Un cerebro compartido

El teatro político y la neurociencia

No me atrevo a hablar en profundidad del teatro político, no es mi especialidad, pero sí a comentar las posibles intersecciones que presenta con las neurociencias. Antes de nada, me gustaría comentar que no creo que sea correcto remitirse a Piscator como primer y destacado teórico de esta corriente teatral. Los problemas sociales o políticos han existido antes de la primera mitad del siglo XX y con ellos el acercamiento que desde las neurociencias se hayan podido hacer de los mismos, aunque no bajo esta denominación cientificista.

 

De hecho, en la Grecia de las grandes tragedias, la temática estaba presente en multitud de obras y los filósofos las trataban desde su perspectiva distinta pero convergente. Esquilo fue un gran cultivador de este género siempre ocupado en dilucidar la justicia analizando si esta es humana o divina. Tampoco podemos olvidar a Eurípides o a Sófocles y su Antígona, por lo que no creo que sea acertado afirmar, como se lee con frecuencia, que el teatro político nace con la llegada de Piscator.

Sí creo por otro lado que la polarización entre teatro de izquierdas o de derechas es contemporáneo. Un teatro que incluye la lucha de los obreros por su libertad es algo que no fue directamente tratado hasta las primeras décadas del siglo XX con Piscator y Bertolt Brecht que comenzó trabajando como su dramaturgo. En cualquier caso, no quiero separarme mucho de mi área de conocimiento: las neurociencias. Como he escrito en distintas columnas, se ha puesto al cerebro en el centro de desarrollos teóricos de esta disciplina pero cada vez se está diversificando más esta visión para incluir el estudio de otras funciones del sistema nervioso como la percepción, la atención, la memoria, el movimiento o el lenguaje, todos ellos elementos a tener en cuenta en un proceso de construcción escénica en los que el cerebro se analiza dentro del contexto de la biología general, esa biología que se activa en todo tipo de teatro, pero, ¿especialmente en el político? Pienso que no.

Tengo que reconocer que estoy dividido al respecto de este tipo de teatro. Por un lado, me interesan las propuestas teóricas que soportan su construcción según algunos de sus representantes, pero por otro no entiendo el teatro como espejo. Entiéndame el lector, no hay duda de que todo lo escenificado de alguna manera representa a la sociedad, pero representar no es copiar, es una re-presentación, una en la que se modifica la presentación de esa realidad original, no se copia, a menos que el objetivo sea precisamente ese y entonces pasa a ser un tipo de teatro con el que no me llevo bien . No entiendo la catarsis buscada en la mímesis escénica de la vida. Lógicamente, y visto desde la óptica de las neurociencias aplicadas a las artes escénicas, este teatro permite que los espectadores accedan a sus procesos psicofisiológicos más fácilmente ya que lo hacen con el conocimiento añadido de la racionalidad de lo que ven. Hasta donde entiendo, desde comienzos del siglo XX, la incursión de este teatro pretende ser un instrumento de transformación y en su estética, pienso, se busca copiar una realidad social determinada. Su evolución, principalmente en Iberoamérica, España y Portugal, coincide con momentos en los que distintos países sufren regímenes no democráticos y se proyectan a romper las censuras existentes; vaya, una lucha de compromiso social en la que es fácil encontrar la emoción del espectador porque este no solo entiende lo que ve, sino que lo experimenta, por lo que la razón se suma a la emoción y los procesos mágicos a los que da origen el teatro están contaminados por la realidad. Claro, que aquel que opine que el teatro es eso, un espejo social, no estará de acuerdo con estas palabras, pero yo argumento que el teatro es experiencia transformadora no soflama política.


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