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El orden de prioridades y las titiriteras en estado de alarma

Lo que a mí me gusta es escribir sobre el mundo y sobre nosotras/os, a través de la lente del teatro y de su danza. Pero estas semanas, el confinamiento, por la pandemia del coronavirus Covid-19, impide las artes comunales y comunitarias.

 

La intensidad transformadora, sublimadora y transcendente, del teatro y de la danza, en la musicalización y plasticidad de la experiencia, le da al mundo y a sus avatares un sentido renovado, una luz deslumbrante que espanta los miedos. En los teatros, el mundo, por fin, tiene sentido y armonía, incluso en sus aspectos más entrópicos y caóticos, más terribles y descarnados. Siempre con el calor de lo humano, en vivo y en directo, en el encuentro.

Pero, ahora, en estas semanas de encierro, las artes vivas y relacionales de la danza y el teatro han venido a substituirse, por un lado, por los sucedáneos virtuales, a una distancia profiláctica e inmunitaria, a través de las pantallas, ocupándonos y entreteniéndonos con mayor o menor fortuna y, por otro lado, por el agon (conflicto), la agonía y la crisis de una pandemia que nos amenaza y nos obliga al confinamiento.

Si atendemos a este segundo caso, al de la realidad crítica, en crisis, casi me atrevería a decir que la intensidad de las artes vivas, su lente amplificadora, han venido a substituirse por la intensidad y la lente amplificadora que puede propiciar el encierro, de no haber pantallas que pulan, atenúen y entretengan. O como afirma uno de los filósofos de moda, Byung-Chul Han, pantallas que eliminen la resistencia, rugosa y áspera, de lo real. Este confinamiento podría servir para enfrentarnos a lo que somos, a nuestro relato, a nuestro conjunto de creencias y valores, a nuestras contradicciones…

Más allá o más acá de la intensificación de la existencia, que puede propiciar el confinamiento sin atenuantes, están las necesidades básicas para estos días. Y para mí una de las preguntas clave, quizás, en una situación como esta, es: ¿Cuáles son los bienes fundamentales para la salud humana, cuando las relaciones sociales y los movimientos se restringen, en un ámbito de encierro?

Hemos sido testigos, por ejemplo, de cómo la crisis económica que empezó en el 2008 y se alargó casi una década, en su orden de prioridades acabó por usurpar o recortar muchos derechos de las personas. Fuimos testigos como aquella crisis, aún muy reciente, se cebó con algunos de los sectores más vulnerables, por ejemplo el de las artes escénicas. El orden de prioridades, en el Estado español, estaba en otro lugar y no en el de la cultura y las artes, tampoco en el sector público de la sanidad o de la educación, que se vieron parcialmente desmantelados por los gobiernos autonómicos y por el gobierno central de derechas o de tendencias neoliberales.

Ahora nos aborda otra crisis, más contundente e indiscriminada que la económica. Esta crisis sanitaria, causada por el coronavirus Covid-19, como sabemos, no hace distinciones de nacionalidades, fronteras, etc. Y como en la anterior crisis, los gobiernos y nosotras/os mismas/os comenzamos a establecer un orden de prioridades.

Nuevamente estamos viendo cómo ese orden de prioridades parece dejar en segundo plano necesidades básicas que están en la Constitución Humana, en la constitución de lo humano, como es la realización cultural y artística, en sus diversas y complementarias expresiones.

Pese a las prioridades que se deban establecer en una situación de alarma, pienso que éstas no se deberían utilizar para desplazar o ignorar otros derechos, asimetrías o necesidades que, a simple vista, pudiesen semejar menos perentorios. Por ejemplo, el apoyo y la atención al sector cultural y artístico que, por la intermitencia de sus contratos laborales y por el cese de la actividad remunerada en estas circunstancias, es un colectivo especialmente vulnerable. Un colectivo que ha generado los libros que nos acompañan en este encierro. Un colectivo que ha generado las series de ficción a las cuales accede una mayoría de gente, desde plataformas como Netflix. Un colectivo que ha creado la música que nos anima y nos mueve estos días de aislamiento. Un colectivo que nos ofrecía encuentros artísticos en vivo y en directo, con danza, teatro, circo, etc., y que ahora están parados.

