Y no es coña

El día que no estuve

Llevo casi un mes sin visitar una sala de teatro para cumplir con mi misión de ver cada día una obra, por lo menos. Y eso que entro cada día a una sala de teatro para ensayar, durante unas cuatro horas como mínimo. Me preguntan si echo en falta el ver teatro. Y la verdad es que hay momentos en los que siento un cosquilleo extraño en diversos lugares de mi torrente neuronal, pero al estar metido de manera profunda en la puesta en escena de una obra, las sensaciones del encuentro, de la repetición, suplen de una manera bastante suficiente a esa buena costumbre de acabar cada jornada en un teatro. 

La verdad es que al estar en Córdoba (Argentina), donde es verano puro y duro y apenas hay programación, no tengo una sensación de pérdida, aunque al ver la cartelera de Madrid, ciudad en la que resido habitualmente, con estrenos y presentaciones de admirados grupos, dramaturgas y directoras, sí me entra una rara urgencia por expresar a quienes me invitan mi situación, como si debiera excusarme, o como si pensara que, al no estar, algo me pierdo e incluso que algo se pierden algunos de los conocidos y admirados que se presentan y a los que les escribiría alguna opinión volátil. Existen unas corrientes de transmisión no reguladas que crean una dependencia subrogada, una costumbre, por eso siempre quiero escribir sobre el día que no estuve, porque sobre los que estuve ya he dejado constancia a lo largo de tantos años de hacer crónicas, críticas, reseñas y otros formatos que dejan huellas de lo que fue e incluso de lo que será o puede ser.

Esta situación se va a remediar en breve ya que a primeros de marzo recalaré en el Festival Internacional de Buenos Aires, donde volveré a mi hábito de ver varias obras por día, debatir con amigos y conocidos, establecer complicidades nuevas y renovar las que la pandemia ha dejado algo desplazadas en intensidad. Buenos Aires, incluso sin festival, es un lugar donde veo obras cada día, es una de mis actividades preferidas, siempre de la mano de Jorge Dubatti que me prepara exhaustivas agendas. Así que los días posteriores al FIBA, seguiré recorriendo salas y teatros, descubriendo lo que actualmente se hace.

Y después a Madrid, a ver varias obras que ya me esperan, viaje a dFERIA para volver a zambullirme en una programación repleta de novedades, y así hasta el momento de volver a Córdoba para ultimar ensayos y estrenar y dejar que ‘Retrato de Mujer con Arpa’, el trabajo de más de un año en recopilación de datos y de varios meses de ensayos en sala se convierta en eso que ya no le pertenece al co-dramaturgo y director, sino que estará en manos de Fernanda Álvarez, la actriz y arpista que es, a la vez co-dramaturga, y que deberá defender todo lo que hemos pergeñado cuerpo a cuerpo con las espectadoras. Y esperar las reacciones de los públicos, comprobar si lo que hemos elaborado a fuego lento se recibe con el suficiente interés y despierta la atención de quienes pueden contribuir a darle larga vida en los escenarios. Y en ese momento este pobrecito hablador, se convierte en un asustado escuchador de lo que dicen y escriben los demás. Una manera de recordar que esto de las Artes Escénicas es algo frágil, que necesita cariño y mucha inteligencia emocional para seguir haciéndose y que estando en todas las fases, uno cree que aprende más de todas las sensibilidades concurrentes y se vuelve más comprensivo con aquello que ve. 

Escribo esto cuando estamos cerrando la edición de la revista ARTEZ número 244 correspondiente a marzo/abril, a la que falta decidir las portadas, recibir alguna colaboración, repasar las correcciones y mandarla a imprenta para que llegue a tiempo a nuestros suscriptores el primero de marzo y el catálogo de dFERIA a Donostia. Cuando tenemos que ajustar asuntos de redacción, hay que dar el definitivo visto bueno a unos libros, la Librería Yorick mantiene su actividad pese a circunstancias adversas, sigo escribiendo cada día mi artículo en el periódico GARA, es decir, la vida cotidiana de alguien dedicado durante décadas a estos asuntos sin ninguna fisura ni duda. Pues bien, proclamo que en una sala de ensayos es donde yo no siento hambre, ni sed, ni frío, ni calor, ni me duele nada. Es una suerte de placenta en la que me siento contento, me acerco a una idea de la felicidad, pese a que pueden existir tensiones creativas. El que no esté siempre en esa situación ideal, es algo que no tiene explicación razonable. Lo intentaré remediar.


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