Y no es coña

Entre mil aguas

Llevaba días rumiando sobre la manera más eficaz de hacer una crónica de un festival o una feria, ya que durante décadas asistía a muchos eventos y en la edición siguiente de la revista ARTEZ, hacía ese repaso ligero de los espectáculos vistos y de algunas circunstancias de su desarrollo. Las crisis fueron pidiendo eliminar páginas en la revista de papel y nunca supe encontrar el espacio, el tiempo, el tono, las ganas, la urgencia de hacerlo en este periódico digital. Últimamente mis opiniones ligeras, casi de primera impresión, que publico en Facebook me alivian, sirven para dejar un brochazo que en ocasiones ayuda a fijar mi punto de vista, incluso provoca alguna vez debate, asunto que me parece lógico hasta que llegan los insultos, los sectarismos y los estómagos agradecidos. 

 

Se da la circunstancia que en esta última dFERIA, que hay que aplaudir hasta con las orejas a la organización que se haya celebrado, he vuelto a tener esa adrenalina de escribir una crítica diaria de espectáculos vascos, eso sí, en el periódico GARA, donde sigo escribiendo diariamente de otros asuntos. Parece una suerte de milagro, que den espacio para publicar críticas de teatro o danza. Y se haga en una relación contractual mantenida en el tiempo. Doy las gracias a los responsables de este periódico por atender la necesidad de que se plasme en sus páginas, de papel, insisto, las opiniones de actividades culturales de primer orden.

Estaba pensando en estas cosas cuando de repente en un descuido de mi actividad veo en un programa televisivo al grupo de pop cañí Camela, aquel que fundamentó su fama vendiendo casetes en las gasolineras y que es uno de los que más ejemplares de sus discos ha vendido. Pues bien, les van a hacer un documental, a modo de homenaje, y uno de sus miembros dijo algo que me meneó internamente: «lo bueno es que te hagan homenajes estando vivo».

Hacía un rato que Ricardo Iniesta me había comunicado la muerte por infarto, al parecer acudiendo a un teatro, del sevillano Chus Cantero, una de las piezas fundamentales del teatro en Andalucía desde los años setenta. Un día antes conocí la muerte de Anton Font, uno de los fundadores de Els Joglars en los años sesenta y que en su escuela El Timbal, formó a numerosos artistas de la escena catalana. Hacía una semana que había muerto Josep Anton Codina, un hombre que atravesó con su docencia y sus actividades varias generaciones de teatristas catalanas. Es decir, aparecieron fantasmas, vivencias con los que se han ido, conversaciones sin concluir, abrazos no dados, homenajes silenciados por causas que nadie podrá justificar.

Y de repente recordé que, en 1977, Ricard Salvat estaba al frente de la Escola D’Estudis Artistics de L’Hospitalet de Llobregat y le organizamos un homenaje a Luis García Berlanga, algo que pasó un poco desapercibido porque era un hombre relativamente joven, en un momento de triunfo europeo, por lo que ni a la prensa, ni a la profesión les pareció adecuado precisamente en ese momento reconocerle sus valores de manera pública y desinteresada. A mí mismo me sorprendió la iniciativa, pero colaboré con ilusión, casi con rasgos de mitómano, porque era ya entonces uno de mis directores preferidos. Vino, estuvimos con él en varios actos, era una persona agradable, simpática, sin ínfulas de ningún tipo. Y guardo desde entonces la lección bien aprendida: lo mejor es hacer homenajes a los vivos, para que los disfruten, no a los muertos que sirven en demasiadas ocasiones para ocultar vejaciones u olvidos anteriores o para ensalzarse los que homenajean sobre la memoria personal, no sobre el muerto.

Al igual que sigo pensando cómo es la mejor manera de tratar una crónica post feria, me sucede lo mismo con los obituarios y panegíricos. Decidí hace tiempo no hacer más obituarios, me siento mal, cuanto más cercano ha sido en mi vida profesional la persona fallecida, más me remueve mi delicado equilibrio emocional. Siempre siento una suerte de culpa, de no haber escrito ese correo, no haber aprovechado ese paso por esa ciudad para estar con ellas, para continuar con nuestras conversaciones o nuestras divergencias en asuntos estructurales de las artes escénicas, de gestión o de producción. 

Solamente quiero decir que la última vez que estuve con Chus Cantero fue en el reestreno hace unos poquísimos años de “Quejío” de Salvador Távora, en su teatro. Verán que ha sido un persona clave en el teatro andaluz, que estaba más o menos fuera de foco, pero que seguía sintiendo amor por el teatro. Y que conversar con él era siempre un placer. 

Como estoy navegando entre mil aguas, aplazo mis opiniones sobre lo sucedido en dFERIA, aunque voy a reiniciar una costumbre abandonada. Voy a repasar alguna de las críticas publicadas en GARA, las voy a dotar de algún detalle más y las voy a editar en este periódico digital que sigue teniendo buena vida y que estamos trabajando para remodelarlo y hacerlo más eficiente y atractivo.


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