Y no es coña

Se nos van las pascuas

Una circunstancia se puede convertir en una categoría improbable. Casi sin poder respirar hemos tenido que despedir a dos personas de gran talante, a dos profesionales de las artes escénicas que han dejado una gran herencia intangible, muy fuerte en el territorio ético, en una manera de estar ante los hechos, además de tener ambos una hoja de servicios impecable, desde la docencia, la gestión y la edición en el caso de Juan Vicente Martínez Luciano, y en el de la interpretación, el compromiso, la lucha por la dignificación de la profesión y su manera de entender el mundo desde una mirada comunista, en el caso de Juan Diego. Dos santos Juanes. 

Conocí a Juan Diego cuando representaba por Barcelona “La noche de los asesinos” de José Triana, en un montaje de Trino Trives, acompañado en escena por Emma Cohen y Julia Peña. Un montaje espectacular para aquellos años finales de la década de los sesenta, un texto auténticamente demoledor. Un compañero con el que estábamos haciendo en GO-GO Teatro Experimental Independiente “El Knack”, era amigo de antaño de Juan. Estuvimos hablando, soñando, tomando copas muchas noches. Desde entonces Juan Diego no ha dejado de mostrar sus grandes capacidades artísticas en teatro, cine o televisión. Junto a su progresión profesional, su compromiso político iba en paralelo. No había movilización social general o profesional donde no estuviera Juan a la cabeza, con sus folios para que se firmaran manifiestos, con sus convocatorias, sus huelgas, sus acciones. Y muchos de los logros de toda la profesión de aquellos años tuvieron a este luchador como un impulsor.

Hablar de sus interpretaciones es contar un rosario de entregas a una capacidad de interpretar más allá de lo rutinario. Cada escena, cada papel, cada historia era definitiva en el cuerpo de Juan Diego. Una vida larga que rozó algún abismo, pero de la que queda una entereza, una postura inequívoca del papel del ciudadano dedicado al noble arte de interpretar para cambiar el mundo, o al menos para hacerlo más habitable. A finales de los noventa estuvimos en tratos para que interpretara una obra magnífica de Alfonso Sastre, “Demasiado tarde para Filoctetes” con Teatro Gasteiz. Fueron varios meses de conversaciones, en lo artístico no hubo ningún problema, ni en lo económico, el problema fue ajustar los calendarios. No fue posible. Cosas que suceden. La última vez que estuve en persona con él, fue en Eibar, en la inauguración de sus Jornadas Teatrales, donde dio una charla y cenamos juntos.  Recuerdo que me atreví a decir a los contertulios, que estaba convencido de que se habían acabado las acciones armadas de ETA. A los meses empezó el proceso que llevó al silencio y la desaparición. Recuerdo la cara de Juan, de la incredulidad a la ilusión de que fuera posible esa noticia de acercarse la paz en Euskadi. 

Ni relación con Juan Vicente Martínez Luciano es desde los años noventa. Lo he conocido siempre como profesor universitario, productor teatral, editor. Después lo he visto al frente de los Teatres de la Generalitat Valenciana, y últimamente al frente de Sagunt a Escena. En cualquiera de los lugares donde estuviera, sus ojos azules, transmitían tranquilidad, sabiduría, pensamiento, análisis y decisión. Siempre existía un razonamiento para hacer lo que se hacía. Profesor de inglés en la universidad le ayudó a infectar de amor a Shakespeare y a los autores ingleses más contemporáneos a decenas de alumnas que después siguieron con una trayectoria teatral importante. Fue un profesor influyente, que despertaba vocaciones, que logró por ello una suerte de seguidores que le admiraban con motivaciones importantes.

Casi en la misma semana de su adiós, nos entregó la imprenta un libro de Enzo Cormann que Juanvi debía prologar porque la parte central lo había editado de manera magnífica hace años. Acabada voluntariamente su vida de editor, nos impulsó a reeditar esos textos y añadirles otros escritos, y ya está a disposición de todos los amantes del pensamiento teatral. Cuando fuimos a reclamarle el prólogo, supimos de su grave situación. ¿Para qué sirve el teatro?” es un homenaje a Juanvi, a su generosidad, a su compañerismo, a sus elegancia personal y profesional. 

Estos dos santos Juanes han recibido la unanimidad de quienes le conocieron como personas excepcionales en su recuerdo y sus obituarios. Cada cual con su vinculación emocional, sentimental, profesional, nostálgica. La verdad es que no he sentido muchas exageraciones oportunistas. Todo ha sido de verdad, porque estos dos seres eran la verdad, la inteligencia, el compromiso ético en cada un de sus actividades. 

Quedan muy pocas palabras que escribir para despedir a estas dos almas libres.

Que se nos van las pascuas mozas, que se nos van.


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