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Danza y Emigrantas, según Kirenia Martínez Acosta

En muchas ocasiones, yo diría en la mayoría, las espectadoras y los espectadores, cuando van al teatro, quieren que el espectáculo les hable de algo. Que les hable de algo concreto y perceptible, que les cuente algo. Como si la experiencia artística compartida, con el despliegue de sensaciones y emociones, entre ellas la estética, no fuese suficiente y siempre necesitásemos una coartada argumental. Ese afán confortable de querer saber, de querer que nos expliquen la vida, no deja de ser un engaño.

 

De esa pulsión cognitiva surge la voluntad tematizadora. Tematizar las artes vivas, teatro, danza, nuevo circo, etc., a priori, puede ser un problema, ya que pone la dramaturgia (la composición de acciones) a su servicio. Y ahí nos podemos encontrar con acciones sometidas a la ilustración de los temas escogidos previamente al trabajo práctico, creativo y de composición.

Creo que, en el teatro, e incluso en el nuevo circo, por sus posibilidades miméticas respecto al relato o relatos de la realidad, es más peligroso que en la danza. La danza, sobre todo la contemporánea, en su disparada heterodoxia, es indómita y se rebela contra cualquier apriorismo temático.

Este sábado 22 de febrero asistí al estreno de Emigrantas, de la compañía de danza contemporánea Kirenia Martínez Acosta, en la sala Germán Coppini de la Sede de la SGAE de Compostela. Un buen ejemplo de cómo la danza hace saltar por los aires los apriorismos que un determinado tema le puede conferir.

Kirenia Martínez Acosta es una bailarina y coreógrafa procedente de Cuba, se había formado en actuación en la Escuela Nacional de Arte de La Habana a finales de los 90 y formó parte de la compañía más prestigiosa de las islas: Danza Teatro Retazos, dirigida por Isabel Bustos Romoleroux, con la que obtuvo el 1º nivel de Bailarina de Danza Contemporánea, concedido por el Consejo de Artes Escénicas y el Ministerio de Cultura de Cuba. En 2003 se viene para Galicia y nos hace el regalo de quedarse a vivir y a trabajar aquí. Yo la he visto bailar en las primeras producciones del Centro Coreográfico Galego y también con la compañía Entremáns y siempre me produjo un fuerte impacto. Con su propia compañía, ahora, nos presenta Emigrantas y, para ello, se alía con la poeta Branca Novoneyra, que también ha sido coreógrafa y bailarina a finales de los 90 y principios del 2000.

En el programa de mano nos dicen que “Emigrantas es una pieza de danza sobre la última diáspora gallega, con perspectiva de género. Dos intérpretes en escena vivencian una experiencia central en su generación: la emigración y el retorno de la última diáspora, distintas de las anteriores, pero manteniendo el pasado en la memoria.

La última onda migratoria, deudora de la crisis, es multipolar y multicausal. En la pasada década 47105 personas, entre los 20 y los 39 años, abandonaron Galicia en la búsqueda de contextos laborales más favorables. Nuestra pirámide de población empeoró y el problema demográfico está en el centro de la agenda política gallega. Hay una necesidad urgente de modificar el discurso clásico de las migraciones, válido para entender los éxodos transoceánicos de principios del siglo XX, pero no los presentes.

Un grupo de mujeres creamos Emigrantas, una pieza de danza para bailar datos, estadísticas, vivencias, intuiciones y posibilidades; piezas con las que tejer un ensayo bailado sobre la actual diáspora gallega en compañía de otras comunidades de emigrantas, dentro y fuera de la Galicia interterritorial.

El motor de estas Emigrantas es pensar la actual onda migratoria presente, en complicidad con comunidades gallegas en el exterior y otras emigrantas en Galicia, para así construir una pieza que nos lleve juntas ante el presente fenómeno migratorio.”

Branca Novoneyra, además de poeta, también es licenciada en Ciencias Políticas y ha sido concejala de Acción Cultural en el Ayuntamiento de Compostela. Esta conciencia política se puede apreciar en los puntos de partida que están por detrás de esta pieza de danza.

Sin embargo, la dirección y coreografía de Kirenia, en complicidad con Esther Latorre y David Loira, el elenco, nos presentan un trabajo de alta fisicalidad que, muy inteligentemente, nunca ilustra los temas. Todo ese discurso sobre la migración actual, en conexión con la secular, permanece de fondo, transmutándose, por analogía o de manera asociativa, en algunos movimientos y objetos, como puede ser el fardo del emigrante. El texto, no obstante, podemos escucharlo, en algunas secuencias, en la voz en off de Branca, sirviendo como telón de fondo, sin que la coreografía se limite por él.

“Bailamos y pensamos la última diáspora, sin olvidar las otras” dice la voz en off. Los trajes, del diseñador gallego Jandro Villa, también son una fina hibridación entre la ropa más actual y algunos detalles que evocan la ropa de principios de siglo, en tonos blancos y crudos.

