Y no es coña

Marcha atrás para seguir hacia delante

Pensamientos líquidos para atacar una realidad sólida. ¿Quién a lo largo de su vida profesional no se ha equivocado en un reparto, una elección de obra, una selección de escenografía o de gestor? Rebobino y me cuesta encontrar en las esquinas de mi memoria situaciones de esta índole. Y las que recuerdo, no soy capaz de explicar con claridad como se resolvieron. Todo tiene su graduación y es más fácil solucionar un error en el reparto a principios del proceso que cuando ya están avanzados los ensayos. Cambiar a un director es una tarea muy compleja, y más si estamos hablando en producciones independientes, y se juega, además, con sentimientos de amistad. Eso lo he vivido. Queda siempre una sensación de error sobre error. Es el tiempo y los resultados artísticos logrados con la solución encontrada la que aclara la bondad o no de la decisión.

En cualquier ámbito de la vida es muy difícil reconocer un error y dar marcha atrás. En muchas ocasiones la asunción del cambio marca al sujeto apartado y sustituido. Hiere sensibilidades, pero en ocasiones en un colectivo como es un grupo o una compañía, el ambiente que se crea ante situaciones en dónde no funciona una de las partes se hace insoportable si no se toman las decisiones adecuadas y si alguna vez es entre una persona y otra, en la mayoría de las ocasiones es entre unas personas y otra que tiene una responsabilidad que no cumple con las expectativas que se esperaban.

Donde es tarea casi imposible es cuando se trata de una decisión política, institucional en la que, además, se amparan en un jurado que selecciona el proyecto o una terna de proyectos que consideran adecuada y se nombra a alguien que cuenta, además, con el apoyo explícito previo de una de las instituciones concurrentes, ya que quien asume esa dirección ya fue nombrada de manera directa , sin convocatoria, en el año anterior. Con todos estos supuestos y bendiciones, aunque exista ruido externo, los políticos defienden el nombramiento, dan la necesaria y en ocasiones hasta entusiasta, cobertura política al proyecto, porque se hace desde una confrontación previa no basada en conceptos teatrales o culturales, sino de otra índole, en ocasiones inconfesables.

Sucede de manera reconocible todo lo anteriormente señalado, y ese, supongamos que hablo de un festival, tiene en su primer año excusas más que lógicas y comprensibles por falta de tiempo y otros asuntos que no vamos a enumerar pero que tienen que ver por la aparentemente falta de experiencia específica de la persona elegida. En la segunda edición, con tiempo y todos los beneplácitos, la cosa tampoco acaba de funcionar. La propaganda se mantiene en estado puro y se dice que todo ha sido magnífico, pero no cuadran los números, hay un agujero imprevisto, no se consiguen los objetivos de públicos y un largo etcétera, de tal manera que llega a romperse la armonía con el equipo político que contrata a esa persona que lleva adelante el festival. Hay gestos simbólicos y la máxima figura política desaparece de las actividades públicas del evento y la concejala responsable del ramo debe hacer ejercicios de equilibrio para mantener la buena cara ante situaciones muy concretas que son recibidas con mucho resquemor en la institución contratante.

Mientras tanto, la persona que apostó previamente desde otra institución mayor por esa persona dimite. Es decir, la situación se deteriora, los apoyos son más difusos, pero existe un contrato en vigor y, ahí me apunto, sin ninguna duda, hay que asumir ese contrato hasta el final, a no ser que existan irregularidades graves, y no deben ser tomadas como irregularidad, alguna falta de coherencia, o de conocimiento para desempeñar la función en el nivel de calidad que se esperaba.

Igual que un festival, se puede aplicar a una unidad de producción, un teatro o una compañía. Cuesta pensar que algún equipo de gobierno de una institución sería capaz de decir con humildad: nos equivocamos, apostamos por esta persona y nos ha fallado, no ha cumplido con lo que se vislumbraba en el proyecto. ¿Sería políticamente adecuado? No es fácil asumir errores, no es tan sencillo desdecirse con un contrato público firmado, no ayuda mucho al desarrollo general dar estos frenazos. Desgraciadamente cuando hay cambio de equipos de gobierno, aunque sea del mismo partido, se considera que lo anterior no compromete. Cosa que debe considerarse un desprecio muy grande a las personas y a la Cultura, como ha sucedido recientemente. Pero a lo mejor es una buena solución en ocasiones en las que el colapso es evidente. Aunque sea doloroso y drástico y tenga efectos colaterales difíciles de controlar. Un poco de marcha atrás, para seguir con el camino expedito. 


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