Sobre un mundo de papel que se transforma
Hace unos quinquenios, la editorial que tengo el honor de dirigir, tenía preparadas todas las herramientas para poder editar de manera digital, electrónica. Estuvimos haciendo pruebas, teníamos que decidirnos por el sistema de seguridad para que no se hicieran copias de manera infinita de nuestros libros. Y en una reunión finalista, cuando estábamos arrancando de manera física con nuestra Librería Yorick, alguien pensó en voz alta y nos hizo reflexionar sobre diversas cuestiones.
A saber: en aquellos tiempos se empezaba a detectar una piratería excepcional en los libros digitales. Las grandes editoriales multinacionales luchaban por ganar espacio y para que se utilizara su sistema de seguridad diseñado por ellos; las plataformas de globalización empezaban a editar en digital, a autores noveles y a grandes autores y a vender los soportes para leerlos. Es decir, nos dimos cuenta de que entrábamos en un mundo desconocido, lleno de trampas, de requisitos técnicos y tecnológicos que no estaban bajo nuestro control, por lo que fuimos enfriando nuestro legendario optimismo y afloró la contradicción de estar promocionando una librería y a la vez emigrando a otro lugar intangible, hasta que a este cura se le ocurrió soltar la frase definitiva: “no creo que se pueda ensayar con una tableta en la mano”. Como siempre, la demagogia se enfrentó con los hechos y tardé unos pocos meses en ver a alguien ensayando con el texto visionado en una tableta, aunque debo señalar que no era una actriz, ni actor, sino el ayudante de dirección y a la sazón músico.
Siguen pasando los años, se han desarrollado todo tipo de plataformas y no parece que sea noticiable nada referido al libro electrónico, ni a su distribución, ni a su promoción. Y en el específico territorio del dedicado a las Artes Escénicas, seguimos pasando hojas de papel, aunque existan mucho material digitalizado y a disposición de los usuarios e investigadores. Las nuevas editoriales dedicadas a la dramaturgia actual, aunque tengan capacidad de meterse en la venta en línea de libros electrónicos de su catálogo, siguen en el mundo del papel, que, de alguna manera, es tan propio a una actividad artística tan artesana como son las artes escénicas.
Probablemente exista un presente paralelo en el sentido de la transmisión inmediata a todos los lugares de los libros electrónicos. Nadie se puede negar a esa posibilidad. Nosotros, como editorial, hemos tenido ofertas serias para algunos de nuestros títulos referenciales. Y no nos mantenemos en la imprenta por tozudez, sino por una suerte de compromiso y coherencia, por mantener una idea más romántica de la edición y de la transmisión de conocimientos. Sí, es cierto que ahora utilizamos la denominada edición digital, que abarata mucho los costes, que nos permite hacer reiteradas impresiones de cantidades menores, no como antes que imprimíamos por millares. Vamos acomodándonos a la realidad, pero ayer que estuve acompañando al jurado de nuestro Premio Internacional de Investigación en las Artes Escénicas, Artez Blai, con una jurado en Bogotá, y los otros dos conectados con ella por Skype, me reforcé en la idea del libro como algo muy útil para el conocimiento fundamental.
Nuestro Premio, desde hace ya años, no tiene dotación económica porque lo hacemos a pulso, sin ayuda ninguna, tiene el propio premio un prestigio adquirido por los libros premiados, concurren investigadores de todo el ámbito iberoamericano, este año, por primera vez un trabajo en euskera, el premio mayor es la edición de la obra ganadora. Y esta mañana he hablado con la ganadora del correspondiente a 2019 y la ilusión, simpatía, agradecimiento al jurado, me ha transmitido algo que no tiene precio: sentir que con esta modesta contribución al pensamiento en las artes escénicas, algunas editoriales ya tenemos un sitio en la pequeña historia y que alguien como éste que os escribe, siente que ha contribuido con esta pertinaz constancia en buscar, crear espacios y editar a quienes piensan teatro, a cumplir con una misión por encima de las expectativas con las que se inició aquel joven muy flaco sobre los escenarios catalanes.
El camino hasta aquí lo he hecho con los muchos libros que he manoseado, con los maestros en los que confié, con las compañeras y compañeros con los que soñé, con la suerte del inconsciente que persigue quimeras y encuentra amistades. Aquel joven, es un hombre maduro, que no puede hacer otra cosa que agradecer a toda la familia teatrera su acogimiento, tanto en lo que es obvio y fácil, como con lo complejo y con muchas dificultades de asimilación. En esto de las Artes Escénicas el yo, siempre debe entenderse como un nosotros. Me siento grande por quienes me han acompañado, de quienes he aprendido a quienes he admirado, admiro y respeto hasta en la discrepancia más radical en algunos aspectos.
Por todo ello, gracias. ¡Viva la Vida! ¡Viva el Teatro! Y sobre todo el teatro que se escribe y se lee, si es en papel, mejor.