Mascarillas
Vamos por fases. El mundo es infinito y el ser humano vive en el misterio, rodeado de enigmas. Ahora el más famoso es la Covid19 porque puede matar y mata. El ser humano también mata, eso ya lo sabemos y lo tenemos asumido. En el ser (in)humano anida el virus del racismo, de la homofobia, del totalitarismo…
La ciencia progresa, el ser humano puede dar un paso adelante y dos atrás. Aunque la ciencia esté hecha por humanas/os, el ámbito del pensamiento y de los valores éticos es de los más difíciles de labrar.
Se supone que en ese labradío las artes y las ciencias tienen un papel fundamental. Las artes escénicas son de matriz relacional y presencial, de impacto y afecto directos, de ahí su potencial humanístico y su valor en el avance hacia sociedades más cohesionadas y felices.
Las artes escénicas también son una vía de conocimiento, capaces, como la mejor poesía, de adentrarnos en los misterios del mundo sin clausurarlos, sin generar la falsa impresión de que los tenemos controlados o dominados. El dominio y el control es una cuestión más militar y vinculada a relaciones en las que se busca un poder o se intenta salvaguardarlo, en un contexto de propiedad, de esto es mío, esto es nuestro y tú aquí no entras.
Las artes performativas que a mí me interesan son las que nos bajan de los podios, las que nos ponen en cueros, las que nos ayudan a movernos en el misterio sin pretender dominarlo ni conquistarlo, las que nos reconcilian con el misterio.
Avanzamos de fase en medio del misterio. Más allá de la Covid19, los enigmas de la vida siguen ahí. Algunos llevan ahí desde tiempos inmemoriales.
Avanzamos de fase. La propia expresión suena a relato de ciencia ficción. En Galicia, por ejemplo, pasamos a la fase 3, que es la fase previa a la “nueva normalidad”.
Este fin de semana, el sábado 6 de junio, he vuelto, por fin, a ir al teatro, después de meses sin poder hacerlo. He ido a la Sala Ingrávida do Porriño, Pontevedra, que está en el final de su historia. Me han comunicado sus responsables que, por razones personales, cierran. Acabarán la temporada esta, con los compromisos que tenían establecidos, y cierran. ¡Una pena!
En esta pequeña sala he vivido algunas experiencias artísticas inolvidables. Una pena, también, porque Ingrávida siempre ha abierto su espacio a las compañías y artistas emergentes, a las propuestas más esquinadas y marginales, al teatro comunitario, a los proyectos iniciales de pequeños equipos que comenzaban a dar sus primeros pasos. La Ingrávida ha sido un lugar de acogida y libertad creativa.
Uno de sus tesoros es el público, un grupo fiel de espectadoras y espectadores con una impresionante disponibilidad al juego.
Un ejemplo de esta idiosincrasia es el certamen Sumidoiros (Sumideros), al que este sábado he acudido como espectador.
“Sumidoiros es un certamen para personas en formación teatral o compañías emergentes, en el que pretendemos poner en valor las propuestas teatrales en riesgo de acabar en los sumideros. Nuevas y atrevidas propuestas que dibujan el futuro de la escena gallega”. Así se expresa la Sala Ingrávida al respecto.
Este sábado el misterio y lo teatral estaba, también, en el público. Fue una experiencia, en cierto sentido, inquietante. Las sillas separadas y las personas, en la penumbra, con la mascarilla puesta.
Esta sensación era aún más intensa debido a la disposición del público a tres bandas, con el escenario en medio, permitiéndonos, en todo momento, ver y sentir a las espectadoras y espectadores. Aunque podía reconocer algunas caras conocidas, de ex-alumnas y ex-alumnos, y de alguna persona que es público habitual de la sala, la mayoría ofrecíamos una imagen velada y anónima, con media cara cubierta por las mascarillas.
Mi sensación era extraña, muy extraña y difícil de explicar. Algo así como si el sentimiento de comunidad se viese velado e interrumpido. Las mascarillas como símbolo de nuestra fragilidad, contra la fuerza que confiere la unión y la asamblea teatral. Las butacas separadas y las mascarillas, como escudos entre nosotras/os, y ese reconocimiento de la vulnerabilidad, esa señal del miedo y de la precaución entre nosotras/os.
Al mismo tiempo, la mascarilla, en el silencio del rito teatral, me permitía sentir el ritmo de mi respiración. De esta manera, la consciencia sobre el ritmo de mi respiración se transformaba como en una especie de medidor de la eficacia del espectáculo teatral. Si no cambia la respiración es porque tampoco cambia la emoción y porque, en consecuencia, lo que acontece en escena no nos toca. La mascarilla se convierte así en una suerte de amplificador de la consciencia, respecto a los movimientos internos que se generan en la recepción participativa en las artes vivas.
La imagen del público enmascarado en la penumbra, expectante, sigue dándome vueltas en el pensamiento. Esto no es una nueva normalidad, esto es otra cosa que rapta lo extraordinario, que suele atribuirse a la acción escénica, para instalarlo en el estar de la recepción.
Esas mascarillas, por encima de las que asoman nuestros ojos, ese embozo que nos preserva, en cierto sentido, nos convierte, más que en partícipes o testigos, en espías.
Así pues, hoy tengo dudas de si el sábado he visto un espectáculo o si lo he estado espiando.
P.S.- Artículos relacionados:
“FARTS. Las musas artistas y la dramaturgia horizontal”, publicado el 4 de noviembre de 2019.
“Ingrávida y Asombro. Fantoches Baj”, publicado el 14 de agosto de 2015.