2020: Año de la Peste
En mi ya larga vida nunca creí vivir los efectos de un año de peste tal como están descritos en numerosas narraciones, de las que destaco el primer ensayo de ‘El teatro y su doble’ (Teatro y Peste) de Antonin Artaud, o la novela de Camus ‘La peste’. Un año amenazador, confinado, embozado, ¿perdido? Es difícil saberlo y cada cual sacará sus conclusiones ante la pandemia.
Porque estas plagas que sacuden la sociedad y diezman tantos talentos nos muestran un espejo descarnado de nosotros mismos, tal como somos o seremos en los instantes capitales: enfermedad, agonía, muerte. El miedo a la muerte está a flor de piel, los viajes se convierte en un riesgo de contagio, ir al teatro, al restorán o al cine en un peligro omnipresente. Y cuando el peligro amaina, las masas se lanzan frenéticas a desafiar el encierro, las restricciones, las consignas de salud, irrumpen desenfrenadas en la plaza pública. El temor las vuelve inconscientes y temerarias. Al grito de «me importa un bledo el Covid19″ jóvenes y menos se lanzan a las ágoras, a las manifestaciones, a las reuniones. Lo hemos visto en París en donde la muy atea sociedad ha exigido con fervor que se abran las iglesias para la misa; en donde las protestas (justificadas o no) llevan a miles a las calles en un desfile del contagio; la fiebre consumista arrebata los centros comerciales y las calles están pletóricas de transeúntes ávidos de aventuras y contacto. El Covid-19 desenmascara, nos muestra frágiles o invulnerables, asintomáticos o moribundos…
¿Cuánto se ha perdido este año en Francia? Quiero referirme únicamente a los encuentros colectivos. Los festivales fueron virtuales o se suspendieron. Nos quedamos sin Aviñón, sin Cannes que son los principales festivales franceses; nos quedamos sin programación de fin de año que son las producciones más importantes de la Ópera de París o de la Comedia Francesa o del Teatro de Châtelet, nos quedamos sin Festival don Quijote. No sólo eso, la posibilidad del streaming tan en boga, amenaza a las artes escénicas y a su público. El teatro en la pantalla es una solución canalla que a la larga va a debilitar en lugar de estimular. Esto sin contar las pérdidas de los talentos y la parálisis de producciones.
Lo selectivo de esta pandemia es que ataca con mayor efectividad a los “adultos mayores”, o para decirlo sin eufemismos, a los viejos. Lo cual no es del todo injusto, los viejos estamos muchas veces de más, ocupamos localidades que serían más fructíferas en jóvenes, pero también hay experiencia y vivencias acumuladas que se pierden. El virus ha creado un apartheid: por acá los jóvenes invulnerables, por allá los viejos y sus fragilidades.
Pero el reconfinamiento francés amenaza especialmente la cultura de lo que aún no existe, de lo que podría ser, pero aún está en ciernes, tal como lo señala en una columna en el diario Le Monde el filósofo Guillaume Pigeard de Gurber. Para este pensador el problema es que los productores, editores, difusores, directores de instituciones, van a elegir en el futuro próximo a los valores «seguros», es decir aquellos que ya tienen un sitio en la exigente jerarquía cultural. Pero ¿qué pasará con los artistas primerizos? ¿Aquellos que penan por ser publicados, por producir su primera película, o actuar por primera vez? Ellos son los que van a quedar más marginados y de esta manera la cultura perderá una generación fundamental en el momento en que el desafío es mayúsculo por los cambios de paradigmas. Los temores sobre el futuro de las artes escénicas aparecen desde todos los ángulos, sin que haya una verdadera política de estímulo para el futuro.
Extraña época de temor y encierro, de enfermedad y desorden. Nunca creí verme confrontado tan directamente a una epidemia de esta amplitud.
París, diciembre de 2020