‘Memo’. Memoria y memez. Ensalle Teatro
La estupidez humana no tiene límites, tal cual podemos comprobar en el curso de la historia en la actualidad. No es nada fácil, sin embargo, abordar esta cuestión ni en la escritura ni en los escenarios. No es nada fácil hacerlo sin caer en el trazo grueso. No es nada fácil porque, seguramente, quien escribe y quien escenifica también forman parte, en mayor o menor medida, de esa humanidad de connatural estupidez.
Pedro Fresneda ha conseguido escribir un texto teatral sobre esto y lo ha hecho desde el trazo fino de quien no se pone por encima de nadie. Lo ha hecho desde la observación reflexiva, delicada y no exenta de humor, desde lo cotidiano. En sus paseos con Ulthar, el perro, por el “Casco viejo” de Vigo, igual que si de un entomólogo se tratase, ha observado las maneras que tenemos de actuar, los clavos ardiendo a los que nos agarramos para ocultar nuestros miedos o nuestra necesidad de control y seguridad, la obediencia ciega, la ridiculez que genera el dónde va Vicente va la gente y otras actitudes que, desde la mirada limpia de un niño, resultan marcianas, pese a venderse como lo que toca, lo que debe ser.
En cierta medida, Memo, la obra de Pedro Fresneda, en una buena parte de lo que dice y remueve, me recuerda a aquella pieza breve tan impactante como certera de Estela Lloves (Cía. Arraiana): Hoxe, na rúa, peguei un golpe na cabeza e quedei aterrorizada: en lugar de sangue saíu un pensamento propio. Que é o que vou facer agora? (Hoy, en la calle, me he dado un golpe en la cabeza y he quedado horrorizada: en vez de sangre me ha salido un pensamiento propio. ¿Qué es lo que voy a hacer ahora?) Un título que, desde el humor, ironizaba sobre nuestras opiniones calcadas de lo que nos dictan telediarios y periódicos y cómo eso nos aleja de la escucha atenta del estar aquí y ahora, de lo que nos rodea y nos afecta más directamente. Cómo todo ese aparato de la actualidad noticiable por los medios, o replicada e inflamada por las redes sociales, nos impide ver lo más pequeño y aquello en lo que nosotros tenemos una responsabilidad directa.
El texto de Fresneda no lo he leído, pero lo he visto tensado en los cuerpos apoteósicos de Raquel Hernández y Artús Rei, en la más reciente creación de Ensalle Teatro, que estrenaron el fin de semana del Día Mundial del Teatro. Yo pude verlo el 27 de marzo de 2022 y me dejó impresionado por la finura en el abordaje de esas impresiones que tan bien reflejan la perplejidad ante el devenir de la actualidad, ante el papel no de los que manejan el cotarro, los gobernantes etc., sino de los que, inconscientemente, les secundamos con nuestras actitudes. O sea, el ciudadano de a pie.
Memo apela a la memoria, esa cuyo relato construimos a nuestro antojo y conveniencia, bajo los influjos y tendencias polarizadas del momento. Y también apela a la memez, algo mucho más extendido de lo que pensamos. A las pruebas me remito, solo hay que salir a dar un paseo y observar.
Memo es una obra que se agradece inmensamente en estos tiempos convulsos, entre pandemia, postpandemia y guerra. En estos tiempos en los que las realidades que nos montan, quien tiene ese poder, y de las que, como rebaño, nos hacemos partícipes, superan cualquier ficción verosímil.
Se agradece Memo porque Ensalle nos ofrece la verdad de los cuerpos en agitación violenta, en danza catártica, en abrazo y ternura. Raquel y Artús están brutales, en la quietud intensa, austera y severa de la mirada, mientras nos dicen lo que nos dicen. Incluso sin mirarnos, cuando Artús se lanza y queda en el suelo, desmadejado, como un escombro de guerra, con la cabeza girada contra la pared y desde ahí habla y su voz mantiene esa fisicalidad que el movimiento físico imprime, como eco, en la palabra. O cuando se acuclilla, como un ave o un gato, encima de uno de los reposabrazos de un sofá esquinado y desde allí mueve sus manos desnudas reivindicándolas, reivindicando la vuelta a todo lo que suponga un contacto directo a través de las manos y de todo lo que con éstas se puede hacer de bueno. Raquel es capaz de disociar su cuerpo en movimiento como un puzle que, a cada paso, parece reconstituirse en un juego de mutaciones inesperadas. Su estar nos interpela y nos lleva con ella sin darnos cuenta. Hay en ellos una ferocidad revolucionaria y, al mismo tiempo, una fragilidad enorme. La lucha que tienen en el sofá, entre lo lúdico, lo frenético, lo desesperado, lo pasional, es de un magnetismo y una tensión arrebatadoras, pero sobre todo de una ambigüedad muy atractiva. Lo mismo que acontece con el resto de secuencias de acción, atravesadas por la inconmensurable poesía de la luz, diseñada por quien escribió las palabras. Esa luz que aguza los movimientos, que matiza la dicción en los diálogos sin respuesta que brotan de las bocas, que genera paisajes y atmósferas de una plasticidad rutilante, interceptada por los vídeos de Terrorismo de Autor. La cálida incandescencia de los focos del Teatro Ensalle, que no tienen la frialdad de los Led. Pero sobre todo su acción, modulando temperaturas y espacio, tocándonos en lo más profundo de la mirada.
En Memo la luz parece actuar como los párpados de quien mira, en un pestañear que tronza la continuidad de lo visible, amenazando el confort del seguimiento y de la intelección. Un parpadear lumínico que, además, también produce, entre el black out y el encendido, el efecto del disparo fotográfico para alumbrar imágenes que vamos a intentar retener, igual que hace el ojo de la cámara de fotos o la memoria. Pero éstas, las imágenes, se van a desvanecer en la oscuridad, igual que hace nuestra amnesia selectiva respecto a la historia. Por otro lado, esa especie de interrupciones o cortes lumínicos también producen un efecto parecido a cuando retenemos la respiración y se detiene el pensamiento, aunque en este teatro la corriente continúa.
Memo inventa de nuevo el teatro, actual y fresco como el pan. Emocionante y redentor respecto a tanto ruido, a tanta impostura, a tanta mercadotecnia, a tanta polarización, a tanto influencer, a tanto hater, a tanta obediencia, a tanta normalidad nefasta, a tanto hacer lo que toca… Y acaba en lo más profundo: en la piel y en la ternura.
Afonso Becerra de Becerreá.
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