Velaí! Voici!

El embrujo de lo singular. Helena Salgueiro en USCénica

Imagínate poder ir al teatro y no ver lo que esperas. Ir al teatro y tener que resituarte. Un lugar en el cual es abolida la convención general de la ficción. Donde es abolido ese pacto de juego con la recepción según el cual la actriz no es la actriz, sino un personaje distinto a ella y la acción que realiza no es la acción que realiza, sino la representación de la acción en un suceso que forma parte de una historia que se nos está a representar aquí y ahora.

 

Un lugar en el cual incluso las convenciones particulares de género, estilo o modalidad escénica se renuevan e hibridan.

Un lugar en el que la actuación se escapa del modo reproductivo y referencial, para crear una realidad en escena en relación a ti y a mí, que es de una singularidad abismal.

La singularidad del ser único, en este momento único e irrepetible. Algo muy difícil de alcanzar en las artes, porque esa búsqueda de lo universal, a veces, nos hace caer en lo global, en las tendencias y en las modas, a las que nos debemos acoger si no queremos quedar en los márgenes.

La singularidad como desafío al tópico en el que podemos reconocernos cómoda y fácilmente. La singularidad como desafío al lugar común, en el que congratularnos por el hecho de saber que sabemos y podemos controlar la situación.

La singularidad abismal nos inquieta y atrae al mismo tiempo por su diferencia, porque fulmina cualquier previsibilidad.

Llegas al teatro y nada es lo que esperabas, ni lo que podías imaginar, adelantándote al acontecimiento artístico.

Llegas al teatro y te sientes perdido, pero, al mismo tiempo, poderosamente atraído. Necesitas estar ahí y ese estar implica una comprensión que va más allá de lo meramente intelectual. La cooperación en el juego artístico se asienta en la fascinación ante lo singular y sus calidades, en la acción y el movimiento, en intersección con los objetos, con la luz y las sombras, con los sonidos y la palabra. Una fascinación sembrada de sensaciones físicas, desde el escalofrío, al peso o a la levedad, al desahogo o al hormigueo, a la exitación… Una fascinación emocionante, que nos toca, de repente, sin previo aviso, cuando una mano de la actriz se agita hacia la luz, de manera espasmódica y ese brazo extendido parece aislado del resto del cuerpo, como en una figura cubista.

Estas y otras oportunidades, también la de la proximidad, aún con la distancia de seguridad por la pandemia del coronavirus, no son las más usuales en las programaciones de los teatros o los festivales.

En Galicia, este verano 2020, ha venido a paliar la crisis y la normalidad un nuevo festival para propuestas escénicas singulares que no suelen encontrar cobijo en las programaciones habituales de festivales y teatros “normales”. Este nuevo festival se llama USCénica y está organizado por la Universidade de Santiago de Compostela.

 En USCénica he descubierto, el 2 de julio, en la Sala Roberto Vidal Bolaño de la USC, a Helena Salgueiro, con su performance titulada Ferro, Federici.

Ferro, Federici es un “poema performático en nueve ciclos”. Me llamó poderosamente la atención la calidad de movimiento de Helena en los nueve cuadros plástico-coreográficos de los que se compone esta performance. La sutileza y la facilidad con la que aparece el movimiento en cualquier zona de su cuerpo y cómo ese movimiento reúne delicadeza e ímpetu a la vez.

Las acciones coreográficas, entre el teatro físico y la danza contemporánea, poseen la capacidad de generar imágenes perturbadoras, en las que florece una belleza pictórica, casi de manera espontánea, sin poses ni manierismos. Esa belleza aparece de forma como desprevenida.

No hay ni una sola concesión al exhibicionismo ni a la ilustración o redundancia respecto a la palabra, que también comparece desde una dicción contenida y de tono amplio y profundo.

Helena es muy joven, sin embargo, se inviste en ella la alegoría de la Mujer y sus heridas, los pesos impuestos sobre el cuerpo de la mujer, la trabajadora no reconocida, la que pare, cuida y es mano de obra… Pero todo esto y más no aparece de manera explícita u obvia ni en la acción, ni en el gesto, ni en la palabra, ni en el tono de esta pieza. Tanto el texto verbal como la acción escénica son  poemáticos.

