Un torbellino de sensaciones encontradas
Entre obituarios y despedidas, los asuntos consuetudinarios que acontecen en la rúa y en la vida hipotecada de un empresario a palos, quedan siempre entre paréntesis, porque nadie obliga a nadie a convertirse en editor, churrero o maquinista, por lo que, entre la casualidad, el destino y la necesidad andamos por el mundo asumiendo competencias impropias que acaban siendo un oficio, un derroche o una hernia neuronal. No te quejes que es peor.
Así que intentando cumplir mi misión en la Tierra, acudo con mucha fe, pocas esperanzas, pero con la ilusión del desposeído, a ver cada día, una obra de teatro, como mínimo. Aquí, allá y acullá. Hemos celebrado el Salón Internacional del Libro Teatral, ese encuentro anual de agentes de agresión puntual y sostenible a la masa forestal universal que todavía confían en que ese bello objeto llamado libro, y, además, con el estigma de estar dedicado a asuntos de las artes escénicas, tiene una demanda en el cuerpo social general y hasta, y ahí está la paradoja, en quienes dicen que viven del teatro o la danza, y de quienes aman y viven por el teatro o la danza. Sí existe un mundo circular, endogámico de escritores, editores, libreros, educadores y educandos que crean una circulación de aire que se va viciando. ¿Existe alguien más allá de nosotros mismos al que le interese la literatura dramática, los manuales para hacer teatro, para escribir un texto, para iluminar una escena? Esa es una duda crónica, tumoral.
Despedir a un viejo cómplice, a un maestro incondicional, siempre provoca una situación de angustia ante el tiempo, la vida. No hace tanto que mencioné mi reencuentro con Antonio Malonda, con el que trabajé hace unas décadas, cuando montamos “Betizu, toro rojo” de Ignacio Amestoy que dirigió Malonda para Teatro Gasteiz. Con Antonio la relación ha sido fija discontinua. Desde la admiración, hasta la colaboración directa. Su actual estudio Bululú está a tres cuadras de mi domicilio en Madrid. Si hace unos meses lo vi con una energía y lucidez admirables, hoy es un recuerdo, ha entrado a formar parte de esa instancia de los imprescindibles que se nos han ido para confirmarnos que somos finitos.
Llevamos un año de estos sucesos, como si alguien insistiera en hacernos sentir que la vida no es eterna, que en cinco minutos pasamos del grito iluminador al oscuro total, pasando por un suspiro buscando una bocanada de aire. Así que apuremos nuestras capacidades de observación, de análisis, de compromiso con nuestras realidades y ayudemos a encontrar un equilibrio entre lo que debe ser y lo que puede ser, aunque sea una actitud que en ocasiones puede ser una trampa conformista. Hay que pedir lo imposible para que se haga, por lo menos, lo posible en su máxima exigencia.
Doy vueltas, me cuesta entrar en este laberinto, pero he estado en Alicante, en su Muestra de Teatro Español de Autores Contemporáneos, la edición vigésima novena, con unas circunstancias objetivas, algo inquietantes como es que Nina, el alma de la organización, estaba ingresada en el hospital, lo que significaba que todo entraba en un ritmo más complejo ya que ella resolvía en la práctica un porcentaje de asuntos perecederos y estructurales. Se resolvió todo con el empuje de sus compañeras, pero eso creaba una sensación de inseguridad que, a Guillermo Heras, le afectaba de manera obvia, visible. Eso sucedía en el momento, pero la angustia venía de atrás, de muy atrás, y produjo algo que era previsible: Heras ha presentado su renuncia para continuar al frente de esta Muestra.
Hoy solamente quisiera transmitir mi solidaridad y complicidad con Guillermo Heras, por su trayectoria, por su decisión, pero me encantaría que fuera él quien diera alguna explicación más sobre esta decisión drástica y que pudiera ser el acta de defunción de esta Muestra que debería ser dentro de ese fantasma que recorre España en sus Comunidades Autónomas que es el INAEM, algo de Primer Orden. Estratégico. Se trata del único evento en donde desde su enunciado se defiende al autor o autora española de teatro contemporáneo. Se viene haciendo con una situación administrativa confusa, no acaba de tener el apoyo institucional explícito que suponga trabajar con continuidad inequívoca, por lo que, en estos momentos, hay que exigir al fantasma del INAEM, que se defina, y lo haga de manera convincente y presupuestariamente elocuente. Y eso significaría que se debe iniciar el proceso de sustitución de Guillermo Heras de manera inmediata.
Perder esta Muestra sería un acto de deliberada agresión a la autoría teatral contemporánea española. El fantasma puede encogerse de hombros, pero asociaciones, sindicatos, agentes de toda índole deben ponerse desde ya a defender este espacio que se puede escapar por las cañerías de la incongruencia institucional.