Y no es coña

Apuntes etéreos

La edad. El paso del tiempo. La pérdida de reflejos. La vida que se desliza entre los dedos de una incertidumbre. Así estoy, esperando el milagro. Atento a los milagros. Perdido en los arrabales de una circunstancia. A la espera de la señal. Entre el vacío y la nada. De mis libros, a mis estofados; de mis paseos en horizontal a mis desvaríos en vertical. No es la soledad la que me acompaña, sino la que me inspira. Soledad/ que solo estoy/ tan solo y en tu compaña/ de ti vengo y a ti voy/en una jaca castaña, que escribió el Miguel Hernández más aflamencado.

 

Vuelvo a dejar constancia de que las salas de teatro a las que acudo en Madrid, tienen unas buenísimas entradas que hacen sentirse acompañado, que demuestra la existencia de unos públicos ávidos de enfrentarse a esos cuerpos que habitan los escenarios para ponernos a reflexionar sobre los dioses o sobre las vicisitudes de la vida cotidiana convertida en una suerte de sábana sagrada donde aparecen máscaras difuminadas. Cada vez que entre mi reloj de pared y el biológico se entremezclan las emociones y los sentimientos, aparece un mensaje en diversos sistemas de alarma que me hace alejarme de manera casi automática de toda virtualidad que se insinúe realista. Ya no se trata de una fobia estética, es una alergia que se va convirtiendo en un botillo grasoso en mis neuronas receptivas y me bloqueo. Paso con rapidez a un estado marmóreo.

Por ello busco en todos los rincones de esta ciudad tan repleta de jardines frondosos, de laberintos de solidaridad que se empeña en llevar la contraria a unas autoridades políticas que parecen sufrir el mal de altura por su bajura moral y su incapacidad política, aunque sus herramientas, sus edificios teatrales, mantengan una actividad sugerente y en ocasiones por encima de lo esperado ante tanta falta de enjundia cultural. Son las contradicciones de un mundo que se desvanece entre esperanzas, famas y cronopios que acaban esclerotizados ante tanta estulticia cultural y teatral aplaudida de manera acrítica, sumisa y servil. 

Lo que desde la niebla de los años vividos se puede asegurar que están sucediendo muchas cosas, que está cambiando, de manera lenta pero imparable, la jerarquía administrativa, política, creativa. No es un movimiento generacional, que también, es algo más profundo y que se incardina de manera sociológica y culturalmente, con la realidad que los viciosos de ir cada día a los teatros comprobamos de manera fehaciente. En los cargos de responsabilidad política cultural, hay más mujeres. En los cargos de dirección de los teatros de titularidad pública, hay cada vez más mujeres al frente. En los espectáculos que se producen hay cada vez más dramaturgas y directoras. Todo va en un aumento paulatino que se debe mantener en el tiempo para que se pueda considerar no una tendencia, sino una realidad en busca de la igualdad, pero que todavía es poco con lo que se necesita.

Por ello el buscador de perlas teatrales se puede pasar semanas encontrando espectáculos de todo formato en el que todo está pensado, escrito, dirigido e interpretado por mujeres, por lo que los temas tratados tienen que ver con los asuntos que preocupan y ocupan a las mujeres y no solamente desde una perspectiva ideologizada, sino con una mirada amplia, pro-activa y que nos coloca ante estos tiempos en donde el feminismo empieza a incidir de manera tangible en la vida general, al menos de las clases medias, que son las que están al frente de estos cambios, quienes pueden tener más posibilidades de vivir en esos cambios de manera directa y que influirán con el tiempo para que toda la sociedad se mueva en esos parámetros de igualdad y de arrinconamiento de los tics machistas y patriarcales que tanto nos cuesta abandonar a quienes fuimos educados en otros tiempos más oscuros y totalitarios.

Por lo tanto, en este deambular por salas y teatros de cada día, las sensaciones que se reciben son anunciadoras de unos cambios que se están dando y que nos cuesta reconocer por estar inmersos en este cada día tan cargado de incertidumbre, en donde la pandemia sigue siendo un agente exterminador de ánimos. Para muchos, el desequilibrio entre actrices buenas o excelentes y actores para colocar en esa misma distinción algo subjetiva es grande a favor de las actrices. Por eso, y ahora que me acuerdo, es incomprensible que en un montaje regado con miles de euros como es el Macbeth del CDN, se reduzcan las tres brujas a una. Sin contar con lo objetivamente mejorable que es el reparto.

Así es, en las salas, los públicos mayoritariamente son mujeres. En los escenarios, por lógica, las mujeres deben ocupar el lugar que merecen y sus temas, asuntos, preocupaciones y visiones del mundo deben prevalecer. 

Así que acabo con la misma decisión sin tomar. ¿Ser o estar? Esa es la Gran Duda. 

Ya no sé sin apuntes etéreos o estéreos.


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