Mientras espero los resultados
Es tarea dura conciliar la vida de joven emprendedor a la fuerza, con la vocación básica de pertenencia a un mundo que cohabita entre las artes escénicas en la práctica y en sus periferias y su difusión. Cada vez más diluida en conceptos grandilocuentes que enmascaran un compendio de frustraciones. Por decirlo más directo, me empieza a cansar el tener que dar más explicaciones de las debidas ante hechos, circunstancias, decisiones que solamente incumben al funcionamiento interno de una empresa editorial, una librería especializada, la redacción para que salga este periódico digital y la revista ARTEZ, además de las colecciones de libros, realizadas con unas éticas con polvo sobre la práctica periodística y la crítica u opinión ponderada.
Primero una confesión, porque siento entrar en un estado de culpabilidad extraño. No acudo a las decenas de invitaciones para ver y/o participar en festivales, encuentros, retransmisiones, actos de sumo interés que se hacen a través de internet. He participado en dos o tres charlas, encuentros, clases. Me parece una herramienta excelente. Pero dada mi tozudez por reivindicar lo presencial por encima de otro concepto, la coincidencia de tantas propuestas, me imposibilita. No tengo más capacidad de absorción, no puedo estar en dos sitios a la vez, ni siquiera virtualmente. Por ello, a todos los que me invitáis, os lo agradezco, entiendo que es lo que toca hacer, pero no doy más de sí. Y para compensar, en mi descargo, os aseguro que voy cada día al teatro, algunos viendo hasta dos obras seguidas.
En estos meses he escuchado la frase del título demasiadas veces. Mientras espero los resultados. Yo llevo media vida esperando los resultados. Pero cuando empecé a esperar demasiados resultados médicos, comencé en paralelo un ejercicio de desintoxicación que me hace sentirme más activo, menos dependiente. Ya no espero nunca los resultados, siempre aleatorios, por muchas prevenciones que se tomen, de las convocatorias de ayudas de instituciones oficiales de cualquier tipo. No estar pendiente del calendario de presentación de las instancias, de los documentos solicitados, la ejecución de la subvención y demás asuntos, forman parte, a mi entender, de la alienación en que vive la producción de actividades artísticas que deberían estar fuera de estos rituales administrativos que no cuentan con lo efímero del arte como elemento superior.
Llevo más de cincuenta años haciendo teatro en todas sus fases y gremios, más de cuarenta escribiendo y opinando sobre las obras vistas o sobre las políticas de las instituciones respecto a la Cultura y las Artes Escénicas. Por mis críticas y mi actitud he sufrido denuncias, pleitos, insultos, descalificaciones, venganzas, ostracismo. No les guardo rencor. De ningún tipo. Ya, ni siquiera desprecio. Ha dejado de ser algo personal. Aquí seguimos. Alguien no ha logrado sus objetivos.
Tengo la sensación de que he llegado ya a la cúspide de este monte, el mío, y voy caminando hacia el campamento base. Pero como he publicado en decenas de periódicos generalistas, revistas especializadas, he salido por radios, informando y dando opinión, algo tengo muy claro: la libertad de expresión es y será una premisa ineludible e intransferible allá donde yo tenga influencia. En lo que yo escriba y en lo que yo publique como editor o director nunca existirá la censura. De ningún tipo. Y menos la económica que es la que hemos sufrido durante demasiado tiempo de manera grosera. Un colaborador de ARTEZ y www.artezblai.com tiene plena libertad para opinar en el sentido que le plazca. Aunque sea en contra de la línea editorial primaria y la visión de la dirección. Todos saben que hay dos únicas cortapisas: la autopromoción o adulación a uno o a una amiga y el insulto. Lo demás, insisto, aunque no esté de acuerdo con lo expresado, se publica, y hay que recordar que los afectados siempre tienen el derecho a réplica. Y uno sabe, por experiencia, que cuando abre las puertas a un colaborador, este viene con su experiencia y con sus fobias y sus filias, y que, en mi caso, lo que hago, en muy contadas ocasiones, es señalarle algún párrafo que no ayuda más que a crear una crispación, aunque se base en cuestiones opinables, no contribuye a la mejora de nada, sino al enconamiento.
Son malos, malísimos tiempos, para la crítica. Es decir, si yo critico a B, todos sus enemigos me aplaudirán, pero sus amigos pensarán que soy un vendido, un indocumentado y un vicioso. Y lo contrario. Es la polarización de toda la sociedad que nos hace perder esa belleza de los matices y las contradicciones. Y siempre vindicaré la contradicción y la crítica que puede rozar y provocar salpullidos, porque si uno quiere hacer amigos se apunta a una ONG o a Tinder, pero si intenta ir creando colectivamente un discurso para mejorar las condiciones de las artes escénicas para hoy y para mañana, si hace críticas, no hace amigos. Pero los que hace tras una crítica no favorable, cosa que puedo corroborar, son para siempre, para discrepar toda la vida desde el respeto.
Así que a todos los que se sientan señalados, maltratados, ofendidos por mis opiniones o los de los colaboradores que nos acompañan, piensen que es parte de nuestra misión. Y cuando perdemos la razón, exageramos o cargamos demasiado de dramatismo las situaciones, ruego nos perdonen, es fruto de nuestras limitaciones y la fecha de caducidad. Y si leen entre líneas verán que casi todos los que encuentran por aquí, tienen una mirada de larga alcance, que viene de unos tiempos en donde existían programas culturales, los partidos y los sindicatos tenían secciones de Cultura dedicadas a hacer y a pensar. Yo, al menos reclamo ese espíritu, el de pensar y hacer. Mientras espero los resultados os mando un recomendación: leed todos los artículos hasta el final. No son mensajes rápidos, en su retórica, en su desarrollo, está lo sustancial. Si miráis una frase que os gusta u os disgusta, perdéis posibilidades de comprender a esa alma que no busca cariño, sino que a veces grita para que se le escuche. Posiblemente porque no se oye bien con tanto ruido.