También escuchamos textos más poéticos, al margen de las estadísticas y lo informativo, en los que prima la sonoridad y la repetición. Textos con una matriz dancística y rítmica muy considerables, como aquel de “La rosa escandalosa. La rosa muerta” e el de los viajes por Italia, que establecen misteriosas resonancias con la coreografía.

El movimiento es, en general, enérgico, con algunas secuencias en las que el dúo baila al unísono, duplicando el efecto y la empatía kinestésica que se produce en nosotras/os.

La entrada de Esther y David, con sendos fardos sobre sus cabezas, evoca una estampa del mito emigrante. También aparecen, entre sus movimientos abstractos, algunos apuntes de bailes folclóricos gallegos, ejecutados con los brazos en alto y los pies como en una muiñeira deconstruida. La música que, unas veces, igual que el texto otras, envuelve la escena, mezcla el sonido casi atávico del bombo tradicional con acordes electrónicos. A veces, incluso, aparece un insistente sonido de pandereta con los ritmos tradicionales gallegos y todo esto abre un eco sobre aquella otra diáspora de principios del siglo pasado. También es marca de una identidad constituyente, frente al emporio globalizador. Las emigrantas gallegas, igual que las de otras latitudes, llevan dentro sus paisajes, sus modos, sus músicas, sus añoranzas.

Muy emocionantes son los traslados de David, en los límites del peso y del esfuerzo, como quien avanza cayéndose con el peso, como quien no avanza de manera gratuita y leve. Hay un caminar que casi es un dejarse caer o, al contrario, un aguantar la caída. Lo cual genera una tensión empática sutil y fuerte a la vez.

También la profusión de gestos autoadaptadores, estilizados dancísticamente, que connotan esas dificultades de quien debe marchar de su tierra para intentar tener una vida digna. La gestualidad autoadaptadora nos genera sensaciones de incomodidad y de tanteo de una territorialidad ardua.

Los números dichos y señalizados con los dedos, como en una deixis inquietante, son otro de los juegos que nos propone el dúo. Una deixis que marca, que nos marca, que nos manca, que duele.

Igual que duele el interrogatorio que le hace Esther a David, semidesnudo, sentado, haciendo equilibrios con una botellita de agua en la cabeza y una cucharilla en la boca que sujeta una mandarina. Una performance inserida dentro de la pieza, que roza los límites de lo lúdico y lo surreal y que genera emociones encontradas, entre la comicidad y la incomodidad. Esas zonas ambiguas que nos descolocan.

Como nos descoloca y alucina la muiñeira que deconstruye Esther, al ejecutarla como una azafata de vuelo o algo similar. Igual que la parodia de la Garota de Ipanema que danzan y cantan. Igual que la performance con los pendientes y las cadenas doradas que agita David, dentro de una estética queer que nos traslada a la multiplicidad emigranta actual. En este sentido también es importante señalar la disolución de los roles heteropatriarcales, o la diferenciación de género. Hay una tendencia a la igualdad y a la ambigüedad que, no obstante, tampoco se muestra de una manera marcada o militante, sino de esa manera eficaz que, en las estéticas, tiene lo sutil, para de penetrarnos, sin imposiciones ni panfletos, sin demostraciones.

La performance del interrogatorio sobre los datos personales y el frenesí de los números que nos sitian, nombre y apellidos, nacionalidad, número de DNI o pasaporte, número de cuenta, número de teléfono, etc., acaba cuando Esther le pone a David, sobre el torso desnudo, una banda honorífica con todas las banderas del mundo. Mientras él afirma ser una mujer brasileña, gallega, portuguesa, española, francesa, alemana… Él, que ha conocido la emigración, tanto en Lisboa como en Berlín, debido a que Galicia tiene unas políticas ingratas con la gente de la danza. También la directora y coreógrafa, Kirenia, conoce en primera persona lo que supone emigrar. Y esto no es algo baladí en absoluto, porque la vida, a veces, se cruza con el arte.

La numerología se apodera de ciertos momentos, hasta el delirio paródico de cantar el número de emigrantas como si fuese el gordo de la lotería.

La música disco también suena y sirve para que lo dionisíaco del desfogue estalle sobre el escenario.

Y las secuencias finales son momentos de danza al unísono con mucho aire, desplazamientos, caídas y giros, incluso con movimientos acrobáticos.

Enigrantas está diseñada para poder ser vista en sala o como danza de calle, quizás de ahí derive su ímpetu.

Una pieza que consigue ofrecer flexibilidad, impulso y poesía en un contexto de dureza. Esther y David mueven los fardos y los pesos de la emigración, en un desafío al suelo de hormigón sobre el que bailan. No hay una visión llorona ni rendida, sino reivindicativa y vitalista, incluso humorística.

Como ya he apuntado, me encantó, también, cómo ciertos pasos icónicos de nuestra identidad gallega se asomaban deconstruidos o apuntados, entre la abstracción contemporánea de una danza que lanza las penas y les planta cara.


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