De confinamientos y pesadillas. Melania Cruz y Tito Asorey en A Quinta do Cuadrante
La atención al detalle es una de las condiciones del arte. En las artes vivas, si cabe, resulta aún más difícil esa atención a lo mínimo, a lo más pequeño. En la danza, en el teatro, en las modalidades híbridas, los detalles surgen y se desvanecen, son fulguraciones. La dinámica temporal, en los ejes de la simultaneidad y la continuidad o contigüidad, en la sincronía y la diacronía, hace muy compleja esa atención y ese cuidado.
Me atrevería a decir que un buen espectáculo es aquel en el que la partitura de acciones (la dramaturgia) adquiere sentido, no por los temas que enuncia, directa o indirectamente, sino por la musicalidad y la plasticidad, derivadas de la atención al detalle.
No se trata de que sea necesaria una súper producción. En el plano visual: una sola actriz y la acción lumínica, que puede tamizarse y dibujarse con la intervención de una máquina de humo, por ejemplo. En el plano auditivo: la acción verbal de esa actriz, la música que puede apoyar o generar una cierta atmósfera, en conjunción con lo visual, y los efectos sonoros. Una dramaturgia que calibre su alcance y que cree los cauces para que el río fluya, para que lo vivo viva, para que la furia y la calma, la agitación y el sosiego, encuentren su acomodo. Para ello, desde luego, hace falta oficio (experiencia y conocimiento), talento y una sensibilidad cultivada y refinada. Ecuanimidad y calidad humana (capacidad de empatía y ética). ¿Son muchas cosas? Quizás. ¿Parece una exageración esta pequeña lista de cualidades? Quizás. No obstante, en algunas ocasiones, podemos encontrarnos con propuestas escénicas y equipos artísticos que nos hacen pensar y experimentar algo así. Ese es el caso de O empapelado amarelo (The Yellow Wallpaper) de Charlotte Perkins Gilman, con el que debuta la compañía gallega A Quinta do Cuadrante, integrada por Melania Cruz y Tito Asorey.
Pero el debut es solo de la compañía, porque tanto Melania como Tito son dos jóvenes con una ya amplia y reconocida trayectoria. Fueron alumna y alumno en la ESAD de Galicia, de ese alumnado que se implica en las clases y asume los desafíos con una capacidad de trabajo y una profundidad sorprendentes. Acabaron en la ESAD, en 2012, junto a otros tres colegas, con un Trabajo Fin de Estudios, O home almofada (The Pilowman) de Martin MacDonagh, que les llevo a fundar la Cía. ilMaquinario y a entrar en el circuito de teatros y auditorios de Galicia y de fuera, obteniendo el reconocimiento en los Premios María Casares. ilMaquinario, si no me falla la información, es la primera compañía de teatro gallego en actuar en el prestigioso Théâtre de la Ville de Paris, dentro del festival Chantiers d’Europe, con Resaca (2017), una pieza de creación colectiva que jugaba a la autoficción documental, con dramaturgia de Ana Carreira Varela.
¿La quinta del cuadrante es la quinta de la cuarta parte de un círculo o la quinta de un reloj de sol o del cuadrante que los antiguos marinos utilizaban para orientarse?
Adivinanzas o sortilegios a parte, A Quinta do Cuadrante aparece en 2019 con el estreno de O empapelado amarelo, el 27 de enero en el Auditorio Municipal de Ourense. Más de un año después, pude verlo en la programación de Vigocultura, en el Auditorio Municipal de la ciudad olívica.
Más de un año después vamos a rever aquí este espectáculo que, quizás, hasta podría tener un plus de sentido en las actuales circunstancias. El relato autobiográfico de Charlotte Perkins Gilman, escrito en 1891, nos introduce en un confinamiento traumático. Las circunstancias de ahora y las de la escritora, en aquel momento, no se pueden comparar, pero el agobio derivado sí que, en cierta medida, puede coincidir. En el caso de Charlotte, responde al tratamiento médico, vigilado por su propio marido, también doctor, para combatir el estado melancólico en el que se encontraba después de dar a luz. El encierro en una habitación empapelada de amarillo, alejada de su vocación creativa e intelectual, que acaba por convertirse en una tortura. En nuestro caso, no será solo la tradición machista la que ejerza la opresión, bajo coartadas aparentemente legitimadoras que siempre encuentran maneras de actualizarse (véase el ascenso de partidos políticos de ultraderecha), sino, en este 2020, un virus altamente contagiante y una pandemia que nos confina a no abrir nuestro espacio personal, a mantener la distancia física. Y no olvidemos, si queremos hilar fino, que lo físico nunca va solo, siempre implica lo psíquico.
Esa mujer encerrada y privada de hacer lo que le gusta, me parece a mí que cobra una especial intensidad en estos momentos de limitaciones tan marcadas.
O empapelado amarelo de Melania Cruz y Tito Asorey es una maravilla sobrecogedora.
