Críticas de espectáculos

Festival de Mérida / Mercado de amores / Eduardo Galán / Marta Torres

 Un éxito, tal vez…

 

Los espectadores reían, es cierto. Eran más de mil. La comedia era mala, sin embargo. Pero los espectadores reían. Tal vez por una desesperada necesidad de reír, alimentada por meses y meses de pandemia… O tal vez reían, porque necesitaban justificar el precio de su entrada con la satisfacción de no haber errado en la elección del espectáculo. Quién sabe. Pero la comedia era objetivamente mala, y en un teatro romano, con más de dos mil años en sus piedras, como parte de un festival supuestamente internacional que este año cumple su temporada número 67, la baja calidad de un espectáculo es indecente e imperdonable. Aunque el público ría.

 

Hablo de la puesta en escena de «Mercado de amores», refrito de tres argumentos de Plauto, que se ha representado la semana pasada como una de las diez producciones que el Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida ha propuesto en su presente edición. El arte de la comedia en la Roma antigua, con Plauto a la cabeza, siempre tuvo algo burdo, buscando sonrojar al espectador, que reía hilarante en una mezcla de escándalo y fascinación por la osadía y la desvergüenza que se le ponía en frente. Al fin y al cabo, fueron los romanos los que degradaron la gran ceremonia teatral griega, a entertainment popular de gran escala. Hasta aquí, nada que objetar.

Pero incluso el más elemental vodevil, la más choricera comedia de enredo precisa de cierto talento y muchas horas de trabajo para su escenificación. Justamente por la falta de profundidad en sus planteamientos y temas, por buscar solo el chiste grosero y la carcajada bufona, la comedia romana demanda mucha maestría para su ejecución. Es una cuestión de compensación: ingenio teatral que suple la ausencia de grandes argumentos; astucia escénica en vez de reflexión dramática; virtuosas caricaturas en la interpretación, en vez de naturalismo psicológico… Pues bien, ninguna de estas suplencias han ocurrido este fin de semana en Mérida. La adaptación de Eduardo Galán resultó zafia y carente de toda reflexión: un guión regular, inferior en todo al peor de los capítulos de «La que se avecina», o a las decadentes escenas matrimoniales de los programas de Jose Luis Moreno. La dirección de Marta Torres, en consonancia con la escenografía (de no sé quién), carecía de toda inspiración: ni una idea brillante, ni una sorpresa en el movimiento escénico, todo predecible, simplón, rayando lo escolar; vestuario de tienda de disfraces online; iluminación tosca que además entraba tarde; coreografías tan innecesarias como poco ensayadas… Lo dicho: festival de final de curso sin papás y mamás que emocionados saquen fotos a los niños a los que se les perdonan todos los errores. Pero señores: esto era un Festival Internacional de Teatro Clásico (por cierto que lo de internacional, ¿a qué se refiere? ¿Existe una sola producción extranjera en la cartelera?).

Destaca en medio de semejante desierto artístico, las posibilidades de buenos actores, Víctor Ullate y José Sáiz, que están correctos, pero a los que no se les ha sabido sacar partido. El resto del reparto no supo aportar nada significativo o memorable. Y con todo esto, llegamos a la cumbre del despropósito, con nombre y apellido: Pablo Carbonell. No merece ser considerado actor. Su voz es estridente, monótona y muy poco versátil. Su cuerpo torpe e inexpresivo. No transmite nada, no construye nada, no sabe interpretar. Solo suelta un texto memorizado con dificultad (varias ausencias y errores de texto lo desvelaron). Empobrece la escena y las interpretaciones de sus infortunados compañeros, que jamás tenían que haber aceptado semejante gol en el reparto. Ese señor es simplemente indigno de pisar las piedras de Mérida. E indignos también todos los que se lo han permitido. Ni siquiera hizo gala del personaje gamberro y provocador que hace años había forjado su popularidad en la televisión y en los escenarios musicales. En ese escenario solo se veía un mal actor equivocado, en el lugar equivocado.

Y sin embargo, los espectadores reían. ¿Será eso suficiente para considerar este atropello escénico un éxito? Me queda claro que el señor Cimarro, director del Festival, así lo hace. Y con éxitos de este tipo prolonga un año más su labor de desprestigio del que debería ser el evento escénico más importante del verano.

Tanto yo como mis compañeros de viaje no pudimos aguantar hasta el final. Abandonamos airados la cavea media embebidos en una mezcla de ira y tristeza. Me hubiera encantado gritar delante del todos: «Buuuu… ¡Fuera!…¡Vergüenza!», como lo hubiera hecho un ciudadano romano insatisfecho con el espectáculo. Pero la gente reía, y no me atreví. Los más de mil asistentes no sabían que no eran risas lo que tenía que despertar la comedia, sino estruendosas carcajadas. El espectáculo que necesitaban disfrutar, les estaba proporcionando muy poco, y pese a todo, muy generosamente, ellos respondían. Bendito teatro. No sabían que más que risas complacientes, merecían una catarsis de ingenio, un baño de provocación inteligente, una cascada de transgresión… No sabían que les estaban dando gato por liebre. Eso sí: en las piedras de Mérida.

 

Jaime Buhigas Tallon


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3 comentarios

  1. 13/02/2022 Huesca
    Coincido totalmente con estas reflexiones. El bochorno ayer fue en Huesca, teatro Olimpia.
    Vergüenza ajena sentí con semejante despropósito. No nos marchamos por no molestar a toda la fila, pero se nos hizo larguísimo. Un horror.
    Una pena

  2. Acabamos de ver la obra de teatro «Mercado de amores» en Cáparra. Hemos salido decepcionadas, tristes, enfadadas y airadas. No entendemos cómo habiendo sido representada el año pasado en Mérida repitan en Cáparra este año. Ha sido pésima. Sí, la gente reía pero qué lamentable.

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