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La guerra y el teatro

Siempre hay alguna conveniencia y alguna dependencia, fundamentalmente de carácter económico, que impide aprender de la historia. La historia se repite porque no acabamos de aprender. Incluso la historia se tapa, se entierra y se olvida. Así es más fácil obrar con total impunidad.

El teatro es un arte efímero. Sin embargo, en muchas ocasiones activa la máquina del tiempo y nos lleva de viaje para observar los lamentables escenarios que han dado lugar a muchas guerras. Desde Los siete contra Tebas (467 a. C.) de Esquilo, la primera obra teatral que desarrolla su acción en una contienda bélica, hasta O Péndulo (Auditorio Municipal de Vigo, 04/03/2022) de Inversa Teatro, que exhuma la memoria de cinco asesinados por el régimen fascista en 1936, pasaron muchos siglos. La conciencia que despiertan estas obras, la sensibilidad que promueven, forma parte del antídoto contra el veneno.

Los regímenes autoritarios y las guerras, independientemente de la época, siempre atenazaron a la cultura y a la educación. Esta es la demostración más evidente del enorme poder que ambas tienen para moldear a la población. Habría que añadir también a los medios de comunicación.

Dentro del ámbito cultural, el teatro, quizás, cuando funciona, es una de las artes con mayor eficacia, debido a los efectos y afectos derivados de la acción en co-presencia.

Por eso algunos gobiernos, principalmente los más totalitarios, intentan controlar la educación, la cultura y los medios de comunicación. Al dominio armado, a través del miedo, la violencia y la muerte, suman el dominio del pensamiento y del conocimiento, apresando todas las vías que conduzcan al libre arbitrio. Manipular la educación, acotar la libertad de expresión, a través de legislaciones o amenazas directas, es semejante a bombardear puentes.

No obstante, más allá del instinto depredador y del afán de poder, en el ser humano también está el instinto de supervivencia, la capacidad de resistencia y de rebelión. Más allá del odio o de la psicopatía de dictadores y caudillos, también está la empatía, la solidaridad y la fuerza de los sentimientos positivos, en muchas personas de bien.

Quien tiene la información tiene el poder, es un refrán que, en mi opinión, tampoco es muy acertado. O sí. Porque información no es conocimiento. Si la información nos da poder, el conocimiento nos da algo mucho más importante: libertad.

La información, los datos y la descripción de hechos, con el sesgo partidista de por medio, puede, ciertamente, condicionar nuestro pensamiento e incidir en nuestras decisiones. Efectivamente, las noticias falsas, las fake news, son peligrosas. No obstante, el conocimiento es producto no solo de la información, sino también de la digestión de la misma para quedarnos con los nutrientes principales, tamizados por el análisis, la reflexión, la comparación, la experiencia, la intuición, los afectos, los valores éticos y la tendencia a la complejidad y no al reduccionismo.

Desde mi punto de vista, las artes vivas, aquellas que se basan en la co-presencia y en la acción, solo funcionan cuando son capaces de mezclar placer con conocimiento. Tal vez porque, como afirmaba Bertolt Brecht, no hay verdadera pedagogía sin placer.

Quizás también es por eso por lo que casi todos los dictadores, de otrora y de ahora, intentaron vaciar el teatro de conocimiento y reducirlo a un mero entretenimiento vacuo o bien ponerlo al servicio directo de su ideario.

Los dictadores, y quien se rige solo por el afán de poder y la conveniencia, suelen adolecer de humor o incluso prohibirlo o reducirlo al chiste barato, a la tontería, a burlarse de quien es diferente. Sin embargo, sin humor no hay salvación. O, dicho de otro modo, el humor es la salvación, porque supone una emancipación, una transgresión y un conocimiento.

La radical importancia del teatro como otra forma de ayuda fue la que emprendió la escritora y ensayista, también dramaturga, Susan Sontag. Durante la guerra de Bosnia, con 60 años, Sontag viajó a la asediada ciudad de Sarajevo para ensayar, durante cinco semanas, y estrenar, el 17 de agosto de 1993, Esperando de Godot de Samuel Beckett, en un pequeño teatro bombardeado, a la luz de las velas. Una obra realizada por un equipo local dirigido por Sontag, sobreponiéndose a grandes dificultades, desde la falta de luz y agua hasta el riesgo de los bombardeos o de los disparos de los francotiradores.

Según parece, la prensa solía preguntarle si montar una obra de teatro en medio de una guerra no era como tocar el violín mientras Roma arde. A lo que Sontag respondía: “Sí, pero nosotros somos Roma.”

¿Y Godot? Godot también somos nosotros/as o lo que de humano pueda haber en nosotros/as. Y seguimos esperando.


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