Ferro, Federici es un poema escénico en nueve cuadros, plenos de pequeños detalles y con la capacidad para fascinar y emocionar. A través de pequeños movimientos y acciones con objetos o en relación a ellos, se producen momentos de irradiación simbólica y metafórica. Por ejemplo, las manos agarrando piedras para fregar el respaldo de un tresillo, sobre el que se desploma la cabeza y los cabellos de la Mujer. Ese respaldo por detrás del cual aparecen los pies y las piernas desnudas, o en el que se apoyan los hombros para que un brazo y la mano busquen la luz recortada de un ventanuco. Una mano que se agita y tiembla, como si cobrase vida propia, hasta cerrar la contra de la ventana y quedar todo en oscuro. Este primer cuadro, con ese tresillo, la lámpara de pie y la ventana lateral, constituye una instalación sobre el hogar en la cual la Mujer es un lienzo cubista, un cuerpo que se parte y se reparte por el espacio, en tensiones y derrumbes simultáneos de diferentes zonas del cuerpo. O el cuadro en el que se revuelve en el tresillo, como si intentase encontrar un acomodo imposible, chocando, de vez en cuando, y de manera casi musical, con dos pilas de platos y tacitas de cristal y cerámica.

La musicalidad del movimiento, el gesto y la acción, es de una finura y una justicia impresionantes. Las duraciones justas para que cada momento alcance la dimensión necesaria a nivel del efecto plástico y poético. La duración necesaria para que se dé la sensación y ésta se transmita de inmediato a la recepción. Por ejemplo, el cuadro de la balanza, la colocación de los pesos sobre el cuerpo tumbado de manera lateral, con la sien sobre los ganchos amenazantes que sujetaban uno de los platos de la balanza, mientras en la sien opuesta unos pesos fuerzan la cabeza a aguantar y otros pesos sobre el dorso del cuello, sobre el dorso del tronco, sobre el dorso de una pierna elevada… hacen equilibrios y generan una posición inestable que nos asombra.

Hay una serenidad y una suavidad, en la manera de transitar por las acciones, que contrasta con la electricidad que despliega en ciertos instantes. Por ejemplo, el espejo circular que oculta todo el cuerpo y del que solo salen las extremidades, brazos y manos, piernas y pies desnudos, para sacudirse en el suelo. La mujer espejo o el espejo con piernas y brazos.

Entre el cubismo y el surrealismo, la performance nos captura y nos lleva irremisiblemente. Las acciones estetizan la herida de ser mujer, sin pretender cicatrizarla, sino descubrírnosla de otro modo. Una manera, quizás, de interpelar nuestra con-pasión y estremecimiento. El dolor, el esfuerzo, el castigo… no son interpretados por la actriz, son construidos de manera icónica y musical, a través de la acción coreográfica, los objetos, la sugestión de las atmósferas que, por veces se crean. El dolor, el esfuerzo, el castigo, la búsqueda… surgen, como flores raras y conmovedoras, de la conjugación del movimiento, la luz, el texto, la música… convocadas por Helena, con esa aparente facilidad y delicadeza, como por arte de magia.

Para mí ha sido una alegría descubrir a esta nueva creadora gallega en este nuevo festival USCénica.

Ferro, Federici, de Helena Salgueiro, tiene momentos que me tocaron profundamente y me costaría describir o explicar el porqué. Aunque lo he intentado someramente, lo más importante que me ha pasado durante esta performance no soy capaz de explicarlo.

Sí puedo decir que fue una experiencia teatral inesperada, que la propia performance me fue llevando, como te lleva una música o algo que te engancha y atrae. Más allá de la dimensión política de toda pieza teatral, en este caso vinculada al cuerpo de la mujer, como máquina de trabajo del capitalismo, a la labor reproductiva y de cuidados no remunerada de las mujeres que, como señala la propia creadora, es expropiada por el Estado desde hace centurias. El cuerpo que intenta descolonizarse y que es señalado como el de una bruja. Más allá de esta dimensión, está ese temblor emocionante que el poema produce. Ese hechizo que Helena despliega con su movimiento, por veces, casi sin que nos demos cuenta. Velahí la actriz creadora y, en su singularidad, enmeigadora (embrujadora).


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