Emoción vs. razón
Imagínese que compra una entrada para ver, por ejemplo, Bodas de Sangre, y al llegar al teatro le dan dos opciones, en la sala 1 la trama se traslada al siglo XVII y toda la producción acompaña esta propuesta, esto es, chaiselongue de época, alfombras varias, tapices en las paredes, bandejas con platería sobre mesa de pata de lira, un ventanal que da a jardines… En la sala 2, la propuesta no se descontextualiza y la propuesta se presenta en el tiempo y lugar que escribe Lorca, presentándose un espacio característico, posiblemente austero, algún mueble funcional y atrezo de época. ¿Qué opción elegiría el lector?
Cuando se obliga al cerebro a tomar una decisión, este buscará siempre aquella que menos recursos energéticos consuma y el resultado siempre será el mismo, elegir algo frente a lo demás. En este caso, el espectador tendría dos opciones: ver un montaje y dejar de ver otro. Evidente. Pero ¿qué nos hace decidirnos por uno u otro? Póngase en situación. Si no hay más condicionantes que elegir entre un Lorca llevado al siglo XVII o dejarlo en su XX, lo normal es que elija sencillamente el montaje que más satisfaga emocionalmente sus gustos, o sea, la emoción será el rasgo dominante de la decisión. En la vida, un cerebro está continuamente tomando decisiones, desde que nos levantamos hasta que nos acostamos, decisiones sobre qué estímulos atender, qué hacer con la información esperada y recibida, y sobre todo, qué decisiones tomar. Hay teóricos que afirman que más del 90% de la actividad diaria está pre-programada y que se actúa automáticamente sin pararse a decidir. Un cerebro mecanizado es uno que evita el gasto innecesario de recursos cognitivos ya que estos generan desgaste y a su vez cansancio. Así que cuando se presenta una decisión como la propuesta, una decisión sin tiempo de reflexión o de resolución “en caliente”, inconscientemente nuestro cerebro emocional activa sus estructuras límbicas y como es de esperar dejará que la emoción decida por nosotros sin más reflexión. En este caso, es posible que el espectador se decida por ver la versión en la sala 2. Cuando intervienen emociones, las decisiones dejan de ser objetivas y, por lo general, el grado de satisfacción es alto porque se opta por hacer lo que apetece.
Imagínese ahora que en el ejemplo dado y antes de entrar a su sala, se le dice que la versión descontextualizada es gratuita porque ¿quién querría ver un Leonardo con medias, chorreras y peluca con tirabuzones? ¿Se lo pensaría? La realidad es que su cerebro sufrirá un cambio de actividad con esta nueva información, planteándose de nuevo las dos opciones al incorporar el coste/beneficio, además de otras variables que no vienen al caso, cuya primera consecuencia es que de una decisión caliente se pasará a una en frío. En este tipo de decisiones la zona cerebral que más se excita es el cortex donde su actividad está relacionada con la reflexión y la razón más que la emoción y el impulso. Por otro lado, y aunque no viene mucho al caso, hay que desterrar la idea de activación eléctrica por región cerebral, todo el cerebro se activa de manera global en cualquier actividad, aunque está demostrado que la densidad de neuronas implicadas varía por regiones según las situaciones a las que se enfrente el cerebro. Bien, pues con todo, por mucho que ahora se haya incorporado esta nueva información, estadísticamente lo más probable es que el resultado vaya a ser el mismo. Si tenemos claro que queremos ver un Lorca en su entorno natural, lo haremos aunque la entrada no sea gratuita.
Si se nos pide tomar una decisión y una es claramente superior a la otra, nuestro cerebro optará por ella, siempre que sea accesible, porque nuestro funcionamiento neuronal ahorra energía al memorizar decisiones previas. Esto se materializa en un patrón de comportamiento predecible que nos marca la personalidad en el que además se dejan disponibles recursos para atender a otros quehaceres como deleitarse por lo que va a ver. Y es que un Lorca siempre vale la pena. Pero, piense por último el lector, ¿qué pasaría si ahora le dijesen que ver la obra en la sala 1 conlleva un gasto adicional? Ya le adelanto que, muy posiblemente, seguirá yendo a ver la obra a la sala 2 (además de escribir una reclamación, por supuesto) Y es que la emoción, y sobre todo en el teatro, supera a la razón como guía de comportamiento.