiturizada. Dramaturgia posdramática. Aún así, este comienzo, no solo como declaración de principios, funciona para establecer ese pacto de cooperación y de relación (encuentro) directo con el público. Sí, como comunidad a la cual se dirigen y con la cual van a compartir algo excepcional.
El desnudo al que acabamos de asistir, no solo es físico y visual, sino también conceptual, existencial y filosófico. Ensaio para uma Cartografia va a desnudar el camino, los sueños, las metas. Va a abrir ese espacio íntimo, de vulnerabilidad, en el que podemos observar y, si estamos receptivas/os, comulgar con los errores e intentos de las artistas por hacer arte, por encontrar o darle sentido al trabajo…
Un camino en el cual la superación del dolor no se oculta y, en el cual, la belleza y la trascendencia surgen de esa misma resistencia y de querer construir una pieza de arte con nosotras/os y para nosotras/os.
Tal vez es esta conexión lo que más me impresionó: la manera de mirarnos directamente, con la luz encendida en la grada del público. Una mirada valiente y sobria, sin enfatizar ni forzar nada, mientras intentan alcanzar, con nosotras/os, esa pieza de arte que exige una entrega total y sin concesiones a la pose. Una mirada directa que parece solicitarnos ayuda (solidaridad), compañía, en ese camino ardiente, para intentar, quizás, negar la soledad. Una mirada directa, que nos hace darnos cuenta de que es en el acto de compartir donde se construye la posible obra de arte y se conquista la trascendencia.
Me encantó, también, después de la función, al lado de Rui Torrinha, director artístico del CCVF, poder conversar un rato con Mónica Calle. En la proximidad, sentir la emoción en sus ojos intensos al hablar de este Ensaio para uma Cartografia, sentir a su presencia atractiva y singular. Tan singular como la propia pieza que acababa de ver. Darme cuenta de que el temblor, que yo había experimentado desde mi butaca, durante el espectáculo, estaba también presente, de alguna manera, en el diálogo que ahora, en las distancias cortas, manteníamos. Darme cuenta de que este Ensaio para uma Cartografia viene de lejos y va para lejos, en una investigación personal y artística, muy profunda, sobre los sueños, los límites y el hecho de aceptar y sublimar intentos, errores, crisis e incluso carencias.
Quizás nuestra empatía, durante el espectáculo, también venía dada por esa identificación respecto a nuestras luchas y esfuerzos por superar nuestras faltas, por levantarnos de los múltiples tropiezos de la vida… Por la necesidad de que los denodados esfuerzos de estas doce mujeres, por alcanzar la forma en la que se condensa lo sublime y se conquista la trascendencia, pudiesen fructificar.
Fuera de la exhibición del virtuosismo, del éxito y del triunfo, Ensaio para uma Cartografia, comparte la intimidad, el despojamiento, el desnudo que supone intentar conseguir algo, la fuerza de la perseverancia, el tesón de la fe en el hacer, aunque no se consiga, aunque se falle, aunque no se llegue.
En septiembre sigue la gira por Alemania y después Francia. Mónica y su equipo aún van a seguir añadiendo y probando retos dentro de este Ensaio para uma Cartografia, cuya primera versión se remonta al 2017, porque ese mapa es el de los sueños, el de aquello que queríamos ser o hacer cuando éramos niñas, comenta, y se quedó por el camino. Como, por ejemplo, ser bailarina de ballet o tocar un instrumento. Hay más anhelos que pueden aparecer dentro de ese ensayo que mapea ese encuentro con las otras, con los otros y, a la vez, con una misma, con uno mismo.
La pasión y la singularidad de este teatro portugués, que rompe preconceptos respecto a lo que creemos que es o debe ser el teatro y la danza, y que salta, también, fronteras.