Foro fugaz

El marqués de Sade, hombre de teatro

La primera noticia de la afición de Sade por el teatro la tuve cuando participé en México en Marat-Sade de Peter Weiss, allá por 1968, en la puesta en escena de Juan Ibáñez. Ahí me enteré que Sade había creado una compañía de teatro en el asilo de locos de Charenton, cercanías de París, en donde él estaba prisionero y escribía, actuaba y dirigía al lado de los alienados del asilo. 

 

Por supuesto que entonces ya conocía al Marqués de Sade por sus novelas obscenas difíciles de conseguir en las librerías, más tarde como filósofo de un materialismo ilustrado, ateo con tal convicción que nos hace sentir la presencia de una fuerza invisible en el cosmos, y personaje con un olor a azufre.

Pero, ¿Sade, autor de teatro? Nunca. Y sin embargo, así es: lo que más le interesaba al divino Marqués, era escribir, dirigir, actuar y dejar una huella en el  teatro francés. Falló en su intento como dramaturgo, como muchos fallamos en lo que más anhelamos, pero su esfuerzo está plasmado en varias obras de teatro, casi todas desconocidas. En sus obras completas jamás están considerados sus textos dramáticos con bases clásicas, escritos muchas veces en verso, con nada que se asemeje a los delirios sexuales de sus novelas, o a las convicciones materialistas de sus ensayos. 

En teatro Sade aparece bien educado, sin excesos, tal vez un poco plano y con argumentos poco interesantes ya desde su tiempo. No obstante él creyó siempre en sus capacidad como dramaturgo, y escribió a la Comedia Francesa para que pusieran en escena sus obras, siempre sin éxito. 

Pero al parecer en Cherenton alcanzó, en la modestia de un grupo de aficionados, de locos y de presos cuerdos como él, el placer profundo que siempre buscó en el teatro. Placer que fue interrumpido por los prejuicios de un médico de la corte napoleónica que exigió que fuera suspendida en el asilo este tipo de experiencias. Sade era según el médico, un «ser vicioso al que debían secuestrar en una prisión más dura». Y lo logró, pues la compañía fue disuelta, y Sade se fue al otro mundo en 1814 con toda su creatividad. 

Pocos ejemplos tenemos de los textos representados en Charenton, pero se sabe que atraían a un público fiel que se desplazaba a las afueras de París para presenciar estos espectáculos. Es en este punto en donde apreciamos la aportación de la obra de Peter Weiss, aunque todos los expertos coinciden en que el drama de Marat en su bañera, no tiene nada que ver con las obras presentadas en Charenton. Además se tiene la tendencia a presentar a Sade como un personaje solemne, cuando en realidad debía ser muy divertidos e irónico, y estar más allá de la locura, el crimen y la Revolución: él había conocido todas las prisiones y todos los regímenes. 

Sade es un caso de perseguido más por rumores que por realidades. Fue su suegra la que más influyó en la persecución de Sade, quien aseveró que lo encerraba «por su propio bien». Tan injusta fue su prisión, que ya en la época revolucionaria llegó a escribir en una carta: «Pues si están persuadidos de mi inocencia, ¿por qué me tratan como culpable?» Sade el culpable perfecto por haber sido «libertino», en un siglo de libertinaje. Basta con leer las Memorias de Casanova para verificar lo que ocurría en esa sociedad. Pero Sade se enfrentó a un problema con su poderosa familia política, y desde ahí empezó su persecución. Alentados por el propio Sade a quien le gustaba presumir su libertad, religiosa y sexual. ¡A la cárcel! Desde antes de la Revolución; la leyenda quiere que fuera uno de los presos liberados en La Bastilla el 14 de julio de 1789, y después de la Revolución, porque el puritano Napoleón consideró ofensivos sus libros. Por culpa de Napoleón murieron millones de hombres; la sed de sangre de Robespiere mando a la guillotina a miles de hombres en una teatralidad sangrienta, pero Sade quedó en los anales como el perverso, el antirreligioso, el peligro. Nunca mató a nadie, fue un defensor de la vida en los momentos en que hacía furor la guillotina, fue un humanista. Pero Sade era un peligro para la sociedad y se merecía la cárcel, mientras que en los campos de batalla morían cientos de jóvenes. Pero Sade era ateo, había que refundirlo, como un enemigo público. 

Su hijo renegó de su nombre y borró el ‘de Sade’ de su alcurnia; se acuñó con su nombre una palabra que estigmatiza la crueldad: «sadismo»; sus libros se editaban clandestinamente, y leerlos en público era reprimido. Tuvo que esperar la llegada del siglo XX, de los surrealistas, de Luis Buñuel para que fuera reivindicado, y hoy es un clásico de la literatura francesa. Aunque con los aires puritanos que barren la sociedad, no sabemos por cuanto tiempo. 

Ciudad de México, mayo de 2020 


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