Afecto, verdad y cuerpo en las artes escénicas. Pink Unicorns de La Macana. 36 MIT Ribadavia
No nos engañemos, el teatro no puede ser un engaño. La vida sí. Muchas veces la vida es un engaño. El teatro no puede ser fingimiento. La vida sí. Muchas veces la vida es un fingir. El engaño y el fingimiento en el teatro cantan mucho.
Con las palabras podemos mentir, sin embargo con el cuerpo nos resulta más difícil. ¿Es un tópico, verdad? Pero hay que ser muy experto para conseguir mentir con el cuerpo. Cuando, por ejemplo, estamos mal, nuestro cuerpo tiende a cerrarse y a inclinarse hacia abajo, como si un peso nos rindiese. La compleja musculatura facial también denota nuestros estados de ánimo y por mucho que digamos que estamos bien, si estamos mal, nuestra expresión facial y nuestra posición corporal y el movimiento van a delatarnos.
El teatro se hace con el cuerpo más que con la palabra. Y de utilizar palabras será su corporeidad la que performativice, cree realidad con ellas y las vuelva veraces. La verdad, para mí, queridas/os filósofas/os, tiene que ver con la convicción profunda, instalada en el hardware de la persona, en sus instintos animales y en su intuición mágica, en el cuerpo. Es en el cuerpo donde reside toda la potencia metafísica y donde nace la verdad. Y el teatro se hace con el cuerpo, con toda su potencia metafísica y con toda su verdad. Y la danza, más aún si cabe, claro.
A veces, le pedimos al teatro e incluso a la danza, que nos digan algo, que nos cuenten algo. Ese algo puede hacerse inteligible gracias al orden que, sobre lo real, establece la narratología, el relato, aunque sea a trozos, en una estructura fragmentaria tipo collage. Ese algo puede hacerse inteligible gracias a la percepción de asuntos tratados a través de la acción escénica, aglutinados bajo las perspectivas ideológicas y tematológicas. O sea, que el espectáculo aborde y nos traslade un tema principal y otros temas secundarios. Fuera de estas dos posibilidades parece difícil que un espectáculo pueda funcionar y conquistarnos.
Sin embargo, olvidamos lo más importante, que está vinculado directamente con el cuerpo, desde una óptica holística e integral: el afecto. Lo más importante es que en el escenario pase algo y que eso que pasa, en presente continuo, aquí y ahora, nos afecte. El afecto (del verbo afectar) es la verdad en las artes escénicas, artes performativas o artes vivas. Todo lo demás puede o no puede estar, pero el afecto es (del verbo ser). Ya sé que no resulta nada postmoderno afirmar de esta manera taxativa o hablar de esencias, no obstante, en mi experiencia, es el afectar la esencia de las artes escénicas y es en el afectar, a muy distintos niveles, donde habita la verdad.
A este respecto quiero poner como ejemplo uno de los espectáculos que más me ha afectado en los últimos días: Pink Unicorns de la Cía. La Macana (Galicia), que pude ver en la 36 Mostra Internacional de Teatro de Ribadavia (MIT Ribadavia), Ourense.
Pink Unicorns, dirigida por Caterina Varela, Alexis Fernández y Samir Akika, es un híbrido entre la danza contemporánea, el teatro físico y el bufón. Pero, al margen de la extraordinaria competencia en el movimiento, el asombro de la acrobacia, las gracias en los gags y la frescura en la ejecución, lo que más emociona es la constatación de estar viendo en escena el juego artístico entre un padre (Alexis Fernández “Maca”) y un hijo adolescente (Paulo Fernández). El cotejo de los parecidos y las diferencias, no solo en lo físico sino también en lo expresivo y en lo actitudinal. La verificación del ADN, puesto en danza ante nuestros ojos y nuestra intuición, que capta, incluso, lo que no se ve.
Nos afecta, también, el ser testigos emocionados de la emoción que produce la relación íntima y singular de un padre joven, bailarín y coreógrafo, actuando con su hijo adolescente, deportivo, atlético, desenfadado y en esa edad ambigua, en torno a los 15 años, en la que no eres ni un niño ni un hombre.