Más detalles sobre el orden de prioridades en un estado de alarma como el que nos ha tocado resistir: descuidar el respeto hacia el feminismo o hacia lenguas minorizadas como el gallego. Estas semanas he visto como el presidente de la Xunta de Galicia, Alberto Núñez Feijóo, del Partido Popular, hacía sus discursos oficiales en castellano, para que todas las personas, en Galicia, le entendiesen bien. También he sido testigo de cómo en esos discursos, del máximo representante del gobierno gallego, desaparecía el lenguaje inclusivo, tan importante para avanzar en un mundo igualitario. Ese sexismo gramatical, que consiste en el uso del masculino con supuesto valor genérico, ha sido la norma en los discursos que he podido escuchar al presidente de la Xunta. Y habrá quien piense que esto es una tontería y que esto ya no importa, en una situación de emergencia, en la cual las prioridades son otras. No obstante, estimada, estimado, yo sigo creyendo que en los detalles vive el diablo.

En esta crisis que estamos padeciendo ahora, en la cual el confinamiento es el medio de lucha contra la pandemia, las personas no solo necesitamos alimentar el estómago o cultivar unas partes del cuerpo haciendo ejercicio físico. También necesitamos cuidar nuestro sistema nervioso y alimentar y cultivar nuestro cerebro y aquello que, metafóricamente, llamamos espíritu, pero que es una parte integral del cuerpo y de la salud. No solo se trata, en estas circunstancias, de la salud del sistema respiratorio, amenazado por el coronavirus Covid-19, sino también de otros sistemas interconectados del cuerpo humano que necesitan de la medicina de las artes y la cultura.

Estamos en el momento de hacer un diagnóstico, no solo de la fortaleza del sistema público de salud para enfrentarse a pandemias como esta, sino también del sistema público de cultura y artes, para proveernos valores éticos, de mayor ecuanimidad, sentido crítico, entereza, lucidez y ánimos, en circunstancias como estas y para alejarnos de fanatismos, discriminaciones y miedos nocivos.

Fruto de esa falta de lucidez y justicia en el establecimiento de prioridades, es la publicación, la semana pasada, en las redes sociales, de un cartel que propició una respuesta del colectivo de las artes escénicas con la etiqueta (hashtag) “YoSoyTitiritero”, “YoSoyTitiritera”. El cartel en cuestión muestra dos imágenes, en la superior aparecen tres hombres famosos del mundo de las artes, yo solo reconozco al actor Javier Bardem y al director de cine Pedro Almodóvar, el otro joven no sé quién es, encima puede leerse la frase, en mayúsculas: “A lo mejor ahora los españoles se dan cuenta de que podemos vivir sin los titiriteros”. En la imagen inferior aparece un agricultor en un enorme tractor, trabajando la tierra, y encima la frase, también en mayúsculas, como continuación de la anterior: “Pero no sin nuestros agricultores y ganaderos”. Todo en masculino.

A esta demostración de falta de valores fundamentales ha contestado, desde sus redes sociales, la dramaturga gallega Laura Porto, de una manera que a mí me ha parecido magistral y me gustaría acabar este artículo citándola (traduzco del gallego): “A los que podéis vivir sin los titiriteros, dad de baja Neftlix, Hbo, Amazon prime, Disney+, Spotify, todas esas cosas. Y ya, de paso, no volváis a encender la televisión ni la radio. Al teatro ya no creo que vayáis nunca. Tampoco volváis a abrir nunca un libro o una revista. Quienes creamos ese tipo de cosas somos todos unos putos titiriteros asquerosos. A ver si os vamos a contagiar el mariconismo, la pobreza, la lucidez, o algo así.

A todos los compañeros artistas que, desde que comenzó esta mierda, ofrecéis vuestro trabajo gratuito para la gente que está confinada, dejad de trabajar gratis, porque la sociedad no lo valora ni lo agradece, pese a que estéis evitando que la gente salte por la ventana con ataques de pánico.

Y después… Por supuesto que los agricultores son fundamentales para nuestra vida. Son las personas que nos alimentan el cuerpo. Los titiriteros lo sabemos desde siempre porque solemos tener los pies en la tierra, pese a que, quizás, los fascistas estáis comenzando a entenderlo y, probablemente, lo olvidéis pronto. Tampoco necesitáis nada que os alimente el alma, porque probablemente no tengáis mucha.»


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