Todo aquello que no te dije
Los antecedentes, las influencias, la adscripción consciente o subconsciente a una tendencia estética, a un método, un estilo, una corriente de pensamiento. ¿De dónde venimos? Escucho en un madrugador programa de radio conceptos, ideas, pistas que me llevan a plantearme muchas dudas, preguntas, sobre mi tiempo y la creación teatral a la que por suerte tengo la posibilidad de acercarme día tras día. Alguien desliza una suerte de presagio o lamento por el que puede encontrarse una de las posibles maneras de entender lo que sucede. Como no hay futuro claro, se recurre al pasado para intentar entender el presente. En el campo de la política cotidiana puede servir, ¿sirve también para entender algunas de las cosas que se ven en nuestros escenarios?
Desde hace más de treinta y cinco años, además de estas homilías, mis varias colaboraciones en diversos medios de comunicación especializada, escribo, por lo menos, una columna diaria en un periódico vasco. Un periódico que todavía sale al quiosco en papel. Esa continuidad me ha permitido experimentar, adocenarme, romper con mis formas, buscar, intentar encontrar maneras de conectar con los nuevos lectores que se incorporaban a ese diario. Y hoy, cuando ya puedo explicarme algo, puedo decir que yo no escribiría esos artículos como los escribo sin haber conocido y disfrutado los artículos de Joan de Sagarra, Manuel Vázquez Montalván, Francisco Umbral o Eduardo Haro Tecglen; sin haber sido un lector ávido de Julio Cortázar, Gabriel García Márquez, Francisco González Ledesma o Paul Auster; sin dejarme llevar a lugares inconcebibles por Claudio Rodríguez o Octavio Paz entre otros cientos de lecturas que me han ido conformando una manera de escribir, eso que llaman una voz que yo reconozco, que resuena en mi cabeza antes de que mis dedos ejecuten la orden de juntar las letras.
En el campo del Teatro, las influencias todavía son más amplias, mucho más amplias, ya que en mi Barcelona natal y donde me formé teatralmente, tuve la suerte de coincidir con movimientos que intentaban colocarse en el conocimiento de lo que sucedía por encima de los Pirineos y allende los mares, con la lectura ávida de revistas como Primer Acto y Yorick, con mis viajes a Francia, no solamente para ver las películas prohibidas, sino el teatro deseado, el que se vislumbraba. Los libros llegaban a cuentagotas, los buscábamos donde estuvieran y poco a poco nos fuimos haciendo una idea del mundo, de lo que podía ser el Teatro, en los escenarios, y en su organización. Desde esa acumulación de experiencias y visionados de obras, no quisiera fanfarronear de nada, pero puedo asegurar que en los últimos veinte años, visiono en vivo y en directo una media superior a los trescientos espectáculos anuales y, además, en diversos lugares, festivales, encuentros tanto de la península ibérica, de Iberoamérica como de Europa, por lo que juntando mi experiencia anterior, más las nuevas, más mi incorporación como editor vocacional en las últimas décadas, creo tener una mirada a lo que sucede en los escenarios que puede entender de cuestiones básicas, autorizada para descifrar algunos enigmas.
Porque ahora, en lo que veo y me refiero a que veo en Madrid, con los espectáculos más celebrados, los más promocionados, los que encuentro en salas independientes o en teatros institucionales, siento en más de una ocasión una suerte de retroceso. Quizás lo que escuché se haga realidad, como no existe una visión de futuro, un impulso estético, ético, político que vaya formando un objetivo común, se recurre a experiencias del pasado. Son maneras de afrontar los espectáculos, las adaptaciones, las propuestas que ya fueron experimentadas, con otros valores contextualizados de ruptura con lo vigente en aquellos momentos históricos. Si se presentan como novedosos es por falta de criterios, por adanismo rampante, porque no existe nadie que señale, que formule argumentaciones sólidas, que ayude a colocar cada cosa en su sitio.
Además, cuando uno está viendo un trabajo primoroso, cargado de poética escénica y le suena a las formas, modos y soluciones de otro grupo o autor, descubre que todos venimos de algún lugar, que, con tantos siglos de teatro, literatura, más el añadido de lo audiovisual, es difícil ser novedoso o singular, que es de bien nacido reconocer las influencias. Y no estoy hablando de plagios o simularos, que de eso también hay, sino de que alguien que admira a una compañía, un autor, una directora, acabe, sin darse cuenta, utilizando soluciones escénicas provenientes de algún otro espectáculo de su admirada referencia.
Por ello, me coloco otra vez como mal ejemplo, los que nunca hemos tenido un estilo propio remarcable, los que hemos sido esponjosos ante lo visto y leído, admiramos a los que tienen una manera específica y reconocible de hacer, aunque puedan llegar a ser una reiteración, porque están desarrollando algo que se puede convertir en manierismo, pero que es propio. Así que los que vivimos fuera de los dogmas, recomendamos leer mucho, ir a los teatros, especialmente a ver aquello que está fuera de la doctrina que se profesa, intentar ser coherentes, sinceros en escena y pensar que existen tantos públicos como personas acuden a ver nuestros trabajos. La uniformidad es mala, la inconsciencia de hacer más publicidad y marketing que obras consistentes es un peligro inminente.
Contesto a mi pregunta secreta: me gusta el Buen Teatro. Sin apriorismos. Pero es obvio que, por formación, deformación y actitud política, unos me atraen más que otros. Cuando ejerzo de crítico intento que esto se note lo menos posible. Como obseso teatral me puedo poner estúpido defendiendo una cosa hoy y la contraria mañana. Amo, sin condiciones, a quienes hacen Teatro. Sé, por experiencia, que se pone el mismo trabajo, ilusión y dedicación para hacer un trabajo primoroso que uno mediocre.