Nos afectan, además, no solo los juegos de confrontación generacional, entre las preocupaciones y hábitos del padre y las inquietudes y ansias del hijo, sino también esas zonas fronterizas propias de la danza contemporánea y de las artes escénicas, que tienen que ver con el encantamiento, la sensualidad de los cuerpos atléticos en movimiento, los contactos cuerpo a cuerpo contra el orden tradicional heteropatriarcal, contra la autoridad y sus distancias, contra los tabús… Todas esas aproximaciones en las que Alexis y Paulo, no solo se confrontan, sino que, además, se funden y se confunden felizmente, como dos felinos que juegan, se retan, retozan…
La escenografía de Tilo Schreieck, compuesta por unos enormes hinchables pintados, sobre linóleo blanco, crea esa especie de parque de atracciones multicolor, que invita al juego vitalista y a la posibilidad de configurar y reconfigurar la escena, como si todo ello fuese un juguete y un espacio para la libertad. Curioso contexto para la interacción de dos roles complementarios: padre/hijo, tan aparentemente marcados en nuestra cultura occidental. Unos comportamientos en relación, los que presupone el contrato social y familiar de estos roles, afirmado pero, a la vez, transgredido, por Paulo y Alexis. Es en la transgresión de los roles, en esa danza cuerpo a cuerpo, tan animal y felina, en la que se pueden permitir riesgos acrobáticos, porque el cuidado y el amor es el subtexto, la red salvadora que siempre está extendida. Es ahí, en el riesgo y el cuidado, donde se producen, también, el afecto, la empatía y la sorpresa para mí.
El espectáculo lo vi en su formato de calle, en la alameda de Ribadavia, con el castillo de fondo y aún así, la energía de la actuación nos tocaba de pleno. Ha sido una lástima no haber podido gozar de la concentración y la magia que la iluminación de Alfonso Castro seguramente le aportan a esta maravilla, en la versión en sala.
Alexis es un bailarín y coreógrafo proveniente de Cuba, que lleva muchos años en Galicia y que trabaja con colectivos de danza de diferentes lugares del mundo, como la prestigiosa compañía de Wang Ramírez, la fuerza solar del caribe es sello de su movimiento. Paulo, su hijo, es gallego, pero su madre, Kirenia Martínez Acosta, magnífica bailarina y coreógrafa cubana, también asentada en Galicia desde hace años, es otra fuerza desbordante de la naturaleza. Por tanto, Paulo es un portento moviéndose. Para mí era emocionante, según el momento, reconocer en él a Kirenia o a Alexis o la mezcla de ambos y, por encima de las predeterminaciones genéticas, asombrarme ante la singularidad y la presencia de Paulo. Su capacidad para mutar, no solo vocalmente, de una voz más grave y envolvente que la de su padre y su madre, a una voz aguda, capaz de parodiar y hacer bromas, a su presencia física, por veces andrógina, por veces muy masculina, por veces austera, por veces femenina… Un camaleón de mirada penetrante y retadora o de mirada huidiza y tímida.
Hace años que sigo el trabajo espectacular de Alexis Fernández y Kirenia Martínez. A ésta, debo confesar, que le tengo un cariño especial, desde que trabajé con ella en un curso de dramaturgia postdramática, que impartí en Compostela y desde que la conozco como persona. Siempre me ha impresionado cuando la calidad artística se corresponde con la calidad humana. Así que esta circunstancia tan singular y personal, en mi caso, también se ha sumado a esa verdad que emana de los cuerpos en su actuación sin engaños. Admito que las presencias de Alexis y Paulo, no solo eran las de dos bailarines, padre e hijo, sino también comparecían otras presencias, algunas irreconocibles, como las de sus ancestros, otras, en Paulo, reconocibles por instantes, Kirenia y Alexis. El afectar de la suma o la multiplicación, Alexis estaba multiplicado en Paulo y, al mismo tiempo, Paulo es único. Y aún puedo sumar algo más que se cuela en la relación y que está ahí latiendo: el tiempo. El tiempo que separa y une a Alexis y a su hijo Paulo, a Paulo y a su padre Alexis. La brecha del tiempo colándose entre el juego de similitudes y diferencias.
¿De qué me habla o qué me cuenta Pink Unicorns? No lo sé. O sí lo sé, pero es cosa mía y de cada espectadora. Lo que me importa a mí es la belleza emocionante de esa relación y del espectáculo. Lo que me importa a mí es la verdad que emana del afecto que me produjo ver Pink Unicorns. Lo que me sobrecoge es haber asistido a la existencia de unicornios rosa y que todo ello, además, no sea un cuento.
P.S. – Artículos relacionados:
“La bella levedad de la carne. Wang Ramirez y Michael Clark. GUIdance 19”, publicado el 24 de marzo de 2019.
“Danza y Emigrantas, según Kirenia Martínez Acosta”, publicado el 24 de febrero de 2020.
“Danza contemporánea y política. Una historia… difícil”, publicado el 15 de septiembre de 2019.