Personajes y personas. Doce uvas, dos mujeres y una oliva
Querer hacer teatro. Ser actriz, ser actor, querer hacer personajes. El gusto por dejar de ser una misma y por imitar o interpretar personajes, a través de los cuales podamos desenfrenarnos o experimentar aquellas sensaciones, poses, emociones y actitudes que en la vida nos son vedadas o que están mal vistas. El decoro existe y, quien más y quien menos, nos vemos sujetos a él. Nos movemos en su circunscripción.
Parece consubstancial al oficio de ser actriz o actor el hecho de interpretar personajes, identidades de ficción. Esa, la convención general de la ficción dramática, es una de las circunscripciones más tradicionales de lo que mucha gente entiende por teatro. De ahí deriva el lugar común de que hacer teatro es fingir. Sin embargo, una buena parte de lo que entendemos por teatro contemporáneo funciona liberando la acción escénica de la tarea de representar una historia y unos personajes de ficción. O sea, funciona sin necesidad de hacer que hace, sin necesidad, por tanto, de fingir. Es lo que llamamos dramaturgias postdramáticas, en las cuales las actrices y los actores actúan y crean una realidad escénica sumamente lúdica y estimulante, sin la necesidad de representar personajes o una historia. La dramaturgia postdramática no representa una ficción en escena sino que crea una realidad artística a partir de la realidad escénica.
El sábado 21 de noviembre, en la programación de Vigocultura del Auditorio Municipal, fui al estreno de Doce uvas, dúas mulleres e unha oliva (Doce uvas, dos mujeres y una oliva), de una nueva compañía gallega llamada Olivas Negras, integrada por las actrices viguesas Sonsoles Cordón y Cecilia Vázquez. En la autoría y la dirección Marián Bañobre (actriz de la Cía. Ibuprofeno Teatro), como ayudante de dirección y en el diseño de sonido, la dramaturga Laura Porto, en la escenografía y la iluminación, Beatriz de Vega.
Doce uvas, dúas mulleres e unha oliva se orienta, o eso me pareció a mí, hacia la comedia postdramática, que mezcla números de humor, algunos al estilo de los sketches de show televisivo, números musicales, en los que Sonsoles y Cecilia cantan y bailan temas de los 80 y 90, con los que entran en estado de gracia, y escenas en las que el dúo conversa sobre el paso del tiempo, las alegrías y las penas de dos mujeres que son dos actrices. Dos mujeres condicionadas por el hecho de ser actrices y querer estar en los escenarios y triunfar, claro que sí. Aunque ser actrices, dedicarse al teatro y triunfar no es fácil y menos aún en Galicia, donde el teatro, la danza o el circo (la ópera ya no existe) son asunto excepcional, de uno o dos días a la semana en las pequeñas ciudades gallegas (el resto de la semana los teatros y auditorios públicos son casas vacías).
Olivas Negras comienzan el espectáculo con algunas escenas en las que representan personajes cómicos, por ejemplo la Mari que interpreta Cecilia, una especie de cocinera de programa de televisión, que nos hace una receta de un caldo de descontracción emocional, utilizando guiños erótico-festivos. El formato de comedia televisiva funciona y los personajes que encasillan a las dos mujeres en algunas escenas también funcionan, pero nos sitúan ante un tipo de recepción ya conocida, que consumimos con facilidad y sin mayor sorpresa. Sin embargo, a medida que los temas musicales y la fisicalidad del baile, del movimiento y del canto se van apoderando del escenario y resquebrajando cualquier atisbo de ficción, para afirmarse en el juego y en lo extraordinario de las propias actrices, ahí es donde comienza a pasar algo excepcional. Ahí es donde la recepción ya no se puede situar en un lugar conocido, de consumo fácil. Ahí surge el insondable misterio y la fascinación ante estas dos actrices tan singulares y ante esa relación tan especial que tienen desde hace años, por lo menos desde que estudiaban en la Escuela Superior de Arte Dramático de Galicia, donde yo las conocí.
