Flores para Torgeir
Vi a Torgeir Wethal actuar junto al Odin Teatret en el año 2000 en Roma. Luego no volví a ver espectáculos con todo el grupo hasta el 2011: él ya no estaba.
No llegué a conocerlo.
Pero en el Odin Teatret, Holstebro, Dinamarca, siempre pasan muchas cosas preciosas y bellas para el teatro y la vida.
Estoy aquí para una investigación para un libro y para asistir a los ensayos de su último espectáculo.
Hoy, al terminar el ensayo, Roberta Carreri, actriz del Odin desde el 1974, pide a todos los presentes que la ayuden a vaciar el espacio porque en menos de tres horas iba a hacer el espectáculo “Flores para Torgeir”, que estrenará el 4 septiembre aquí en el Odin Teatret.
Un “ensayo” especial, con todo, vídeo, luces, trajes y sonido para mostrar el trabajo a Anne Middelboes Christensen, una colaboradora del mismo.
Le pregunto, «¿puedo verlo?». «Sí».
Así, esta tarde se acaba de trasformar. Entro, somos cuatro personas dentro de la sala. Un lujo increíble y una vez más un agradecimiento infinito a Julia Varley, Eugenio Barba y a todos aquellos que hicieron posible mi presencia aquí.
Torgeir Wethal fue actor y pedagogo del Odin Teatret desde su fundación en el 1964 cuando con diecisiete años conoció a Eugenio Barba. Con diecinueve años se mudaron de Noruega a Dinamarca junto con el resto de Odin Teatret.
En Holstebro, actual sede del Odin Teatret, vivió y trabajó hasta el día de su muerte, el domingo 27 de junio de 2010. Tenía 63 años.
“Se dice que se muere dos veces, la segunda es cuando te olvidan. No quiero que Torgeir sea olvidado. Por eso le hice este homenaje”, escribe Roberta Carreri, actriz, creadora y directora del espectáculo “Flores para Torgeir”.
No hay nada en escena, solo un fondo, una especie de cortina hecha de miles de hilos que bajan del techo. El fondo cierra en forma de semicírculo el espacio escénico.
Empieza el espectáculo en el que el vídeo nos acompañará por todo el tiempo.
La dialéctica escénica está clara: están Roberta Carreri, con su vida personal y profesional juntas en escena, y Torgeir, ausente en la vida real, pero presente a través del vídeo.
“No soy la misma que era antes de la muerte de Torgeir, ¡nunca lo seré! Pero todavía puedo cantar y sonreír, sintiendo la presencia de su ausencia”, nos avisa Roberta en el programa de sala.
Se recorren, se encuentran, hablan, bailan, se besan, se despiden. ¡Un sueño, un viaje!
En cada fragmento Roberta trae unas flores que acompañan su partituras físicas y vocales. Los textos están reducidos al mínimo, lo pertinente, lo necesario. Los cantos y las palabras de Roberta se acompañan de las palabras de Torgeir dibujadas en el vídeo.
Se disuelven en la niebla, la nieve y el viento danés que abrazó a los dos por muchos años en escena y en la vida.
El espectáculo es sencillamente un sueño, un viaje donde el dolor de la ausencia puede convertirse en una luz que ilumina el camino; es una historia de amor a través de imágenes de su entrenamiento, los espectáculos hechos juntos, los hechos de la vida real y sobretodo lo “poco que queda de todo eso”.
Mi inglés no es fino, así que pierdo muchas de las pocas palabras, pero no importa. El texto aquí no cuenta. Lloro más de la mitad del tiempo. Lloro y me dejo llevar en un universo de amor, ausencia y dolor, donde el excelente trabajo de la actriz nos mantiene en ese nivel tan sublime entre la sensación, la emoción y la vibración en todo el cuerpo. Sin necesidad de que el cerebro se cuestione, pregunte o entienda: un viaje, un sueño, un encuentro que no se tiene que entender. ¡Tiene que suceder!
Una historia de amor de 28 años destilada en un menos de una hora. ¡Sucedió!
Cabe destacar el trabajo transparente y delicado de Stefano Di Buduo, que con una técnica increíble logra hacer que la vídeo instalación en el fondo del escenario desaparezca para dar espacio a Torgeir. De este modo Roberta puede encontrarse y bailar con él una vez más, quizás la última vez, cada noche que se presente el espectáculo.
Y ese “poco que queda de todo eso” me lo guardo y me lo llevo.
Un gran trabajo autodirigido por una actriz que, tras sus 46 años en el Odin, posee toda la sabiduría técnica y poética y la maestría de una gran artista.
Gracias por dejarme ser uno de esos cuatro que nos sentamos para bailar en ese sueño.
Hoy sí conocí a Torgeir.
Gregorio Amicuzi
Holstebro 04 – 08 – 2020