El relato en primera persona de Charlotte Perkins Gilman es muy duro y dramático, en su postdramatismo de ritual mágico, esconjurador y artaudiano. Sin descafeinarlo, la inteligencia dramatúrgica de Melania y Tito ingenió un espectáculo en el que la actriz logra generar esa fuerza centrípeta, que nos encierra con el personaje en su cuarto. Pero también nos saca de esa ficción densa y nos sosiega, cuando la actriz sale del personaje y nos habla directamente sobre esta aventura intensa, la de entrar en el universo de Charlotte Perkins y traerlo a los escenarios. Melania tiene esa capacidad de fluir entre la ficción absorbente y la realidad escénica, en la que participamos con ella.
Esa búsqueda de la espectadora y del espectador, por parte de la actriz, es una transgresión metateatral respecto al confinamiento del personaje, de Charlotte. Esa aproximación, que ya se hace patente al entrar en la sala y ocupar nuestras butacas, mientras la actriz nos mira, sentada en una silla desde una esquina del proscenio, con la mascarilla puesta, observando el ambiente de la sala, vuelve a darse, sin aviso previo, sin marcas teatralizantes de ruptura, sin el exhibicionismo del entrar y salir en un personaje, para que el presente no se pierda en la alucinación, para que la fantasía no se quede en eso, para que hagamos pie.
Cuando algo así acontece sobre las tablas, asistimos al prodigio del teatro. Un momento de sutileza artística y hondo humanismo. Un circular desde el ahora y el aquí al allí y al más allá, que nos interna en el relato de la intelectual estadounidense Perkins Gilman. Porque en O empapelado amarelo de A Quinta do Cuadrante, se produce una oscilación temporal, casi alucinada, entre el aquí del momento en el que nos encontramos y una dimensión atemporal, de relato casi fantástico, que va más allá de un contexto o de una época determinados, para adentrarse en las fibras de lo humano.
El espectáculo logra esta atemporalidad de cuento, gracias al movimiento, la gestualidad y la dicción de la actriz, que no realiza actividades funcionales ni acciones intencionales de las que deriven las maneras de hacer o de decir de una época histórica determinada. Su gestualidad, movimiento, dicción y, en general, expresividad, se sitúan en parámetros más abstractos y, a la vez, organizados (orgánicos) según los estados emocionales y de pensamiento. Por tanto, siempre tienen sentido, nunca son aleatorios o gratuitos.
También contribuye el juego de luces y sonido, de carácter evocativo, que no representa una casa, una habitación o un mobiliario concretos. Aún así se mantiene, por la referencia textual y al propio personaje de Charlotte, una sutil evocación a finales del siglo XIX. En esa tesitura está el vestuario diseñado por Renata Uzal, que también resulta evocativo de una época y, a la vez, atemporal.
La interpretación de Cruz posee una musicalidad delicada en el gesto mantenido y en el tempo del movimiento, junto a una dicción gallega que se despega de lo castizo, para ofrecernos una estilización muy muy muy sutil, que musicaliza el pensamiento y las vivencias de Charlotte. Cruz nos lleva fuera de lo prosaico, de lo ordinario y de lo común, en la dicción, el movimiento y el gesto. Pero no nos instala en lo teatralizante ni en lo elevado, fuera de lo próximo.
Todo esto se conjuga con la danza espacial y espectral de la iluminación de Laura Iturralde, que nos dibuja las paredes fluctuantes y móviles de esa habitación cárcel, sobre las tinieblas del humo artificial. Paños de luz, trazados sobre el suelo, que pueden resultar más atenazadores que muros de hormigón o piedra, pero que escénicamente crean un efecto fantástico.
Todo ello se entrelaza con el encaje de bolillos sonoro, creado por Xavier Bértolo. La música densifica atmósferas, tensa y alivia momentos, se engarza como una araña por las paredes de luz y humo. Una tela de araña que atrapa al personaje, a la espectadora y al espectador.
En O empapelado amarelo todos los detalles efímeros y fugaces están cuidados. De esa manera, este cuento de pesadilla resulta sobrecogedor y liberador. No es solo el tema o la historia de Charlotte Perkins Gilman, es el conglomerado de sensaciones que produce la actuación de Melania, envuelta en la luz y la música. Es también el momento actual, sitiadas/os por un virus, en una situación que nunca hubiésemos podido imaginar, en una pesadilla de la que un día saldremos.
P.S.- Algunos artículos relacionados:
“Para flipar, mejor la Fariña teatral”, publicado el 6 de enero de 2020. (Sobre el espectáculo Fariña, dirigido por Tito Asorey).
“La maquinaria de la ingeniería dramática y la perplejidad gozosa”, publicado el 12 de junio de 2015. (Sobre Perplejo de ilMaquinario Teatro).
“La suspensión de la lógica. Abel Neves en el CDG”, publicado el 29 de mayo de 2015. (Sobre la interpretación de Melania Cruz en la obra Jardín suspenso, de Abel Neves, por la que recibió el Premio María Casares a la Mejor Actriz Protagonista en 2016).