El personaje, en muchas ocasiones, es una reducción de la persona. Hacer un personaje tanto o más complejo que una persona es obra complicada, para eso hacen falta dramaturgas de la talla de Lluïsa Cunillé o Caryl Churchill, o dramaturgos como Harold Pinter o el enorme William Shakespeare. Crear un personaje como quien crea una persona, con toda su coherencia e incoherencia, con toda su complejidad y misterio, no es asunto fácil. Pero tampoco es asunto fácil ser persona y tener la disponibilidad, la gracia, el duende y la necesidad de jugar en escena y que ese juego se abra hacia esas otras actrices y actores que jugamos desde la platea.
Sonsoles Cordón y Cecilia Vázquez, me voy a atrever a de decirlo, en mi opinión, ellas, esas dos mujeres, esas dos actrices, en su singularidad, son dos personajes fascinantes. A ver qué dramaturgo o dramaturga es capaz de escribirles unos personajes más interesantes y especiales de lo que son ellas mismas o de lo que pueden ser ellas mismas encima de un escenario e incluso fuera de él.
Abro paréntesis sobre este tema:
(Creo que eso es, un poco, lo que hace Ana Vallés: no escribe personajes inventados o imitados. Busca los personajes en las actrices y actores, incluso en personas especiales que no tienen que ser necesariamente actrices y actores, puede ser un profesor investigador, puede ser una directora de escena, un científico y, sobre todo, bailarinas y bailarines que traen al escenario lo existencial a través de sus cuerpos y de su estar real, fuera de cualquier idea de representación ficcional externa. Tampoco me imagino a la propia Ana Vallés como una actriz versátil interpretando un personaje de Edward Albee o de Calderón de la Barca, o sí, nunca se sabe. Sin embargo, Ana Vallés es actriz y cuando actúa nos fascina.)
Cierro paréntesis y espero haberme explicado un poco.
Sonsoles Cordón y Cecilia Vázquez tienen duende, tienen gracia y, si quieren, tienen mucho que ofrecer encima de los escenarios. Su capacidad y sus habilidades actorales, en este caso, se suman a esa relación de amigas y cómplices, que es muy especial. Su poderío no tiene límites. Incluso son capaces de hacer un sketch interpretando a las luces de navidad del alcalde Abel Caballero. Sí, este alcalde que ha querido que Vigo compita con París y New York, no con la oferta cultural y de artes escénicas de la ciudad olívica, sino con las luces de navidad. Pues Sonsoles y Cecilia, viguesas de pro, no se cortan un pelo y hacen de luces de navidad y les dan voz, graciosas y ácidas a la vez.
Todo el lucerío y la fiesta que se montan estas dos amigas consigue revivir en ellas ilusiones y desilusiones. La celebración tiene sus momentos extemporáneos y locos, pero también esos momentos de confesión existencial. Fuera de los lugares reconocibles de la comedia y el teatro al uso, desde la fisicalidad del movimiento y el baile, desde la conexión entre ellas, desde esa fiesta con tantos brillos y lentejuelas como sombras y sueños o platos rotos, es desde donde algo único y, a la vez, universal, nos sobrecoge: la verdad. La verdad aquí tiene un nombre, o mejor aún, tiene un verbo reflexivo: quererse. Quererse ayuda a no desilusionarse. Y, aunque la cosa esté jodida, siempre nos quedará alguna canción y alguna amiga o amigo en los que guarecerse de la intemperie. Aunque seamos dos y en el plato solo quede una oliva negra.
Por cierto, ¡qué placer da ver a la gente haciendo lo que más le gusta! Eso es salud.
Algunos artículos relacionados:
“Dramaturgia de proceso y creación de compañías. Feira do Leste”, publicado el 30 de abril de 2016.
“Trascender la escuela. Tras Tannhäuser”, publicado el 24 de julio de 2016.
“¿Persona o personaje? O Que Segue de Cristina Balboa”, publicado el 2 de febrero de 2020.