Y no es coña

Hacia la tortilla sin huevos

La semana pasada fui todos los días hábiles al teatro en Madrid capital y tengo en mi carpeta de posibilidades de asomarme a temas o asuntos para estas entregas de los lunes una cantidad ingente de estímulos. Por un vicio recién adquirido desde hace muy poco, ahora, casi al instante, al salir de los teatros vierto mis primeras impresiones en las redes sociales, Facebook y Twitter, y eso me da un flujo de contestaciones que me tranquilizan o simplemente me descolocan. Me siento mal en el halago, el aplauso, la coincidencia generalizada, la unanimidad. Cuando hay discrepancias y matices es cuando me siento más útil. Comprendo que en estas redes quienes te leen con asiduidad son amigos o conocidos con los que existe una proximidad estética, ética y política, y por eso pueden existir tantas coincidencias en el mismo sentido crítico.

 

Sigo obsesionado con la tendencia actual a la hipérbole, a un entusiasmo desmesurado que se nota de manera abrumadora en los estrenos, con esa unanimidad explosiva de aplauso y vítores, de ponerse en pie desde el primer instante, de convertirse en hooligans más que en espectadores. Los que hemos sido clac en los tiempos antiguos, no se nos pedía estas reacciones, sino que se hacía de manera muy regulada, risas durante la función a la orden del jefe, aplausos en los mutis, y un ritmo de aplausos suficiente para provocar otra gloria más cuando la platea tenía dudas. Ahora que en teoría no hay clac, hay un ejército de invitados que se entusiasma de una manera fervorosa.

Claro está, si eso sucede en los teatros, la crítica más pastelera, la que no tiene rigor, ni capacidad de análisis, sino que cuenta la trama o repite los objetivos de la empresa en sus programas de mano (hoy son virtuales, pero existen), se engancha a ese carro y empieza a colocar adjetivos hasta convertir esas piezas paródicas de crítica en una sopa de tópicos y de agradecimientos en diferido. Eso ha creado un clima tóxico, en la que se cree que todo lo que se escribe es fruto realmente de lo sucedido en escena, y admitiendo que cada cual puede hacer el análisis que quiera o pueda, que como nos explica las aportaciones  de la neurociencia, cada espectador completa la obra en su cerebro, por lo que no se recibe de la misma manera, lo que parece difícil de entender es la unanimidad, la exageración y la propensión a que todo sea no bueno, sino excelente, o como hace un conocido crítico, que cada semana tiene la suerte de haber visto los dos espectáculos mejores de su vida.

Eso nos lleva a que los que están en lo alto de la pirámide del poder teatral, estén tan acostumbrados a la alabanza constante y suprema, que si alguien, con criterio o sin él, dice que tal obra es buena, pero… utilizando esa fórmula que tenemos para matizar, se considera que es algo en contra. Se tiene que decir que es no buena, sino buenísima, la mejor de la cartelera. Y lo estupendo es que no hace falta explicar nada más, ni un argumento. Todo se da por supuesto. Está el texto perfectamente escrito, la dirección es angelical y los intérpretes cerca de la excelencia. No digamos ya escenografía, iluminación y música. Todo es perfecto. Y casi nunca es verdad.

En este ambiente dominado por los aduladores sin fronteras, los que no somos capaces de descubrir tantas bondades, o que simplemente vemos el truco, la falta de originalidad, la copia mal hecha, la desfachatez de presentar como actual algo que viene de décadas anteriores, nos convertimos en sospechosos habituales. Somos unos amargados, unos fracasados, vejestorios con mala uva y un largo etcétera de descalificaciones y hasta insultos. Entonces los opinadores de rebaño, los que siguen diciendo que les ha gustado algo, sin aportar más aproximaciones técnicas, los que no saben diferenciar entre texto, pretexto y contexto, aquellos que están convencidos de que no es necesario romper huevos para hacer tortillas, van colonizando con sus aplausos de autómatas el concepto de crítica que analice, dialogue con el espectáculo, aporte consideraciones y aplauda o no, trate con respeto a ese montaje y a todo lo que significa dentro de un tiempo, una época, un género o la historia de las artes escénicas. 

Si no se fijan referencias, todo vale, y si todo vale, nada vale. Y no estoy hablando de dogmas, ni de filiaciones estética jerarquizadas, sino mirar con ojos científicos lo presenciado y expresarlo desde la reverencia absoluta al trabajo de los que han proporcionado esa obra, superando los gustos personales, para adentrarse en eso tan difícil como es aceptar que nunca se ha equivocado nadie, que esa puesta en escena es así porque alguien lo ha pensado y lo ha desarrollado de esa manera y que las interpretaciones se producen de acuerdo a unos valores generales que se deben afinar para que todos suenen en el mismo tono. Mis principios básicos cuando doy un taller de crítica son: no se debe escribir de nuevo la obra, ni dirigirla, ni interpretarla. Se debe aplicar los conocimientos de análisis que cada uno tenga sobre lo ofrecido, no en comparación con nada, ni con nadie. 

Parece simple, pero es un ejercicio de concreción muy exigente. Y después adentrarse con lenguaje apropiado en escribir esa crítica pensando que nos leerán, primero los afectados, después sus enemigos, y si es como yo acostumbro todavía, se publican en un periódico generalista, una serie de lectores aficionados al teatro o que tienen alguna confianza intelectual con la persona que la firma. Y sin posiciones vengativas, ni destructivas, ni aleccionadoras, verter de manera rigurosa los análisis forenses. Así se demuestra que no existe tortilla sin huevos, sino que hay que ponerse a la altura de los criticados con humildad y rigurosidad. Y ver si se es capaz de lograrlo o al menos se intenta.

No sé para qué sirve la crítica. Sé para que no sirve la crítica aduladora y falta de rigor. En los escenarios hay propuestas muy bien trabajadas, otras que son de una superficialidad deprimente y señalar estos asuntos y no meterlas todas en la misma ola laudatoria, no es tener mala leche, es amar las artes escénicas, se esté dónde se esté, en cada momento de una trayectoria profesional.

Bueno, quería decirles que la Vida es Bella y el Teatro una manera de explicarla. 

Y siento una sensación muy extraña al saber que posiblemente recibirán esto en el boletín número 1000. Esto empieza a ser histórico.

 


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