Vacaciones mentales
Gracias al gentil auspicio de unos muy buenos amigos, combinado con un feriado de 3 días en conmemoración de la fecha de nuestra independencia, feriado que por arte de magia transformamos en 9, pudimos disfrutar a plenitud de otra de las maravillas naturales de mi país.
Siendo honestos, de palacios, realeza, catedrales o grandes monumentos, tenemos poco y nada, pero de una naturaleza bipolar entre extremos, de eso si tenemos, y de sobra.
¿O cómo podríamos llamar a la diferencia extrema entre el desierto del norte, el más seco del mundo, donde en algunos lugares se han registrado con instrumentos, menos de 15 milímetros de lluvia en 30 años, y el sur, donde en un año llueven más de 4.000 milímetros, más de 4 metros de agua?
Podría seguir enumerando otras tantas de esas maravillas que no me dejan de asombrar, pero prefiero reservarme algo para futuros escritos.
Volviendo a las vacaciones, estuvimos en un domo de madera de 2 pisos, emplazado en medio de una vegetación casi impenetrable, sin las comodidades de la edad moderna, como son el agua clorada para hacerla potable, la luz eléctrica al alcance de un dedo, y por supuesto, sin eso que se ha vuelto un bien de primera necesidad; internet.
¿Problemas?
¡No! Ninguno, para nada.
El agua de una vertiente cercana alimentada por el deshielo en las montañas regularmente nevadas, fue canalizado para abastecernos del líquido vital más delicioso posible; absolutamente transparente, sin gusto a nada y frio. La electricidad fue provista por un par de horas de generador, aunque yo hubiese preferido velas, nada es tan perfecto. La señal de internet con Facebook, whatsapp y otras aplicaciones de las redes sociales, fue agradablemente suplida con mucha conversación al calor de una chimenea.
Nuestros hijos, que son tanto nuestros como de la era digital, e incluso mas de la era digital que nuestros, capaces de encontrarlo casi todo en la nube de internet, inicialmente estuvieron desilusionados de no poder conectarse con sus amigos virtuales, pero ya al tercer día, pudieron descubrir como en las nubes de verdad, esas que desfilaban a distintas velocidades por un cielo salpicado de azul tan distinto a ese gris de nuestra ciudad contaminada, podían encontrar toda la información que su imaginación, un tanto atrofiada por tanta pantalla, era capaz de proveerles, además de como esos afectos virtuales con gusto a poco, palidecían frente al afecto real de sus padres y amigos físicamente presentes. Creo que les quedó muy en claro, que el brillo de una mirada es muy superior al brillo de una pantalla, por más que se haga un balance de grises o se ajuste la temperatura del color.
Fueron 9 días de muchas caminatas con sol, y también bajo la lluvia donde conversamos de todo, bueno, de todo de lo que se puede hablar con un niño de 6 años.
Para mí, estas vacaciones no solo fueron vacaciones físicas por el hecho de alejarme del stress diario de una vida sobre estimulada, sobre todo fueron vacaciones mentales al re descubrir a ese niño que aún vive en mí. Encontrar junto a mi hijo mientras caminábamos por senderos, formas en las nubes, tratar de encontrar a los pájaros escondidos en el frondoso follaje, hacer de una rama un lugar donde balancearse, escuchar el murmullo de una vertiente y el croar de una rana solitaria que siempre estuvo, pero nunca encontramos, al tocar esas plantas tantas veces vistas en recreaciones de eras prehistóricas, imaginar a un dinosaurio comiéndoselas…
Pero las vacaciones terminaron, y este escrito también.
Espero nos vuelvan a invitar.